25 abril, 2025

«Ya está hablando en difícil el soldado, igual que esos pendejos que hacíamos cagar en Campo de Mayo»

Escribe: Roberto «Robi» Villarruel

Ilustración: Maite Larumbe

Publicada originalmente en 2018 / 2020

—Bueno, ¡ya era hora de que se despertara, tagarnón! ¿O se cree que puedo estar todo el día acá esperando que el soldado abra los ojos? —El vozarrón retumbó en la inmensidad conmovedora y helada de la mañana– ¡Mire que es suertudo usted, eh! Al menos puede dormir, yo hace muchos años que no pego bien el ojo… Heridas de guerra nos dicen, pa´dejarnos tranquilos…
—Buenos días, mi Cabo —Respondió con voz ajada el soldado Cabanillas con un solo ojo abierto, adivinando la silueta del Cabo Tedeschi contra el reflejo de un sol tibión y cegador. Intentó incorporarse y un pinchazo agudo de dolor en la muñeca izquierda le hizo recordar que tenía un cuerpo al que hacía mucho que no sentía. Abandonó el intento. Cuando por fin consiguió abrir los dos ojos, pudo ver el estado de sus manos, dos guiñapos hinchados como una pelota. La marca de la soga en las muñecas había dejado unos surcos que se adivinaban muy rojos por entre la mezcla oscura de sangre seca y barro que le cubría todos los dedos. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero contuvo el llanto sabiendo que eso le podría hacer doler la panza, que solo hacía un rato había dejado de gruñir.
—No se mueva, soldado, ya le dije que eso es peor cuando uno está estaqueado. ¿Quiere algo?
—Un poco de agua, mi Cabo. Tengo la boca seca y llena de tierra y hielo.
—¡Es que se durmió con la boca abierta, chambón! Tenga, tome despacio, de a traguitos y haga movimientos suaves pa´ que el cuerpo se le ablande. No mueva los pies ni las manos que la soga lo va a seguir lastimando. Cuando ya esté más despabilado le convido unos amargos.
—Gracias, mi Cabo. ¿Por qué no me suelta, mejor? —Cabanillas bebió un sorbo grande de agua, hizo una gárgara y escupió un poco en cada mano. El dolor le llegó hasta el torso, que era lo único de su cuerpo que alcanzaba a ver. “Al menos tengo algo del cuerpo todavía”, pensó. Supuso que aún tenía piernas pero decidió no hacer nada para averiguarlo.
—No empiece de vuelta, soldado. Ya le dije que yo no lo puse ahí ni puedo sacarlo. Yo me la juego estando acá, ya sabe, si me cacha el Teniente me acuesta ahí nomás al ladito suyo y entonces perdemos los dos. ¡Abra la boca que le doy un trago de mate y deje de hablar boludeces, tome!
—¿Dónde andan todos, mi Cabo?
—Parece que se puso fulera la cosa en Pradera del Ganso y rajaron todos pa´ allá. ¿No escucha los cuetazos, soldado? ¡Yo podría estar ahí defendiendo a la Patria y acá estoy, cuidando a un pendejo desacatado que se le hace el gallito a los oficiales, ´ta que lo tiró!
—Yo tampoco vine para estar acá, mi Cabo.
—¿Y para qué carajo vino a este andurrial, me quiere decir? ¿Por qué no se quedó allá en su tierra? ¡Usted vino voluntario, nadie lo arrió!
—Esta es mi tierra. ¿De qué me sirve la tierra, mi Cabo si van a venir a quedársela? Yo también vine a defender a la Patria…

Ilustración: Maite Larumbe.

—Ahí tiene, ya está hablando en difícil el soldado, igual que esos pendejos que hacíamos cagar en Campo de Mayo. Por eso está acá, soldado, ¿no ve? El gallito no puede callarse.
—Démelo más frío, mi Cabo. La bombilla tan caliente me hace doler las llagas, no lo puedo tomar. ¿A usted no le parece mal que estemos acá?
—¿No le digo? ¡Ahora se pone a cuestionar la guerra! Las Malvinas son argentinas, soldado. Nosotros estamos salvando la Patria y ahora, al fin, nos pusimos los pantalones y vinimos a sacarles a estos gringos lo que es nuestro y se robaron. Todo el mundo soñaba con esto desde chiquito, ¡no me va a decir que usted no!
—Yo no le preguntaba por esta guerra, mi Cabo. Le decía si le parece bien que nos traten así, que nos maten de hambre y frio, que nos castiguen, que nos torturen…
—Mire, soldado, lo que a mi me parece no le importa a nadie. Son los superiores lo que saben y piensan. Acá estamos en guerra, una guerra que nosotros no buscamos y no es una guerra contra algunos nada más, es contra toda la Patria y nuestra forma de vida. Y hay que pelearla con todas las armas posibles porque este enemigo es rastrero y está en todas partes, en las ciudades, las casas, las escuelas, los barrios, los campos, los libros en la música… ¡Hasta en la familia y los amigos se meten! —Las palabras agitadas del Cabo Tedeschi rebotaron amplificadas por el eco y el viento en el silencio glacial de la mañana.
—¡Shh! Oiga, no se escucha nada, mi Cabo. ¿Terminaron? ¿Habremos ganado? ¿Puede ver algo? —El soldado Cabanillas amagó con levantarse y sintió que todo el cuerpo se le partía en mil fragmentos de dolor. Su alarido espantó una bandada de cormoranes que merodeaba por la zona. ­—¡Suelteme, carajo! ¡Suéltenme hijos de puta! No sé nada, no sé nada, no me quiero morir acá, por favor! ¡Mamá, mamita, salvame, vieja! Suéltenme mierdas, viva la Patria, viva la Patria… Por favor…
El Cabo se incorporó lentamente, mate en mano, caminó unos pasos hacia la cima de una lomada cercana y se detuvo en seco, como estaqueado. Su vista perdida le devolvía densas columnas de humo que se elevaban al fondo de la pradera estéril, ajada y salpicada de restos y escombros irreconocibles.
—La Patria…
—¿Qué se ve? Nos hicieron pelota, ¿no? ¿Ya se acabó el mate, mi Cabo?
—¿Sabe qué pasa, soldado? —el Cabo giró en redondo y pegó los tacos mirando fijo el cuerpo amoratado de Cabanillas— Tenga, éste es el último, ya está casi frío. Igual, siempre va estar más caliente que este clima de mierda. Lo que pasa, soldado, es que en la guerra siempre tiene que haber un ganador, como en la vida, ¿entiende? Ustedes pierden, nosotros ganamos. Es así.
—¿De qué carajo habla, Cabo? ¡Nosotros estamos perdiendo! Yo vine a pelearle y ganarle a los ingleses, pero ustedes, ¿a qué mierda vinieron? ¡A perder, mire donde estamos!
—¡Meta nomás, soldado! Siga así que las estacas se las sacan los gringos cuando lleguen. Mire que son duros ustedes, eh. Por eso terminaron en el mar. Todos.
—¡Suélteme, mi Cabo, ¿a dónde me voy a ir si yo no puedo ni moverme? Además, acá, más lejos del mar no pasamos tampoco…
—Yo me voy al Comando. Han de estar como locos ahora que se nos termina el paseo. Aproveche este silencio, recluta y vuélvase a dormir. Eso es algo que yo no hago hace mucho, ¿ve? La guerra está llena de ruidos y, si me pregunta, yo prefiero el de las bombas. Al menos me tapa los gritos…
—¡Suélteme, carajo, déjeme morir como una persona!
—¡Termínela, tagarna! Nosotros ya no somos personas hace rato, no estamos ni vivos ni muertos…
Un silbido agudo atravesó la conversación y explotó con estruendo a pocos metros de allí. La explosión dejó oír algunos gritos. El cabo Tedeschi miró con desgano el cráter como boca abierta que el mortero había tallado en la ladera de la loma. Fijó la vista en los manchones rojos que salpicaban el verde amarrete de la pradera. El humo los envolvió como una neblina matinal.
—¿Qué pasó? ¿Es bomba nuestra o de los gringos? ¿Puede ver a los compañeros? ¡Suélteme, déjeme ir a ayudar! ¡Suélteme hijo de una gran puta!
—Ya le dije, yo me voy. Yo cumplo órdenes, soldado. Además, si lo suelto, usted está tan jodido que por ahí pisa una mina o lo encuentre boleado uno de esos Gurkas asesinos y ahí nomás me lo achura.
—Esta tierra llena de asesinos y cadáveres, milico, si no nos matan los gringos nos matan ustedes. ¡Por qué no se va a cagar, hijo de puta!
Cabanillas dejó caer su cabeza en la tosca dura y helada, exhausto de gritos y dolor. Alcanzó a distinguir por el rabillo del ojo izquierdo la sombra del Cabo Tedeschi, esfumándose en la niebla espesa, que le habló con voz lejana.
—Descanso, soldado. Lo espero en la otra vida.

Esta nota forma parte de la edición digital de revista hamartia Año 15 / Marzo 2025


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