13 noviembre, 2025

ASSASSIN’S CREED SHADOWS: UN JAPÓN ENTRE EL MITO Y LA HISTORIA

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Un Japón que respira entre la niebla, dos almas opuestas, y una historia que brilla tanto como se desgasta. Assassin’s Creed Shadows es un juego hermoso… y agotador.

Escribe: Juan Pablo Godoy Jiménez

Todavía me cuesta decidir si Assassin’s Creed Shadows es el juego que la saga necesitaba o el que simplemente esperábamos. Ambientado en el Japón feudal, en ese momento en que el orden y la guerra se mezclaban en una calma tensa, Ubisoft parece haber encontrado un escenario perfecto para desplegar toda su obsesión por los detalles, por las texturas, por ese mundo que se siente tan vivo como hostil. Pero detrás de esa belleza también se esconde una pregunta inevitable: ¿cuánto de esto realmente innova dentro de una saga que lleva más de una década intentando reinventarse?
Assassin’s Creed Shadows es la última entrega —por el momento— de la icónica saga de Ubisoft. En términos de historia, el juego nos presenta una dinámica muy interesante. Se nos permite elegir entre dos formas de enfrentar al mundo. Por un lado, podemos seguir la historia de Yasuke, ese mitológico hecho real, primer y único samurái negro que fue vasallo de Oda Nobunaga. Por otra parte, la historia de Naoe, una ninja que aporta el contraste perfecto. Ambos personajes representan dos estilos completamente distintos de acercarse al juego: Yasuke encarna la manera más tradicional del enfrentamiento directo, con golpes fuertes y resistencia. Un poco, incluso, cuando se juega con él, es jugar en “modo fácil”. Naoe, en cambio, exige más precisión: sus ataques no son tan potentes, pero domina el sigilo, las herramientas ninja y la noche como aliadas. Esa diferencia entre la fuerza y la sombra define gran parte del ritmo narrativo y jugable de Shadows, y es probablemente uno de sus mayores aciertos.

assassin's creed


El juego es largo, bastante largo. En promedio, unas 30 o 40 horas de historia principal —si uno no se distrae con misiones secundarias o las infinitas posibilidades que plantea el mapa—. Esa extensión, por momentos, es un arma de doble filo: hay mucho por explorar y admirar, pero también una sensación de exceso. Es un juego que uno disfruta, pero que a veces exagera su estadía. Aun así, es difícil no maravillarse con su apartado artístico. Por momentos uno puede quedarse embobado mirando cómo cambian las estaciones, cómo el mundo virtual reacciona ante esto: los personajes que en invierno se abrigan, las huellas que dejan en la nieve, las ropas que se transforman con cada clima. Hay una atención al detalle casi poética que invita a detenerse y contemplar.

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En términos de jugabilidad, Shadows no presenta una gran dificultad —algo que no sorprende dentro de este tipo de juegos—, pero es entretenido. Su propuesta de mundo abierto logra ofrecer una historia libre, donde uno puede vivir un Japón antiguo, disfrutar de los paisajes, de los duelos entre samuráis, de la experiencia de ser un ninja. En lo que promete, realmente cumple. El sistema de estaciones dinámicas, la ambientación sonora y el nivel de detalle en la animación le dan una identidad sólida, aunque el final, lamentablemente, deja mucho que desear. La conclusión se siente más apurada que inspirada, y eso hace que parte del viaje pierda impacto.

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Assassin’s Creed Shadows tiene muchos enfoques interesantes: su ambientación, su estética, su modo de sumergirnos en una época cargada de misticismo. Pero también arrastra viejos problemas de la saga: misiones que se repiten, una historia que podría haber sido más contundente, y una duración que por momentos roza lo excesivo. Es un juego que cumple, que entretiene, que deslumbra visualmente, pero que también se siente un poco de más.

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En definitiva, lo considero un buen juego. Es divertido, visualmente hermoso y cumple con lo que promete. Assassin’s Creed Shadows no revoluciona la fórmula, pero la perfecciona en su propio terreno. Ubisoft logra un título disfrutable, inmersivo y, sobre todo, coherente con su legado. Puede que no deje una huella tan profunda como otras entregas, pero sí deja la sensación de haber vivido, por un rato, dentro de un Japón que respira, se mueve y cambia ante nuestros ojos.


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