ECONOMÍA QUEER PARA HACKEAR AL HOMO ECONOMICUS

Una mirada queer para sacar a la economía del closet neoliberal.
Escribe: Leandro V. Cicchitti (*)
El Gobierno de Mendoza decidió CERRAR por decreto la Tecnicatura en Administración Pública del ISTEEC (Instituto Superior Técnico de Estudios Económicos de Cuyo) porque “esas formaciones ya no son prioridad en la agenda de mercado de este homo economicus”. Esta formación de vanguardia existe en tres sedes y viene sosteniéndose hace 22 años capacitando a agentes de diversas áreas de la gestión pública mendocina.
Ser cualquier identidad por fuera de la propuesta normativa del homo economicus (si no sabés que significa, más adelante ampliaré este concepto) que ofrece este sistema capitalista neoliberal global conlleva algunos desafíos específicos que quiero compartirte. La geopolítica mundial y la economía argentina en particular me despierta emociones como dolor, tristeza, impotencia y también alegría, amabilidad y una sensación de gracia y paz que viene de la tranquilidad de tener en claro quién soy, qué es lo que quiero y sobre todo cómo no quiero transitar la vida.
Yo logré mi sueño: sentirme bien conmigo, sentirme merecedor de una buena vida con una confianza irrevocable. Permitirme ser. Y esto es a pesar de todos los millones de dólares que se siguen invirtiendo en propaganda para que un obrero queer del sur global no crea y no sepa que merece vivir dignamente. Que merece vivir bien. Y que todos lo merecemos, no importa que seas hombre, mujer, perro, planta, aparato, travesti, gay, o simplemente una milanesa de soja —ni de carne ni de pollo (como dice la pensadora argentina Oriana Junco).
Esta certeza personal no es solo espiritual: es política y sobre todo económica. La economía atraviesa nuestras vidas. Está en cada conversación sobre trabajo, en el miedo a no llegar a fin de mes, en la ansiedad de las deudas, en la alegría o el alivio de sentirnos parte de algo más grande que nosotros.
Es menester en estos tiempos tener la capacidad para pensar de manera crítica. Usar la IA como aliada y con responsabilidad, y tramar con creatividad acciones y expresiones que nos ayuden individual y colectivamente a resignificar la herida con la economía, su lenguaje, su alcance y entender que la economía es una moneda de cambio que está presente en nuestras vidas, historias personales y en las de nuestros seres amados. Ergo es algo que NO podemos pasar por alto, es un punto de paso obligatorio si queremos salir de este bucle ficcional del terror, donde parece ser que la única salida posible es Ezeiza o una ayuda monetaria que viene desde el norte global (y que, de la boca del mismo Donald Trump “no necesitamos pues estamos haciendo un buen trabajo”; ¿para quién?).
No es justo que una persona de manera individual deba lidiar con tanto y que la mayoría de los argentinos no sepamos hablar el idioma de la economía para tender puentes, diálogos y conversaciones, sino para alejar posiciones. Ahora la novedad es que a quienes nos gobiernan se les ocurre enseñar «Educación Financiera» para que todos sepamos cómo manejar nuestras finanzas, o para adoctrinarlos en una única manera de concebir el orden económico posible para la vida. ME RIO DE JANEIRO.
Por supuesto que es imprescindible que todos sepamos conocimientos básicos de finanzas, pero lo que nos urge estudiar, desde los colegios secundarios -además de una comprometida Educación Sexual Integral (ESI)- es Economía Política para manejar conceptos básicos de macroeconomía. Si nuestros dirigentes/referentes/líderes actuales tienen huevos de verdad, no le pueden correr el culo a la jeringa. Y uso específicamente la metáfora del culo porque culo tenemos todos sin importar si sos judío, peronista, negro, puto, feminista, libertario, evangélico o una persona “apolítica».
Educación y Economía
En el estudio de la economía, sé por experiencia que el mayor desafío no es memorizar fórmulas, sino sostener el golpe afectivo que revela dónde estamos parados: un país atado a deudas, a promesas de futuro que nunca llegan y a heridas políticas que siguen abiertas desde 2001.
Recuerdo la confesión de la famosa locutora mendocina, Lila Levinson, en un programa de stream: con lágrimas en los ojos contó que su hijo aún no pisa el suelo argentino desde aquel diciembre implacable. No es la única historia así, miles de familias se fragmentaron desde ese momento. Y la economía está ahí, en cada herida, en cada partida.
Cuando Agustin Laje (asesor de Javier Milei) dijo en el cierre del Derecha Fest -que se llevó a cabo en Córdoba- que «las personas trans (o queer, whatever) muestran altos índices de infelicidad» (medida en términos de consumo, ojo), sigue predicando una idea errónea de la escuela neoclásica, que es una nueva maniobra de distracción para barrer bajo la alfombra la memoria del 2001.
Un dato económico fundamental que siempre enseño en las clases y del que doy cuenta en mi libro El homo economicus que somos (2022) es que, con epicentro en la crisis económica del 2001, aumentaron los casos de suicidios en el país, de los cuales aproximadamente el 80% se trató de hombres cis género. Dicho en criollo: padres de familia que no pudieron gestionar el no poder proveer alimentos a sus hijos y como te podrás imaginar no estaban muy “felices” que digamos. Esta es otra de las caras del “fracaso económico”.
¿Habría que calcular cuál vida es más eficiente en términos de productividad y de sostenibilidad a mediano plazo? Tal vez a las personas de la comunidad LGBTIQ+ no les interese ser felices, sino vivir dignamente y en paz. ¿Cómo estamos midiendo la sostenibilidad de la vida, y por consiguiente la producción económica?
Tomemos un dato actual: el salario mínimo vital y móvil (SMVM) en Argentina es de $322.000 (alrededor de 200 dólares por mes) establecido -también- por decreto del Poder Ejecutivo. Con ese ingreso, ¿se puede cubrir una canasta básica total más un alquiler? Matemáticamente, no. Investiguen y saquen las cuentas: es más del doble. La única manera de reconciliar ingresos bajos con gastos altos es endeudarse, caer en la informalidad o recurrir a actividades ilegales (Hello, déficit, ¿te suena?).
La consecuencia no es sólo fiscal: es vital. Es frustrante, angustiante, imposible. Estos mínimos condicionan el tejido social en su conjunto ya que la economía es un fenómeno político, social y humano. Al igual que la salud mental a todos nos puede tocar, la suerte es loca y cuando te toca, te toca. Nadie está inmunizado contra este virus.
Desprogramar la mente económica del siglo XXI
Mark Fisher, filósofo inglés y profesor de la Goldsmiths College (Universidad de Londres), dice que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” y esto es esencial. Si no podemos imaginar o creer que existen otros futuros posibles, entonces no podremos trabajar para seguir esos sueños, diseñar metas y hacerlos realidad.
El autoconocimiento es fundamental, sí, pero también los conocimientos objetivos que inscribe la ahora llamada «Economía» -en su último rebranding después de que los neoliberales le cambiaran el nombre de su dni- antes llamada Economía Política. Basta leer solo un libro o texto clásico de economía para saber esto. O googlear A.A.E.P., la Asociación Argentina de Economía Política, que sigue funcionando actualmente y mantiene su nombre por cuestiones legales y de tradición (supongo).
Que la economía sea política implica, entre otras cosas, que a veces lo que se espera que suceda (las expectativas) puede condicionar algunos indicadores y fenómenos económicos, si inspira cierto grado de confiabilidad. Por ejemplo, hacia finales de septiembre, un mero anuncio de asistencia financiera del Tesoro de los EEUU a la Argentina provocó que disminuyera el riesgo país y aumentara la cotización de ciertos bonos en el mercado de valores (si querés, podés googlear las contadas excepciones que esto ha pasado en los últimos 30 años de la historia económica mundial, y sino escribime y te lo comparto. Spoiler alert: covid-19, crisis 2008/2009, tequilazo, entre otros).
Entender que la economía es política es clave porque en la actualidad circulan discursos de odio que impactan directamente sobre las condiciones de vida. Cuando Javier Milei viajó en avión hasta Davos en EEUU y dijo en un foro económico mundial que los homosexuales son pederastas, a muchos miembros de la comunidad LGBTIQ+ se les redujeron las posibilidades de vida: desde conseguir un puesto laboral decente hasta encontrar un espacio para vivir con alguien que esté dispuesto a alquilarte. Eso lo sé de primera mano. Lo vivo y lo experimento. A mí no me lo cuenta nadie. Y así como esto me pasa a mí, sé que hay otras realidades de otros homo economicus que la tienen más complicada. La deuda no es solo financiera: también es política, afectiva e intergeneracional. Y el abandono de la salud mental es quizá la deuda más grande.

Ahora bien, para quienes se pregunten, ¿qué es un homo economicus? Se trata de una simplificación teórica de la escuela neoclásica, un ciudadano blanco, propietario, sin vínculos ni afectos, que toma decisiones ideales con total racionalidad, acceso perfecto a la información y objetivos coherentes y egoístas. Esa ficción, que nunca existió en la realidad, sigue siendo el modelo con el que la economía tradicional explica y calcula la vida. Y por eso es necesario hackearlo.
Además, como recordaba Hannah Arendt (filósofa e historiadora estadounidense), este tipo de homo economicus es el estúpido más peligroso: el que obedece sin pensar. Su mente ciega y hechizada reproduce un sistema que lo limita y lo vuelve incapaz de imaginar otra cosa. ¡Atención! Si conocés a un/una homo economicus (o si sos uno/a y no lo sabías), hay un antídoto.
Romper el hechizo: un truco para despertar
Hacer el experimento de poner en palabras qué tan homo economicus creo ser, o creo que sean quienes me rodean, es una manera de actualizar conversaciones que entretejen historias, vivencias, sensaciones y percepciones (erróneas o no). Este simple pero efectivo ejercicio nos saca del ensimismamiento y, en ese movimiento, se liberan fuerzas como miedo, culpa, vergüenza, angustia o ansiedades. Paulatinamente, se produce una expansión de la conciencia: ya no pensamos en un individuo aislado, sino en entramados sociales reales.
Partir de cuerpos concretos —como el de Lali, Melody, Tehuel, Morena, Brenda, Lara, por nombrar algunos— nos recuerda que somos identidades múltiples, sudakas, curtidos por la crisis. Esa diferencia es una fortaleza. Y se puede capitalizar estudiando economía. Por eso, frente a discursos de odio -como el de Agustín Laje o Javier Milei- que usan a las diversidades como chivo expiatorio, la economía queer funciona como un antídoto: recuerda que la economía nunca es neutral, y que los discursos de odio no solo dañan vidas, sino que también condicionan políticas públicas. Porque, como dijo recientemente la activista feminista Georgina Orellano, cuando invisibilizás a un sujeto político lo dejás expuesto a que cualquiera se sienta con el poder de hacer lo que quiera con esa persona.
ACLARACIÓN IMPORTANTE: el conjuro sólo funciona cuando decimos «homo economicus», no «hummus economicus» (como dice mi abuela) ni su alter ego «homo argentum». Esto es así porque la macroeconomía como disciplina es global e internacionalista. No nacional. Es nuestro deber HABLAR BIEN si lo que se busca es dejar de ser un tilingo promedio narcisista cuya falta de conocimientos económicos, saberes culturales y una figura paterna presente y decente (me refiero, ehh, digamos… al Estado) hace que solo podamos ver, hablar, copiar y sentir la vida como un aspiracional primer mundista que quiere poseer y pertenecer.
Durante mis años de formación y trabajo en la Cátedra de Epistemología y Metodología de la Investigación Científica de la Facultad de Ciencias Económicas (UNCuyo), elaboré mi tesis de grado —que luego se transformó en artículo científico y más tarde en libro— y transité una década como ayudante de cátedra, profesor adscripto y jefe de trabajos prácticos. En ese tiempo acompañé más de cincuenta trabajos finales de grado vinculados al sector productivo y regional de Cuyo. Participé en proyectos científicos interdisciplinarios que, aunque casi nunca tuvieron retribución económica, me ofrecieron una riqueza formativa y afectiva inmensa. Todo ese recorrido, académico y humano, me llevó a una convicción que hoy sostengo con claridad.
Como escribió Marcelino Cereijido en el libro La construcción de lo posible: la Universidad de Buenos Aires de 1955 a 1966, “lo que sigue sofocando a muchos argentinos es la imposibilidad de ejercer su derecho a conocer” (Rotunno 2003, p.9). Y como dice la economista argentina Rikap, la Economía Política sirve para reconocer que la sociedad no es producto de ninguna fuerza oculta (Revista EPQ 2017, p.6). Poner estas palabras en el centro es romper el hechizo: porque la verdadera lucha está en la imaginación, en aceptar que merecemos vivir mejor para poder soñar y actuar en coherencia. Ya lo decía Aristóteles: la esperanza es el sueño de quienes están despiertos.
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