LAS VISIONES VENENOSAS

Una novela protagonizada por cuatro mujeres, los «Ellos, las cosas», y una atmósfera gótica ineludible.
Escribe: Gabriela García
Podría, y voy a hacerlo, hablar de la experiencia de lectura, si fue interesante o no y por qué, pero antes de hacer eso voy a decir que leer esta novela fue una experiencia en sí misma. Si es que la conmoción del pensamiento es una experiencia. Voy a intentar explicarme. Para lo primero resumiré en dos o tres líneas de qué se trata esta, y luego haré mi monstruo de recuerdos sobre cuáles son los elementos que aparecen en el gótico y que fui reconociendo durante la lectura.
La historia se trata de cuatro mujeres jóvenes que han escuchado el llamado de “Ellos, las cosas”, dejan sus vidas y se recluyen en una casaquinta a esperar más señales. Los días transcurren entre las rutinas y el desciframiento de signos, hasta que el final una de ellas sale.
Como dije los leitmotivs del gótico se hacen presentes desde el comienzo. Haré un punteo de qué es lo que encontré a lo largo de sus páginas y volvió a encantarme como cada vez que los encuentro bien escritos y el tono perfecto.
La morada: la casaquinta está aislada, separada de otras por cercos, árboles y arbustos. Se encuentra en estado de abandono, húmeda, fría, descascarada, animalejos la recorren, hacen ruidos en el cielorraso. Las imágenes visuales, táctiles, auditivas que usa Fermín Eloy Acosta son precisas, bien ubicadas en el texto, no se puede olvidar ni por un segundo donde están estas cuatro chicas. “También había la pileta de agua estancada donde nadaba la podredumbre, un cuartucho escondido atrás de las ramas del espino negro…”.
El cromatismo: la atmósfera en que se mueven Graciela, Belita, Elsa, y Olga, así sus nombres, tiene una luz crepuscular, nunca plena. Muchas veces hay neblina. Y las chicas siempre vuelven a la casa por la noche. Prevalecen las sombras en el ambiente lúgubre y amenazante donde el autor ha plantado a sus personajes. Estas damiselas, que de lánguidas no tienen nada y que del apuro sólo conocen la urgencia de que algo ocurra, y finalmente “Ellos, Las Cosas” se les manifiesten, se confunden con el desgreñado paisaje final.
La llamada: las chicas se han sentido impelidas hacia ese “otro lugar” donde el funcionamiento del mundo ha quedado suspendido, e intentan reemplazarlo con una nueva lógica, con una máquina imperfecta de desciframiento de signos, y la puesta en marcha de mecanismos de supervivencia. Las cuatro escucharon una llamada, algo se les iba a revelar. No sabían si habían sido puestas a prueba o si todavía lo estaban. ¿Ya habían sido seleccionadas o no? Cualquier error involuntario podía desgraciar su destino, como la hamartia griega. El espacio y el tiempo que habitan es una preparación para el advenimiento de algo sobrenatural, ellas sólo pueden esperar y ser suspicaces, todo les hace signo de algo, como al paranoico. Lo que las acecha alcanza el estatuto de Dios.
El umbral: existe un lugar de pasaje entre el mundo “real” y el “otro mundo”. “Allì el alambrado con un agujero escondido que levantaban cuando querían salir y cuando querían entrar y que disimulaban, por si llegara a venir alguno, atrás de una pila de ramas. Más atrás había la línea de árboles que distinguían el adentro del afuera, y de algún modo, nos separaba de la idea de Ellos.
El movimiento descendente: los personajes se deslizan hacia lo profundo según los ritmos cada más arcano del inconsciente, vamos de lo diurno y firme, a lo más nocturno e inestable. En la voz de Olga, la narradora, escuchamos “pensé en nuestras historias y en la serie de rutinas que habíamos confeccionado, cierta forma de esculpir el tiempo que nos había ayudado a no arrastrarnos a la locura” Otros grupos, como el de ellas, en otras casaquintas, habían perdido la cordura y llegado al suicidio.
El secreto: las cuatro muchachas se agrupan y reagrupan según atracciones enigmáticas, lo sexual es esa lascivia que experimentan pasivamente, algo lúbrico e impersonal en un tiempo que no corre, algo que las toquetea, o las hace toquetear y que llaman “mono”. Pero hay algo más, y es crucial para la manera en que esta novela se mete a fondo con nuestras historias políticas (hablo en plural porque este gótico es conocido por la industria editorial como “gótico latinoamericano”) y es el secreto que una de ellas descubre siendo una niña. Se le desoculta una escena que jamás tendría que haber visto en una reunión que su padre mantenía periódicamente con otros colegas militares. Esta historia va apareciendo dosificadamente entre otras historias que las chicas se cuentan por la noche para matar el tiempo y la angustia, y muestran bajo una luz mortecina muchas experiencias que siguen saliendo como cucarachas de nuestras vidas en dictadura. Hay acaso alguna forma literaria que le quepa mejor que el gótico a esa larga noche, hay acaso novelas suficientes para seguir contando y elaborando ese trauma individual y colectivo. El secreto tematizado por Fermín Eloy López es uno de los que necesitamos seguir hablando, uno que ha imbricado nuestras subjetividades y ha conformado un sujeto político que sigue actualizando sus traumas.
La orfandad: en ésta condición última de intemperie están las chicas. Así comienza la novela:«cuando me fui de la casa era el fin del verano, mis padres estaban muertos y yo había cumplido los veintiún años«. Estos personajes no tienen casa donde volver, han perdido lo familiar, en el sentido más extenso y estricto de la palabra.
Lo siniestro: Olga, Belita, Graciela, y Elsa están a la espera de Ellos/Las Cosas. La lengua no tiene nada para hacerse cargo de lo ominoso, no hay forma de escaparle a una pro nominalización neutra, a intentos fallidos de evocarlo.
Ellos-las cosas, eso que esperan y no saben bien qué es y las tiene a su merced. Eso por lo que viven inquietas y ocupa toda su mente. Eso que somete sus acciones a vigilancia permanente. Eso que las tiene fascinadas y es diabólico, eso que Freud llamó «Unheimlich», lo que aterroriza y semblantea en algo que debería ser familiar, como lo es una casa con amigas.
Las deformidades: a Olga le falta una pierna. Tiene un muñón al que cada día ata una pata de palo con un cinto. El perro vagabundo que se le aquerencia tiene un tumor en el lomo. Otra de ellas tiene un ojo malo. Decimos que el gótico saca al monstruo del castillo, como salió Frankenstein, y sin dudas sigue haciéndolo a través de estos personajes que recuerdan nuestra condición de seres fallados, degenerados.
El Doble: estas casaquintas se multiplican, con otros grupos como el de ellas desparramados por ahí. Hay una que tiene un grupo de muchachos, algo así como una casaquinta melliza que podemos imaginar en espejo. Siempre lo doble resulta extraño, como nuestra propia imagen reflejada cuando la contemplamos sin otra razón más que mirarla.
Y también podemos verificar este elemento en el doble intento de denominación Ellos/Las cosas.
Así es que termino de reconocer los rasgos del género fantástico, y a éste entramado con esa corriente que es siempre cultural y nunca pasa de moda porque está a disposición como recurso para hacernos plantear mundos que alteren nuestras certezas y sentido de lo cotidiano, en efecto el gótico siempre nos hará desconfiar los códigos que nos ayudan a percibir y comprender el mundo.
Pero esta novela funciona en muchos niveles de interpretación.
Leamos un poco tratando de no arruinar el final:
“Ya no éramos cuatro chicas solas. Porque no éramos chicas, no estábamos solas. Todo se había transformado en algún momento y no nos habíamos dado cuenta: habíamos crecido”
Uno de los niveles entonces es pensar la adolescencia como una experiencia gótica, oscura, de extrañamiento y ansiedades. El despliegue de esta historia parece la escenificación de lo espeluznante y gozoso que es dejar de ser chicas para ser cuatro mujeres. Estar en esa casaquinta a merced de algo ominoso es el rito de iniciación. ¿Y cómo serían soportables las emociones violentas, las atrofias, y los miedos de la adolescencia si no estuviéramos con otros a los que les pasa lo mismo? Tal vez deberíamos preguntarnos cómo sería apenas aguantable a cualquier edad la oscuridad sin los amigos, sin contar algún principio que organice el día a día, sin contarnos nuestras historias como los hacen las chicas.
Y la novela da una vuelta de tuerca más, una de las chicas sale, vuelve al lugar de donde vino, se deja estar ahí un rato, descubre nuevos significados, vive la desolación, y regresa al grupo para contarles que ha visto todo con nuevos ojos. “No sé si habrían salido a buscarme, pero cuando abrí la puerta, cuando vieron que volvía, de alguna forma y por los movimientos de las manos, la cara de Graciela primera, la de Belita y la de Elsa, que se acomodaba el pelo, todas devolvieron algo parecido a una sonrisa. Yo dije: encontré el límite de este mundo, toqué los costurones… Es este mundo. Estamos acá… Empezamos a ver todo ello con ojos distintos…”.
Me sonreí al pensar en la versión en clave gótica del prisionero de la caverna de Platón. El que vuelve para contarles a sus compañeros encadenados que toman las sombras por realidad, que no hace falta vivir como viven, que hay una realidad más verdadera. Vuelve para liberar a los otros, no disfruta sólo de su descubrimiento.
Dicen que lo mitos son eternos porque permiten una recomposición infinita de su significado, y entonces cómo ignorar lo que esta novela nos evoca. Pero Fermín Eloy Acosta se sale del platonismo porque sus personajes comprenden que no hay tal sol de la verdad que brille en otro lado, hay un sólo mundo por más miedo que les dé.
Quizás es cuestión de quedarse con los amigos y no perder la memoria. Dejar de tener visiones venenosas y hacer que lo inhóspito se convierta en un hogar. Crecer un poco, tal vez no para siempre, porque no se va en línea recta, pero sí esforzarnos por estar en contacto con nuestra memoria individual y colectiva. Puede ser que este esfuerzo nos resulte liberador, dejemos de delirar y ocupemos nuestra casa sin que nos persigan.
Fermín Eloy Acosta
Ganadora del premio Uhart 2024

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