Escribe: Esteban Magnani

Fuente: Revista ACCIÓN

Muchos turistas se deben haber sorprendido de ver por primera vez esas bolas plateadas llamadas Orb que se instalaron para escanear el iris de los paseantes a cambio de unos dólares. La actividad es parte del proyecto de Worldcoin que, como tantos otros, esgrime argumentos humanitarios para montar un negocio financiero violatorio de la privacidad. 
Las filas frente a los Orb, que se multiplicaron a mediados de 2023 y habían casi desaparecido a fin de año, recobraron fuerza en este verano de profunda crisis y creciente necesidad. Vale la pena hacer un repaso sobre las múltiples aristas de un plan que ya fue prohibido en varios lugares del mundo.

Prueba de humanidad

Tools for humanity (Herramientas para la Humanidad) es una compañía tecnológica «construida para asegurar un sistema económico más justo», según define su sitio. Sus fundadores son Alex Blania y Sam Altman, este último conocido en los últimos años por ser el CEO de OpenAI, la empresa que desarrolló ChatGPT que lo lanzó a la fama. 

Altman lleva años promocionando la necesidad de un Ingreso Básico Universal (IBU) para cada ser humano del planeta. Sin embargo, al igual que la mayoría de la élite de ultrarricos, desconfía por principio de los Estados y prefiere hacer la tarea desde una empresa privada. Por eso en 2019 registró la Fundación Worldcoin en las Islas Caimán. Se trata de un proyecto que permitiría individualizar a cada humano gracias a sus datos biométricos únicos (como el iris) y también crear una criptomoneda a la que se conoce por su sigla WLD.

Para abrir una billetera con WLD, es necesario brindar información biométrica tomada, por ejemplo, del iris. Esto permite registrarse para recibir mensualmente WLD que, en principio, podrían cambiar por dinero. Es por eso que en los lugares por los que circula mucha gente se podía escuchar a alguien promocionando: «¿Quién quiere cuatro dólares gratis?».

La empresa asegura que la imagen del iris no se almacena en ningún lado, sino que es traducida a una secuencia criptográfica que permite dar prueba a quien lo solicite de quién es uno. Esta persona, entonces, no podría acceder nunca a los detalles concretos del iris, pero sí saber que uno es quien dice ser. Según Worldcoin ya hay más de 3 millones de personas registradas en el mundo (y contando) desde sus inicios a mediados de 2022. 

Buena parte de los registrados son de países como India, Kenia, Brasil, Sudán e Indonesia, entre otros, en los que un puñado de dólares es suficiente incentivo para entregar información cuyo valor y utilidad se desconocen. En Estados Unidos el proyecto aún no se lanzó por miedo a los controles sobre privacidad y en Europa está siendo cuestionada. En países como Kenia ya se prohibió la actividad de la fundación, por citar solo un ejemplo. 

En Argentina se calcula que unas 500.000 personas ya pasaron frente al Orb, pese a que ha habido pedidos de informes desde la Agencia de Acceso a la Información Pública por posibles violaciones a la Ley de Protección de Datos Personales. Más recientemente el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires requirió información sobre los registros biométricos a Worldcoin. Mientras tanto, la recolección de datos personales sigue.

¿Qué puede salir mal?
Los problemas de la iniciativa no son pocos y vale la pena hacer un repaso breve sobre algunos de ellos. 
En primer lugar, las promesas de seguridad sobre la información que se entrega a la empresa no resiste un examen minucioso como el que le realizó el prestigioso MIT: allí se detectaron prácticas de marketing engañosas y que se tomaba más información de la que se reconocía, por lo que el consentimiento de los «escaneados» era falaz. Las actividades también violan la nueva legislación europea de privacidad de datos y leyes locales de todo el mundo.
Con respecto a la supuesta inviolabilidad del sistema, ya hay registros de robos de claves de Orb que permitieron a hackers acceder a la información almacenada. Los reclutadores trabajan a comisión y, por muy seguro que sea el sistema de encriptado, el factor humano es un riesgo que no se puede controlar.
En segundo lugar, está la cuestión fundamental de «inventar» una moneda. La historia reciente demuestra la fragilidad de este «dinero» sacado de la nada y el marketing necesario para sostenerlo; el incentivo para hacerlo es grande: el 10% de los WLD son de los empleados de Worldcoin y el otro 10%, de los inversores que pusieron dinero en el proyecto. Los interesados tienen recursos para intervenir cada tanto con demanda para mantenerlo a flote. 
Al momento de escribir esta nota, el volátil precio de los WLD es de 2,3 dólares; en diciembre, había superado la barrera de los 4. Quienes recibieron cerca de 20 dólares por anotarse y algo más mensualmente podrían ilusionarse con retirar suficiente como para una modesta compra en el supermercado o pedir unas pizzas con cerveza en un bar argentino. Sin embargo, la tarea no es tan fácil e implica cierta complejidad tecnológica y varias comisiones intermedias que pueden reducir el monto final significativamente. 

Un rey desnudo
La lista de objeciones a este proyecto podría seguir, pero todas están subordinadas a cuestiones frecuentes en el mundo tecnofinanciero. 
Por un lado, está el «solucionismo tecnológico» frecuente en los tecnohéroes de la actualidad: tienen una mirada muy limitada de las problemáticas sociales que les permite reducirlas hasta hacerlas encajar en una solución tecnológica. Desde su punto de vista, no es necesario cobrar más impuestos a los ricos o producir y distribuir mejor, sino invertir millones en una solución mágica que resolverá todos los problemas. Por si esto no ocurriera, estos personajes se garantizan una buena cifra incluso si el proyecto fracasa. Del otro lado, quedan aquellos que, en su desesperación por salir del pozo, terminan peor de lo que empezaron.
Por supuesto, este proyecto utiliza un aura de modernidad reflejada hasta en el diseño futurista de los Orb y en una una cháchara incomprensible sobre criptografía para seducir incautos y mantener activos a los fanáticos. De esa manera cuesta señalar al rey y decir que, otra vez, está desnudo.


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