DE RUSIA CON AMOR
Escribe: Pablo Ernesto Suárez (*)
Una de las cosas que más me gusta de la música es que permite elaborar y enriquecer imaginarios colectivos. Analizar las letras de las canciones que suenan y resuenan en una sociedad nos ayuda a conocer algo sobre cómo pensaba y sentía ese grupo humano en ese momento. Hoy me gustaría compartir con ustedes algunas ideas acerca de la imagen de Rusia en la música argentina.
¿Cuál fue la primera presencia de Rusia en alguna expresión cultural reconocida como argentina?
En el Facundo aparece tres veces la palabra Rusia. Como se imaginan, es en forma peyorativa, como un lugar de atraso y de despotismo. En el Martín Fierro, mezquino en caracteres internacionales, hay italianos e ingleses, pero no rusos.
Cuando nos acercamos al siglo XX el escenario muta. Si la mirada del romanticismo (Alberdi, Echeverría, Sarmiento, Sastre) había estado puesta en Francia, el fin de siglo fue trayendo a estas costas un nuevo tipo de inmigración y la influencia de una nueva literatura. Los franceses quedaron, claro, (Victor Hugo, Zola, Anatole France) pero, entre otras influencias aparecen los rusos. Gogol, Dostoyevsky, Tolstoi, más tarde Chejov, y ya en épocas soviéticas Máximo Gorki.
Estas influencias no serían ajenas a la cultura de izquierda, tan fuerte en esos momentos, ni al tango, que la incorporó prontamente en su mirada cosmopolita. Hasta el mismísimo hermano de Norah Borges se dejó seducir por la revolución y le dedicó un poema. Aunque el escenario primordial del tango es el diverso mundo urbano (bares, casas, barrios, avenidas, ranchos, puertos, etc.) hay muchos tangos que transcurren en el campo, en «la pampa» (entendida como forma geográfica, no como «provincia»). Y ahí se termina el mapa argentino para los tangos de la era clásica. Mucho París, algo de Nueva York e Italia (esta última casi siempre en tono evocativo). Entre ellos se cuela llamativamente una presencia: Rusia. Y ahí aparecen obras que tienen como escenario al gran país del este. «Sonia» de 1927 grabada por Gardel (gracias, Lautaro Kaller), pero también el tango «Gitana Rusa», bastante más conocido; luego, explotando el cliché musical ruso aparece nieve («Nieve») y su continuación «Vuelvo a Moscú». ¡Uno más triste que otro! Deportados, frío, caminatas en la nieve. Si bien esos tangos son posteriores a la Revolución, la estética es la vieja iconografía de la rusia «clásica» onda Miguel Strogoff y todo ese rollo. Y aunque en la Rusia soviética no faltaron deportados -ni nieve, ni estepa- también había otras cosas que estaban siendo narradas por otras estéticas, pero no por la música que es de lo que queremos hablar hoy. Esa musicalidad, con toques que hoy llamaríamos «gipsy» y esa inclinación hacia la problemática social fueron frecuentadas por Antonio Tormo tanto en «Mis harapos» como en «Canción del linyera». Algo había ahí.
Es curioso que en aquellas épocas la caricatura del rusismo se encuentra no tanto el «judío» (que hoy funciona casi como sinónimo de «ruso») sino en el «gitano». Me señala un amigo entrerriano que allí se les dice «Ruso» a los alemanes del Volga. Es verdad. «Ruso» y «gringo» es un apodo muy común para la gente rubia en Argentina. Una asociación que persistirá en los setenta en el programa «Titanes en el Ring» con la música de Horacio Malvicino para el Gitano Ivanoff y con el ritmo y melodía y el arreglo instrumental de la famosísima canción «Cara de Gitana» que refuerza la idea de que para aquellos años en la cultura argentina la estética gitana se asociaba más al este europeo -y ahí caían los rusos- que al sur de España. Claramente, hoy eso ha cambiado.
En 1969 Les Luthiers se anota con «Oi Gadoñaya» una parodia en la que aparecen los cliches de la música conocida como mundialmente como «rusa».
En la década del 60 y 70 aparecen algunas menciones en tono jocoso aludiendo al mundo bipolar. En «Tirate un lance», un tango grabado por Rivero, aparece:
«Los yankis tiran bombas, chiya el vietcong,
Los rusos pa´ la luna van en camino
Y vos seguís yugando como un león».
En «La guardia de seguridad» de Tarragó Ros:
«A los bolches y a los yankis,
si les llego a encontrar
le voy a pegar una zarandeada
para que se dejen de bochinchear».
Como en «Aprieten los cantos» de Fontova:
«Preparate ruso, preparate gringo,
aprieten los cantos, que vienen los indios».
Y no faltó el registro amargo respecto del asunto, como lo cuentan Cantilo y Durietz en en “La marcha de la bronca”:
“Los que mandan tienen este mundo
Repodrido y dividido en dos”.
O la pesadilla de Miguel Mateos:
«Tengo a un ruso y a un yanqui dentro de mi habitación
Que se juegan mis zapatos y mi foto de graduación».
Lo más bizarro que encontré entre el folklore fue «Los hambrientos de Rusia» del Pampa Oberá. Allí se cuenta la historia de una familia de hambrientos que se acerca a un banquete organizado por gente rica. A los mendigos se les niega comida porque es a beneficio de los que le dan título al recitado. Inconcebible idea retro, que retoma algo muy común entre las derechas del mundo de la década del ‘20.
Con el Rock aparecen los apodados «rusos» en relación a su origen judío (Lebón, Sujatovich). Pero poco aporte en la letrística.
En 1981 Pappo menciona a la URSS (ya no hay URSS ni USA) en «Macadam 3,2,1,0» y luego Los Violadores en 1985 con su canción «Sin ataduras», insistiendo con la temática del mundo bipolar (gracias, José Giavedoni). Pero habrá que esperar a 1986 cuando aparece «Oktubre», de Patricio Rey y los redonditos de ricota. Un disco MUY ruso. No sólo por la estética de la tapa o su canción homónima que aluden de algún modo a la revolución, sino también en una musicalidad en la que abundan las que Skay (cuyo padre nació en Azerbaiján) llama «escalas de Medio Oriente».
«Visite la URSS» es una canción premonitoria de Ignacio Copani, aparecida en 1989, el mismo año de la caída del muro de Berlín. Musicalmente cliché, melodía, autoritarismo, vodka, coro y todo eso que conforma la imagen de Rusia que aún persiste, aunque allí sobrevuela algún chiste interno hacia la militancia de izquierda y el mítico «viaje a la URSS». Retoma el tema del mundo bipolar que había iniciado en su propio repertorio con «En los ‘iunaitesteis'».
Es gracioso destacar el giro que ha dado el asunto. De aquellos tangos terribles con los lobos aullando de hambre a punto de comerse a un cristiano (ortodoxo), hemos pasado a la sátira, al chiste sobre una caricatura de «lo ruso» a lo que no pudo resistirse ni siquiera el Indio cuando dice «secas, austeras soviéticas».
En 1991, los Redondos sacan un disco muy político que tiene en «Queso ruso» un tema que analiza el fin de una etapa y el planteo de un «nuevo cielo». Adiós a la URSS.
La cancionística argentina del siglo XX tuvo la suerte de nutrirse desde sus orígenes con una mirada muy cosmopolita, una herencia recibida del tango, forjada en ciudades plagadas de inmigrantes. El rock ha recibido gustosamente esa herencia y durante mucho tiempo pudo dialogar con lo que estaba pasando en otras partes del mundo. Me interesaba destacar la presencia rusa en esas letras, dada la lejanía real de la cultura rusa respecto de la argentina, que se ha referenciado más bien con España, Italia, Francia e Inglaterra y naturalmente -por su peso en la cultura occidental- Estados Unidos. Sin embargo, desde ese exotismo lejano, Rusia ha estado presente en algunas letras, en versiones satíricas o hiper-realistas, como ofreciendo su propia coloración en el mosaico musical argentino. Lo ruso era el frío y la estepa. Luego ruso pasó a ser homologado a soviético. Hoy, Rusia -y el resto del mundo, asumámoslo- ha desaparecido de la letrística argentina
En los últimos años la música popular argentina ha caído en una etapa de exacerbado solipsismo en la cual la mirada no va mucho más allá de la punta de la nariz, ya que el extremo de ese órgano queda demasiado lejos de las motivaciones de los autores. Quizás en algún momento la letrística pueda recuperar narrativas y escenarios que vayan más allá del sillón, la terraza y la cama para imaginar historias nuevas y enriquecer el imaginario colectivo. Para conocer Rusia habrá que ir más allá de Cabildo y Juramento.
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