LA CRUELDAD DISCURSIVA Y LA PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDADES EN LAS NUEVAS DERECHAS

Odio, simplificación y huida de la complejidad.
Escribe: Gabriel Carvallo
Los discursos políticos de las nuevas derechas se caracterizan por una retórica marcada por la crueldad, la polarización y la simplificación. Esta crueldad no se limita a la descalificación del adversario político, sino que se extiende a la demonización de grupos minoritarios, inmigrantes y todo aquello que se percibe como una amenaza a una identidad nacional o cultural homogénea e idealizada. Esta estrategia discursiva no es un mero ejercicio retórico; tiene profundas implicaciones en la formación de nuevas subjetividades, moldeando individuos permeables al odio y reacios a la complejidad del mundo contemporáneo.
Cornelius Castoriadis, en su análisis de la imaginación radical y la institución imaginaria de la sociedad (La institución imaginaria de la sociedad, 1983), nos ofrece herramientas para comprender cómo estos discursos construyen un universo simbólico cerrado y excluyente. La apelación constante a un pasado mítico y la exaltación de una identidad esencialista funcionan como mecanismos para clausurar el espacio de la alteridad y la diferencia. El «otro» es construido como una amenaza existencial, un elemento disruptivo que debe ser erradicado para preservar la pureza de la comunidad imaginada. Esta lógica de exclusión se nutre de la incapacidad, o la falta de
voluntad, para confrontar la inherente complejidad de las sociedades modernas, caracterizadas por la diversidad cultural, la multiplicidad de identidades y la fluidez de las fronteras.
Byung-Chul Han, en obras como La sociedad del cansancio (2012) y Psicopolítica (2014), ilumina la manera en que el neoliberalismo tardío y la sociedad digital han transformado la subjetividad. La presión por la auto-optimización y la transparencia total fomentan una cultura de la positividad compulsiva que rechaza la negatividad, el conflicto y la ambigüedad. En este contexto, los discursos de las nuevas derechas encuentran un terreno fértil al ofrecer narrativas simplificadas y culpabilizadoras. El odio al «distinto» se convierte en un atajo cognitivo para evitar la fatiga psíquica que implica la comprensión de la complejidad social. Las redes sociales, con su lógica de inmediatez y polarización, actúan como amplificadores de estas narrativas, difundiendo noticias falsas y desinformación que refuerzan los prejuicios y la visión simplista del mundo. La «infocracia» descrita por Han, donde la información fragmentada y emocional prima sobre el análisis reflexivo, facilita la propagación de mensajes de odio y exclusión.
La lógica implacable del mercado neoliberal, tal como la analiza Byung-Chul Han, se alimenta de la eficiencia y la optimización, procesos que inherentemente tienden a la simplificación de los fenómenos de producción y consumo. En la búsqueda de la maximización de beneficios y la aceleración de los ciclos económicos, las complejidades inherentes a la producción (como las relaciones laborales, el impacto ambiental, la diversidad de saberes) y al consumo (las motivaciones profundas, las necesidades reales versus los deseos inducidos, las consecuencias a largo plazo) son sistemáticamente reducidas a modelos lineales y cuantificables.
Esta simplificación se alinea con la «sociedad del rendimiento» descrita por Han (2012), donde el individuo es interpelado como un sujeto emprendedor de sí mismo, enfocado en la productividad y la auto-explotación. La complejidad del trabajo, con sus ritmos intrínsecos y sus dimensiones humanas, se desvanece en la obsesión por el rendimiento medible y la eliminación de toda «fricción» o elemento que pueda ralentizar el proceso. De manera similar, el consumidor es reducido a un nodo en un flujo constante de transacciones, cuyas decisiones son modeladas y anticipadas a través de algoritmos y estrategias de marketing que apelan a deseos superficiales y necesidades creadas. La tecnología digital juega un papel crucial en esta simplificación. Las plataformas de comercio electrónico, las redes sociales y la inteligencia artificial facilitan la ilusión de un mercado transparente y eficiente, donde la oferta y la demanda se encuentran sin mediaciones complejas. Sin embargo, esta transparencia esconde las intrincadas cadenas de producción globalizadas, la explotación laboral en países periféricos y el impacto ecológico de un consumo desenfrenado. La complejidad de estas realidades es deliberadamente obviada para mantener la fluidez del mercado y la sensación de inmediatez y satisfacción individual.
La aversión a la complejidad, como señala Han en Psicopolítica (2014), se convierte en un rasgo funcional para este sistema. La sobrecarga informativa y la velocidad del flujo de datos generan una fatiga psíquica que dificulta la reflexión profunda y el análisis crítico. En este contexto, las narrativas simplificadas del mercado, que prometen soluciones rápidas y gratificación instantánea, encuentran una resonancia particular. La complejidad de las interconexiones sociales, económicas y ecológicas es evitada en favor de una visión lineal y auto-centrada del individuo como consumidor y productor aislado.
En consecuencia, los beneficios del mercado, cuando se presentan bajo esta simplificación, se basan en una omisión deliberada de las externalidades negativas y las complejidades subyacentes. La promesa de eficiencia y abundancia se sostiene en la invisibilización de las desigualdades estructurales, la degradación ambiental y la alienación del trabajo. La ausencia de una comprensión profunda de estas complejidades no solo facilita la expansión del mercado, sino que también moldea subjetividades individualistas y despolitizadas, menos propensas a cuestionar el statu quo y más proclives a aceptar las narrativas simplificadas que perpetúan el sistema.
Franco «Bifo» Berardi, en su análisis del «semiocapitalismo» y la «mutación» antropológica contemporánea (La mutación: Mutación y metamorfosis, 2020), subraya cómo la sobrecarga informacional y la aceleración tecnológica contribuyen a una fragmentación de la atención y una dificultad creciente para procesar la complejidad. La promesa tecnológica de una conexión global instantánea paradójicamente conduce a un aislamiento y una dificultad para la empatía. Los discursos de las nuevas derechas se aprovechan de esta fragilidad psíquica, ofreciendo identidades cerradas y narrativas binarias que proporcionan una falsa sensación de seguridad y pertenencia en un mundo percibido como caótico e incomprensible. La evitación de la complejidad se convierte así en un rasgo distintivo de las nuevas subjetividades moldeadas por estos discursos, donde la tecnología, en lugar de abrir horizontes de comprensión, se utiliza para construir burbujas ideológicas y reforzar la intolerancia.
La crueldad de los discursos políticos de las nuevas derechas no es un fenómeno aislado, sino que se inscribe en un contexto más amplio de transformación de la subjetividad. La aversión a la complejidad, exacerbada por la lógica de las redes sociales y las dinámicas del capitalismo tardío, encuentra en estos discursos un vehículo eficaz para la construcción de identidades excluyentes y la promoción del odio hacia lo diferente. Comprender esta intrincada relación, a través de las lentes teóricas de Castoriadis, Han y Berardi, es fundamental para confrontar los peligros que estas nuevas formas de subjetividad representan para la convivencia democrática y la construcción de sociedades más justas e inclusivas.
Un futuro hipotético bajo la égida de las ideologías del odio, como las que se asocian a figuras como Milei, Trump y la extrema derecha global, proyecta una sombra ominosa sobre los derechos humanos y las libertades civiles. En Argentina, un país marcado por el trauma de la última dictadura cívico-militar (1976-1983), la posibilidad de un resurgimiento de prácticas represivas evoca un espectro particularmente aterrador.
En este contexto, los más vulnerables serían aquellos que desafían el orden establecido, los que levantan la voz contra la injusticia y la opresión. Los activistas sociales, los defensores de los derechos humanos, los periodistas independientes, los artistas comprometidos y los intelectuales críticos serían blanco de la persecución estatal. La diversidad cultural, la pluralidad de ideas y la libertad de expresión serían sofocadas por un régimen autoritario que busca imponer una visión única y excluyente del mundo.
Este futuro distópico, no es una mera especulación, sino una posibilidad latente que debemos conjurar con la defensa intransigente de los derechos humanos, la memoria histórica y la democracia. La lucha contra el odio y la intolerancia es una tarea urgente y colectiva, que exige la movilización de todos los sectores de la sociedad. En este contexto, los más vulnerables serían aquellos que desafían el orden establecido, los que levantan la voz contra la injusticia y la opresión. Los activistas sociales, los defensores de los derechos humanos, los periodistas independientes, los artistas comprometidos y los intelectuales críticos serían blanco de la persecución estatal. La diversidad cultural, la pluralidad de ideas y la libertad de expresión serían sofocadas por un régimen autoritario que busca imponer una visión única y excluyente del mundo.
Bibliografía:
Castoriadis, Cornelius. (1983). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Tusquets
Editores.
Han, Byung-Chul. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder Editorial.
Han, Byung-Chul. (2014). Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona:
Herder Editorial.
Berardi, Franco «Bifo». (2020). La mutación: Mutación y metamorfosis. Buenos Aires: Editorial Caja
Negra.
Esta nota forma parte de la edición digital de revista hamartia Año 16 / Mayo 2025
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