TODO LO QUE APRENDIMOS DE LAS PELÍCULAS
Una reseña para el libro «Todo lo que aprendimos de las películas», de María José Navia, editorial Páginas de Espuma.
Escribe: Gabriela García
Todo lo que aprendimos de las películas es un libro de María José Navia – Chile, 1982 -, finalista del premio Ribera de Duero-, compuesto por 10 relatos relacionados entre sí. El primero, Mal de ojo, podría funcionar como un perro lazarillo a través de estas historias enhebradas. En este cuento la narradora tiene que someterse periódicamente a las sesiones de un tratamiento con el fin de salvar una visión que se hace cada vez más borrosa. En sus visitas periódicas al hospital se relaciona con un niño, que también tiene una patología en sus ojos, y con su padre. Es un vínculo de compañía y de encuentro en una zona de carencia, que no pretende convertirse en otra cosa más de lo que es. La autora comenta en una entrevista que le interesa explorar esas relaciones que son «un casi, un casi madre, casi padre, casi novio…». Esos lazos humanos a los que casi le corresponde alguna etiqueta, algún rol social, pero no. A veces no somos nada entre nosotros y sin embargo nos resultamos esenciales por algunos momentos efímeros para no morir de soledad. La autora, como un optometrista, nos pone y nos saca lentes en una sala de cine para saber con cuál vemos mejor la pantalla.
Cada cuento comienza con un epígrafe tomado de películas, los personajes entran y salen de los diez cuentos, y los vemos de diferentes maneras, entonces notamos que la información que tenemos en un relato no la tenemos en otro, que las imágenes se recomponen según la linterna mágica de la escritora, que los lugares cerrados que se habitan están hechizados de una u otra manera, que el elemento de lo humano ya no es el aire, sino el agua, la ceniza, la penumbra tranquila que nunca esconde lo amenazante, sino lo más triste de todo: que somos humanos y las cosas no siempre nos resultan, que lo que queremos muchas veces lo queremos a medias, que nos faltan piezas. En el marco de estos sentimientos existenciales la autora encuentra un tono melancólico, no exento de humor y de ternura. Escrito en pandemia, cuando el cuerpo se nos convirtió en una ficción apocalíptica, estos cuentos lo obligan a comparecer en su más pronunciada dependencia, la que lo hacen ser por lo que vemos en él, así el cuerpo que nunca es habitado de una manera correcta aparece aquí en conflicto. Se nos vuelve ciego, como en Mal de Ojo. No quiere embarazarse, como en Dependencias. Es desagradable en Sacar la lengua. Muere, como en Guardar el aire, Fan, Sirena, y Calima. Se abomba y alumbra, como en Bond. Aborta y sangra, como en Escenas borradas. Se enferma y aísla en Gretel. Y claro podría resultar agobiante entrar y transitar estas historias, sin embargo el fraseo corto, el lenguaje sencillo, las referencias al cine y a cuentos tradicionales nos hacen sentir seguros, como si nos sentáramos en una butaca del cine del barrio y aprendiéramos de las películas, como aprendimos, a cómo son ciertas experiencias sin haberlas vivido y mantener la calma como en el cuento de Bradbury, La última noche del mundo. No desesperarnos, aprovechar y ver bien.
María José Navia es una escritora de nuestro tiempo, y siendo la literatura el pensamiento que más piensa, como dice el filósofo Pascal Quignard, la escritura de María José nos ofrece la oportunidad de encontrar las partes de la película que no fueron editadas pero que al fin de cuentas la hacen ser lo que son. Esas escenas olvidadas que nos producen cuerpo y subjetividad, que más o menos son la misma cosa, y que la literatura contemporánea aborda con obsesión. En su relato Escenas olvidadas nos dice la narradora: “En la película El Mago de Oz hay una escena que luego cortaron. Un número musical de unos insectos que cantan. Ya no está y nadie la echa de menos, pero hay una continuidad allí como desarmada”. En ese sentido esta joven y prolífica autora (novelista, escritora de relatos infantiles, cuentos traducidos a varios idiomas, y docente) no podría ser más contemporánea, su literatura embraga sobre la evanescente sustancia de lo humano, sus múltiples sentidos, y la singularidad del mundo propio.
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