CÓMO PRONUNCIAR CUCHILLO

«Con un lenguaje simple y directo por donde parece correr una energía suave, como en un río profundo que no hace ruido, Thammavogsa consigue involucrarnos en sus historias, conocer entrañablemente a sus personajes». Una reseña del libro Cómo pronunciar cuchillo de Souvankham Thammavongsa, publicado por Eterna Cadencia.
Escribe: Gabriela García
Imagina que vienes de un país donde hay una fruta pulposa
de un color naranja vibrante,
que está llena de semillas resbaladizas,
Imagina que vienes de un país donde los cuerpos han guardado
millones y millones de explosiones
Imagina que vienes de un país donde siempre has tenido gotitas de sudor sobre los labios
y entiendes el calor como el aire entiende a las nubes
Imagina que has chapoteado en un río marrón y torrentoso
que has jugado con búfalos y mariposas
y que un día de repente
te encuentras aferrada a las rodillas de tu madre
que tirita frente a unos hombres serios con ropas gruesas
que te quieren poner otro nombre.
Me tomé el atrevimiento de escribir las líneas anteriores porque creo que a veces no hay manera de acercarse a algunas experiencias sino es a través de la poesía. Escuché que nuestra autora, que también es poeta, dice que muchos de sus cuentos están contrabandeados de su poesía, que la asombra alguna palabra que le parece nueva, o la captura alguna imagen y que de ahí emana la narración.
Souvankham Thammavongsa conservó su nombre en Lao, y con ese nombre escribió un original libro de cuentos en 2020 que se llama Cómo pronunciar cuchillo. Bastarían estos dos datos, la resistencia del nombre propio y el título que expone un agujero de saber sobre algo tan constitutivo como es el lenguaje, para para intuir que el pasaje de una lengua a otra no es simplemente de un código a otro, es también una manera de “sentirpensar” el mundo. Y experimentar este traspaso, hacerlo con consciencia brinda una oportunidad de hacer trastabillar las certezas que tenemos cuando creemos dominar la lengua que en realidad nos domina.
Todos nacemos en el seno de una lengua que nos somete, son sus explicaciones, sus respuestas, su representación del mundo algo que damos por sentado. Pero qué pasa cuando toda esa máquina choca contra otra. Qué chispas produce. Souvankham afila el cuchillo, corta por donde duele. Porque los lectores de libros, en general somos propietarios, por lo menos de un libro, y no nos detenemos a ver a los que no poseen nada, excepto cuando somos personas informadas y nos escandalizamos por los horrores del mundo frente a una pantalla. Cómo pronunciar cuchillo es un conjunto de relatos de los que llegan forzados a la otra punta del mundo sin tener nada, ni las palabras.

La autora nació en 1978 en Laos, el país más bombardeado de la historia (durante 9 años día y noche los estadounidenses soltaban bombas sobre ese pequeño territorio para destrozar la ayuda logística que otros prestaban a Vietnam). Cuando tenía un año de vida su familia consigue mudarse a Toronto, Canadá. Allí crece, estudia, crea. Hace un uso provocativo de la condición de quien viene de una zona de no ser, dijera Frantz Fanon, a una zona de pleno ser. Porque en los ojos del sujeto blanco, occidental e imperial, Souvankham siempre será alguien que no es del todo. Pero es justamente eso lo que puede ofrecerle la posibilidad de fugarse de las estructuras, que mientras para otros son invisibles e inevitables, para Souvankhan son concretas como el suelo helado que toca una de sus personajes para recolectar lombrices durante las madrugadas del país que la refugió. Al contrario de ciertos autores que no aportan nada, traen más de lo mismo al mundo, dejan al lector complacido al mantenerlo dentro de su zona de confort, Souvankham sin emitir un solo juicio, sin poner un solo adjetivo nos hace atravesar un campo minado, detona los prejuicios, se mete con la parte de adentro de la vida de los migrantes. Estos dejan de ser «el problema de la migración» a la hora de las noticias, se convierten en una experiencia para el lector que quiere absorber el mundo, como hacen los niños cuando se nos quedan mirando.
Veamos:
Según la ONU En 2024, se estimó que hay casi 304 millones de migrantes internacionales en el mundo, lo que representa una cifra significativamente mayor que en años anteriores. Esta cifra incluye personas que se han desplazado por diversas razones, como la búsqueda de mejores oportunidades, la falta de acceso a servicios básicos, el impacto climático, los conflictos o la inseguridad.
Y ahora leamos esto:
“Lo único que queríamos entonces era vivir. Ponerlo en palabras es traer al presente lo que pasó. Él estaba ahí, con la cabeza fuera del agua, empujándonos a mí y a mi madre por el río, y de repente lo vuelvo a mirar y veo que su cabeza se hunde. Volvió a salir una vez más, y abrió la boca, pero no hizo ningún ruido cuando se sumergió de nuevo. Yo no sabía nadar y mi madre tampoco. Pero de alguna manera ella logró hacernos cruzar, agarradas a una llanta de goma”. Del cuento Recolección de lombrices.
Entonces el lector imagina algo que no había imaginado antes, su idea de la realidad gana un detalle más, pero es un detalle tan fuerte como una correntada que lo traga y no lo devuelve a la orilla siendo el mismo, porque, como decía el poeta cubano José Martí: “la verdad, una vez despierta, no vuelve a dormirse”. Algo queda latente, algo que nos dio intimidad con un otro que ni sabíamos que podía existir. El yo se expande, y ahora es un nos + otros, un nosotros. Ya no es una generalidad, una estadística, es algo que te toca a vos,, te ha dado la cara, y vos tal vez a él o ella. Por eso la literatura, además de poder ser contra hegemónica, tiene siempre una dimensión ética.
Lucrecia Martel a propósito de la presentación de su última película “Nuestra tierra”, exhorta al artista a no llenarle las horas a los ricos con entretenimiento, a no hacer obras para decorar sus casas. Este modesto librito con once breves cuentos, va a estropearte la casa y va a llenar el tiempo de su lectura con la intimidad de una experiencia que por definición es desgarradora: la de dejar tu tierra e ir a vivir a una prestada.

Souvankham es sutil para contarnos sobre ese desasimiento y el esfuerzo de querer asir algo nuevamente. Cada historia es un pequeño relato de esa hazaña y cierra el foco sobre la vida cotidiana de un laosiano en Canadá. Hay un dicho popular que dice que no se debe trasplantar una planta grande, para el caso de la migración cualquier planta es grande. Todos llegamos a este mundo in medias res, inmersos en un saber que no es información, no somos conscientes de eso, sólo cuando cambiamos de suelo comprendemos todo lo que tenemos que entender y que para los otros es normal. En ese proceso exigente que nunca acaba, pasan anomalías todo el tiempo, voy a mencionar algunas que son tratadas en estos cuentos: Tus padres no pueden leer las notas de la escuela porque no entienden la lengua, tu madre se obsesiona con cierta músico porque esa obsesión es la nueva casa que encontró, otras como vos quieren ser salvadas por algún jefezuelo blanco, y otras repudian esa idea, aprendés a juntar lombrices en el último eslabón de la cadena laboral , llevás con tu hermano el disfraz más pobre de Halloween, sin ni siquiera saber qué es Halloween, pero les sirve para volver del barrio rico con un montón de caramelos que nunca hubieran podido juntar por casa, tu hija se ha adaptado muy bien y reniega de vos, tu abuela juega a la botellita con un muchacho y descubre el placer. tu esposa se vuelve a Laos con un amante que adora el turismo hacia lugares exóticos. Tu hermano deja de boxear para convertirse en un manicuro exitoso. Consuelas a tu madre leyéndole tus libros infantiles. Y nadie sabe cómo pronunciar cuchillo en una lengua nueva, una lengua de la que creés que cada punto y aparte es la palabra Amén, “quiero medio quilo de tomas, amén”.
Usando un lenguaje simple y directo por donde parece correr una energía suave, como en un río profundo que no hace ruido, Thammavogsa consigue involucrarnos en sus historias, conocer entrañablemente a sus personajes. Se vale de narradores en primera persona, y toma muchas veces el punto de vista de mujeres, de niñas, o de mujeres niñas, y nos interna en sus vidas, que no son ejemplo de resiliencia y éxito. No reproduce el clisé de inmigrantes que alcanzan estatus social gracias a su propio esfuerzo en el país correcto que ofrece oportunidades, sino que crea personajes que encarnan vidas no remarcables. Son madres, o hermanos, o abuelos, porque ninguno de estos seres está solo, y llevan vidas comunes, tienen trabajos duros, están incómodos en otra lengua, con sus nuevos nombres occidentalizados, pero sin embargo tienen la consistencia de ser reales y estar llenos de relieves. Estos personajes deberían ayudarnos a poner en valor cualquier vida, aún la de quienes evisceran pollos, o especialmente la de los que evisceran pollos.
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