16 abril, 2025

SOBRE LAS MILEINOMICS Y LA ENDEBLEZ OPOSITORA

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El gobierno de Javier Milei anunció el “Inicio de la Fase 3 del Programa Económico con flexibilización cambiaria y flotación entre bandas”. ¿Cuál es la sostenibilidad del nuevo esquema y qué implicancias tiene a nivel político para el oficialismo y la oposición?

Escribe: Valentino Cernaz

Luego de que a las 16hs del viernes la publicación del dato de inflación correspondiente al mes de marzo fuese publicado por el INDEC –helándole la sangre a más de uno por su inesperada cercanía al 4%–, el gobierno se propuso, sobre el final del día, recuperar la iniciativa tras semanas en las que, coloquialmente hablando, “les entraron todas las manos”.

A través de una conferencia de prensa del ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, y una cadena nacional del presidente Javier Milei, el gobierno anunció, principalmente, los detalles del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, por el que llegarán a la Argentina 20.000 millones de dólares, la entrada en vigencia de un nuevo régimen de flotación cambiaria con bandas, con un piso de 1000 pesos por dólar y un techo de 1400 (con un ajuste del 1% mensual, hacia arriba para la banda superior, y hacia abajo para la inferior), y el relajamiento de los controles cambiarios, anunciado mediáticamente –en algo cuestionable desde un punto de vista técnico– como “el fin del cepo”.

Estos anuncios muestran la intención de la administración de Milei de generar un cambio en la dinámica de los meses recientes. A nivel económico, el gobierno nacional le da razón a todos aquellos que sostuvieron, en el último tiempo, que había atraso cambiario en la Argentina, y que el crawling peg del 1% mensual no era sostenible, tal como han planteado economistas de las más diversas tradiciones, desde Emmanuel Álvarez Agis hasta Domingo Cavallo, pasando por Marina Dal Poggetto. A nivel político, se trata de una búsqueda de recuperar la narrativa frente a la opinión pública, rompiendo con el clima de inestabilidad del tiempo reciente.

En principio, esta nueva etapa de las Mileinomics refuerza una idea que no parece ser hegemónica dentro del campo opositor: hoy, no hay un estallido macroeconómico a la vista, por lo que trabajar con esa hipótesis política no parece ser la mejor de las estrategias.

La llegada de fondos frescos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, primero, y la posterior llegada de los dólares correspondientes a la liquidación de la cosecha gruesa del sector agroexportador, le otorgan al gobierno otro panorama en el frente externo.

A mediano plazo, incluso, dada la existencia del Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI), si el gobierno logra mantener la estabilidad política y el orden macroeconómico –y, en especial, si continúa en la senda de flexibilizar los controles cambiarios–, existe la posibilidad de que se dé un proceso de llegada de inversiones extranjeras que le proporcione una mayor viabilidad al modelo económico. No es una garantía, claro, porque la economía no es una ciencia exacta, y los actores económicos son, en última instancia, actores sociales.

No obstante, a día de hoy, tampoco es cierto que el plan de estabilización haya triunfado. No es un problema de valoración, sino uno de tiempo: aún no lo sabemos. Un éxito parcial se verifica en el ordenamiento de las cuentas públicas, el crecimiento de la actividad de los últimos meses, y la drástica reducción de la inflación con respecto al año 2023. Sin embargo, en las próximas semanas, será importante seguir de cerca la evolución del nivel de reservas netas del Banco Central, y en qué medida el dólar se acerca a la banda superior de 1400 pesos. Que en los próximos días el tipo de cambio fluctúe dentro de las bandas de flotación es un escenario lógico dentro del nuevo esquema cambiario, y ningún movimiento que se dé allí representará, en lo inmediato, la victoria o la derrota definitiva del plan económico. Se trata, como hemos dicho, de un problema de tiempo.

El panorama a mediano y largo plazo de la macro de las Mileinomics parece tener dos indicadores especialmente relevantes en el nivel de reservas y el tipo de cambio peso-dólar. Si, al cabo de un mes, el gobierno retoma la dinámica de vender reservas compulsivamente, buscando sostener el precio del dólar en torno a los 1400 pesos, se habrá configurado un escenario verdaderamente delicado, y habiendo gastado ya la bala de plata de acudir al Fondo Monetario Internacional. Además, resulta relevante seguir de cerca la volatilidad internacional de la que tanto se ha hablado en los últimos días. Sin embargo, es difícil ver un escenario de crisis terminal a corto plazo para el gobierno de Milei.

Pero, ¿realmente todo marcha de acuerdo al plan? El dato de inflación de marzo parece mostrar lo contrario para un gobierno que buscaba llegar a las elecciones legislativas del 26 de octubre con un índice de precios al consumidor (IPC) que le muestre el electorado que “el esfuerzo está rindiendo sus frutos”. Ese era el escenario que se perfilaba cuando el índice de oro de la economía argentina comenzaba con un “2” adelante, tal como sucedió entre octubre de 2024 y febrero de este año.

Sin embargo, el 3,7% de marzo –agravado puntualmente por el dato del aumento de 5,9% en la división de alimentos y bebidas no alcohólicas–, junto con la expectativa de que la dinámica pueda profundizarse en abril, y tal vez en mayo, producto de la devaluación, le pone un límite evidente a esta narrativa. Luego de semanas en las que el gobierno comenzó, progresivamente, a perder apoyo en la opinión pública según las encuestas de las consultoras más importantes, la contienda electoral será muy diferente para el oficialismo si llega a agosto con un IPC por encima o por debajo del 3% mensual.

El gobierno tiene por delante el desafío de hacer equilibrio entre el proceso de desinflación y la flotación del tipo de cambio. Se trata, claro está, de un equilibrio delicado: dado que las bandas de flotación del TC no están indexadas a la evolución del IPC, sino que, como se dijo previamente, tienen prestablecido un 1% mensual, si el precio del dólar se acerca a los 1400 pesos y requiere una intervención de parte del gobierno para sostenerlo en ese precio, puede volver a configurarse un escenario de atraso cambiario que le quite competitividad a la producción argentina. No está de más decir que, en ese caso, una devaluación tampoco sería gratuita en términos de consecuencias, y menos en un año electoral. Como hemos planteado, es un equilibrio delicado.

Ante este escenario, el panorama tampoco se vislumbra despejado para la oposición. Ante la inverosimilitud de un colapso macroeconómico de corto plazo que lleve a que la ciudadanía busque en el pasado la salida para el futuro, quienes se oponen al gobierno de Milei parecen requerir recalibrar su estrategia y, en particular, su crítica a la actual gestión.

Primeramente, la existencia de un consenso con respecto a la necesidad de hacer un ajuste de las variables macroeconómicas en diciembre de 2023, tanto en la opinión pública como en la mayoría de los economistas –heterodoxos incluidos–, el punto a partir del que se puede discutir con el gobierno acerca de esta cuestión se resume en una pregunta: “¿Qué ajuste?”. La respuesta práctica de la gestión de Javier Milei fue clara: un ajuste regresivo, en el que se combina, por ejemplo, la destrucción del poder adquisitivo de los haberes jubilatorios con la reducción del impuesto a los bienes personales. La tarea de la oposición es explicar cómo y por qué las cosas se podrían haber hecho de una manera diferente.

Al mismo tiempo, la crítica podría apuntar a los efectos generales y a largo plazo de este modelo económico. ¿Qué sectores productivos emplearán a quienes pierdan sus trabajos en la industria argentina ante la apertura importadora? ¿Qué país del mundo se desarrolla atacando a sus científicos y a sus universidades? ¿Cómo ayudará la destrucción del Estado a mejorar los problemas que, desde hace tiempo, la sociedad argentina identifica en las escuelas y los hospitales públicos? ¿Cómo facilitarán los recortes en obra pública la construcción de un país más federal e integrado, e incluso, de uno con más inversión privada? Las preguntas que se desprenden de las Mileinomics necesitan de alguien que las enuncie.

El problema en este punto es que parecen faltar interlocutores válidos en el campo opositor para enunciar esa crítica. El todavía reciente recuerdo del fracaso económico del gobierno de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa, ha dejado a la dirigencia de la principal oposición en una situación de fuerte desprestigio, y ante las valoraciones negativas sobre el rumbo de la economía, no sería extraño que aparezca, y con mucha legitimidad, una pregunta fundamental: “¿Y por qué no lo hiciste cuando gobernaste?”. La capacidad de una oposición que hoy aparece endeble para dar respuesta a los interrogantes clave de la época será fundamental de cara a un proceso electoral de medio término que está cada vez más cerca.


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