Un texto en el que Osvaldo Ardizzone cuenta, analiza y critica la forma de jugar de un joven que años más tarde dividiría las aguas del fútbol argentino.

Escribe: Osvaldo Ardizzone

Publicada por Revista UN CAÑO

César Luis Menotti había debutado en la primera de Rosario Central con 19 años en 1958. Fiel representante de la escuela rosarina –técnica depurada, disposición para el juego asociado, meticuloso, buen remate de media distancia- no tardó en llamar la atención del ambiente futbolero y en 1962 fue llamado a integrar el seleccionado para jugar una serie internacional frente a Chile. No defraudó.

El mediocampista no sólo se destacaba por su juego sino también por su personalidad afuera de la cancha. A pesar de jugar en un equipo chico del interior, su fama de futbolista rebelde, raro y conflictivo iba creciendo y llegaba en Buenos Aires amplificada por el fogoneo de los medios que descubrieron en Menotti a un polemista de fuste, dispuesto a dar debate y defender sus convicciones con pasión y sin medias tintas, en una época en que los jugadores se limitaban en general a responder de manera insustancial y reiterativa, con lugares comunes.

En 1964 varios equipos se interesaron por incorporarlo, pero finalmente fichó para Racing que pagó 16 millones de pesos por su pase. Era una apuesta riesgosa para el club, ya a esa altura –lo que sería una constante en su vida- Menotti dividía las aguas en la consideración que los aficionados hacían de su forma de jugar y de pensar el fútbol.

Atento a esta circunstancia el periodista Osvaldo Ardizzone publicó un texto –que más abajo reproducimos integro- en el que en primera persona Menotti deja claro cómo entiende que se debe jugar al fútbol y el periodista, de paso, aprovecha la oportunidad para dejar su opinión, pasarle alguna factura y aconsejarlo desde el púlpito.

La autopsia de 16 millones

Por Osvaldo Ardizzone (*)

César Luis Menotti pasó a Racing. Y alrededor de su transferencia millonaria, después de varios interesados, después de ofertas y contraofertas, vuelven a ponerse de actualidad todos los matices que conforman su personalidad.

Menotti jugador, Menotti individuo son dos imágenes que guardan gran analogía. Quizá existan mejores jugadores que el rosarino, pero Menotti lleva el condimento de cierto tipo de atributos, de accesorios personales que crearon alrededor él un fenómeno de publicidad, una corriente de opinión dividida, un tipo de popularidad especial, que guarda mucha semejanza con esa “comidilla’ que acompaña a la gente que es notable.

Una personalidad singular. Una muestra de personaje moderno, desprejuiciado por la opinión corriente, algo frívolo en sus gustos e inclinaciones personales, en la vestimenta deportiva, en la velocidad descontrolada de su automóvil. Puede ser el tipo “raro” para el medio común, extemporáneo en las respuestas, algo burlón, crítico agudo e irónico. Uno de esos tipos que no se queda con nada “adentro”. Que sostiene lo que piensa al margen de la jerarquía del interlocutor. Menotti dice por ejemplo ” ¡Esos tipos me van a hacer esperar a mí! ¡Quiénes se creen que son!…” Se siente él. Cree en él. Es él. Es posible que indagando en “su vida” se encuentre el porqué. Vida fácil, sin problemas económicos, estudiante, casa en el barrio elegante de Fisherton. Menotti no tropezó con obstáculos ni contrariedades. Por eso se siente seguro. Y todo eso se transmite a su fútbol, a su manera de jugar, que despierta tantas polémicas. Para él su fútbol es el único. “Juego así porque así debe ser. No voy a renunciar a lo que pienso porque los otros jueguen de distinta manera. Fútbol hay uno solo”. Y es el de Menotti. No hay duda para sus principios. “¿Cómo quiere que me encuentre con ese tipo? ¿Cómo quiere que juegue con él? ¡Si no la sabe tocar! ¡Si le pega mal!” Por eso cuando entiende que no encuentra el eco que prefiere adopta esas actitudes fuera de lugar, intempestivas, hasta antideportivas, como “bajar los brazos” o “llevar las manos a la cintura”, o encapricharse con el túnel imposible aunque el adversario sea un hombre que le conozca esa debilidad.

Su misma personalidad, su confianza en lo que sabe, le traen ese principio de rebelión, de inconformidad. “No puedo jugar con esos tipos” —dice Menotti. Y lo dice fríamente, pero sin menoscabo para el compañero. Tiene concepto de la amistad y de la camaradería. Tiene “calle” y potrero. Es nada más que un juicio que le sale descontrolado, dirigido únicamente a ese “tipo” como jugador de fútbol. Quizá su error provenga de pretender jugar con hombres que sientan exclusivamente como él. Porque para el “Flaco” no hay nada más que una sola manera: la lógica. “Hacer la lógica” es una frase muy común en su repertorio. Por eso, cuando no la encuentra, cuando se enfrenta con la imperfección, con el disparate, con un toque sucio, con una pelota mal ubicada, cuando lo usan y “se manda” en un pique falso, se desata en todo tipo de adjetivos, contra todo el mundo, contra él mismo. No como el tipo que se entrega, ni como el resignado. “Baja los brazos” o “lleva las manos a la cintura” como una exteriorización de contrariedad. Pero como protesta. Tiene el mismo simbolismo que la huelga de hambre de los orientales… Intenta un par de veces “la reconciliación” con el partido, pero si no prospera “se para” definitivamente. Y entonces aparece en escena el Menotti de las críticas, el de la silbatina de las tribunas adictas y adversarias, que ve a un personaje que se permite “olvidarse del partido y del público”, que “no le importa ganar ni perder”…

Entonces empieza a jugar “su propio partido”. A enredarse en el dribbling, a desesperarse con el túnel, a intentar el gran gol de su vida. Como rebelión o como desidia. Y, como en la última noche de Atlanta, frente a Banfíeld, saca un zurdazo de 50 metros que obliga a que todo el mundo se levante de admiración, y obligue a Righi a volar de palo a palo para descolgar el pelotazo de un ángulo imposible. Lo que sorprende es que no le importan ni las críticas ni los silbidos. No lo achican. No lo disminuyen. Porque él sabe perfectamente bien cuándo se está “haciendo el cómico”, cuándo “no encuentra el partido”. Lo sabe y lo manifiesta a cualquiera. Después de la noche del octogonal cuando lo silbó todo el mundo, cuando lo criticó todo el periodismo, Menotti salió de Atlanta sin complejos, sin preocupaciones. “¿Para qué me ponen si yo no quería jugar? Me incluyeron para exhibirme, para ponerme en el candelero… Pero fue peor. ¿Usted cree que uno tiene ganas de moverse, de correr, si ni siquiera estaba entrenado?” En esa frase está la medida de Menotti. Estaba conforme consigo mismo. Salió del estadio como si no hubiera ocurrido nada. Su actuación fue quizá premeditada. “¿Qué le parece? Primero viajé a Montevideo para hablar con Nacional. Después vuelta a Rosario. Después otra vez a Buenos Aires, para tratar con Racing. Vuelta a Rosario. Que Nacional no te compra. Que vamos a ver qué pasa con River. Que ahora puede ser Racing… ¿Se puede salir con ánimo a la cancha? ¿Y a jugar para qué? ¿Para ganar o perder? ¿Nada más que para eso? ¿Un partido donde se cambian jugadores, donde sale uno que toca y entra otro que corre? ¡Así no se puede jugar!… Y él mismo se transforma en juez, él mismo decide la opinión. “¡Así no se puede jugar!”.

Insiste en aclarar algo que puede entenderse intencionadamente. “Agradece a Central todo lo que le dio desde chiquilín”. Pero “quiere salir, tener mayor posibilidad, cambiar de horizonte, de panorama, escaparse de una rutina que lleva ya cinco años“. “¿Quiere que me ocurra lo mismo que al “gitano” Juárez? ¿Al final qué pasó? Un jugador bárbaro que terminó por aburrirse, por jugar de puntero, de cualquier cosa. Es posible que la gente de Rosario no me comprenda. Pero es distinto jugar en un equipo grande. Se juega por otra cosa. Se pelea la punta. La cancha se llena de gente. Allá en Central peleamos siempre con angustia. Todos los años 24, 25, 26 puntos… Sin variantes, sin alternativas… conociendo de antemano el final. Sólo se siente el partido contra Boca, River, Independiente, Racing… ¿Y después? Partidos sin importancia para el que está en la cancha, que muchas veces necesita otro tipo de estimulantes para moverse con ganas”.

***

Admite y sabe que es tema de discusión. Que tiene detractores y partidarios. Sabe que su fama tiene influencias “raras”. Porque Menotti no es el jugador que conmueve por la sencillez, ni tampoco es el que muere en la cancha agotado, dejando los pulmones. Sabe incluso que no apasiona, que no llega totalmente a la tribuna. Que su notoriedad es polémica constante. Que es quizá fruto de esa misma discusión. “Piernas demasiado largas”, “brazos caídos”, “manos a la cintura”, son los argumentos de la mayoría de sus detractores. Y él conoce y razona todos esos cargos. “Yo le preguntaría a toda esa gente: ¿saben que soy el goleador de Central desde hace 5 años, desde que juego? En un equipo que siempre anda peleando desde la mitad de la tabla para abajo; marqué un promedio de 14 a 15 goles por temporada. Y me mandaban a jugar de N° 10, allá arriba, despegado, esperando la pelota larga. Yo soy N° 8. Necesito venir de atrás. Tener lugar, espacio para maniobrar, para poder sacar la pierna. Me hace falta la media distancia para utilizar el shot y ubicar la pelota. Desde allí puedo cambiar, ver mejor el partido. Allá arriba en terreno chico no puedo moverme. Me cuesta trabajar, por eso que dicen, por las piernas largas… ¿No ve que la mayoría de los goles los marcó de la media distancia o desde más lejos?

***

Menotti tiene un problema “artístico” en su vida… Es el crítico agudo de todo lo que siente y ve burdo, inarmónico, torpe. Experimenta una repulsa natural hacia “el mal gusto”, que va desde una corbata a un par de zapatos. Ese es el gran “trauma” que se refleja en su fútbol. Así como critica un par de zapatos colorados con un traje azul, o un par de calcetines amarillos con zapatos negros, opina en fútbol. Ese “buen gusto”, lo hace intransigente, lo transforma en “sectario”. Sin darse cuenta desprecia la carrera, no le gusta la jugada fuerte, elude la fricción, el forcejeo. Así como se viste, así como elige la línea de su automóvil, así como selecciona sus corbatas o el moblaje de su casa, actúa en fútbol. Menotti, sin proponérselo, no juega para todo el mundo. En su intimidad está la pequeña vanidad de jugar para un núcleo “que sabe”. Todos sus movimientos, todos sus túneles, sus chanfles, su toque, están dirigidos para “la minoritaria secta de los eruditos”. La raya de su pantalón oxford, el nudo de su corbata, el gusto italiano de sus mocasines están INTIMAMENTE hermanados a lo que realiza en el campo. El terror a lo ridículo, a “quedar pagando” en una actitud grotesca, lo controla, lo ata para soltarse, para entregarse totalmente a su gran pasión por el fútbol. No tiene “vergüenza” para disputar la pelota. Tiene pudor por mostrar una punta de torpeza, un mínimo de imperfección. Se siente siempre en la escena, se coloca en primer actor. Su equipo pierde pero Menotti se conforma con “no haber defraudado a los que saben”, en no haber incurrido en ninguna nota “cómica”, en no haber aparecido torpe, vulgar. “Para mí el mejor jugador es Menéndez”. Y allí está definido. Totalmente definido. Menotti no mide utilidad. No repara en el esfuerzo físico. Es agudo observador del “toque”, del hombre que le pega bien a la pelota, del chanfle, del manejo. Y es posible que sienta admiración por Menéndez porque el “Beto”, como él, no es afecto a correr, a intentar un pique largo por una pelota que sólo son capaces de correr “los cómicos”. Y que, como él, baja también los brazos y blasfema cuando no se juega como él quiere…

* * *

Este es el contenido de los 16 millones que pagó Racing. Un tipo singular. Un hombre dotado para jugar al fútbol. Pero que no “admite” más que el suyo. Un hombre que puede ser la gran figura, pero “que baja los brazos porque no se está jugando como él quiere”. Un individuo que sólo cree en el jugador que le pega bien, que intenta el desmarque, pero que al segundo pique falso baja los brazos como protesta y se olvida del partido, del público, del equipo, hasta de sí mismo. Que admite que su equipo pierda antes que ganar jugando mal. Que admite la silbatina antes que renegar de sus convicciones. Que aun perdiendo por goleada está contento, porque los que ganaron se “comieron un toque de novela”. Y aunque la tribuna partidaria esté con el puño cerrado, protestando la derrota, Menotti sale tranquilo porque se “jugó bien”, porque se jugó como él quiere, en la única forma que se puede o se debe jugar al fútbol. De la misma manera que admite que un conductor choque y se mate si el muerto “sabía estar sentado al volante”, porque para Menotti ese tipo podía ir a 150 kilómetros nada más que porque “sabía”… como dice siempre…

* * *

Así es usted… Ahora le voy a hablar yo. Así en primera persona. Sin pedagogía, sin el entrecejo fruncido, ni el índice acusador…

No puedo reprocharle nada… Usted es como es y a su edad los consejos hacen reír… Y los que los dan también. Siga siendo así, como es. Pero júntese conmigo y evoque aquel recuerdo… Vamos juntos para atrás. ¿Qué? ¿Dos años? ¿Menos quizá? Aquella tarde de agosto en la cancha de River, aquella tarde cuando Pipo Rossi le dijo: “Juegue como usted sabe”. Ya se lo recordé una vez, ¿se acuerda? No como sermón de viejo que cree en el pasado… Total, de esa tarde, hace muy poco, apenas dos años. ¿Cuántos tiene usted? ¿Veintiséis? Le pido nada más que un poco de memoria… Repita eso nada más. Borre “los brazos caídos”. Sepulte para siempre “las manos en la cintura”. Sienta, sienta fuerte. No se olvide de su fútbol, no cambie “su buen gusto”, pero sí apriete los dientes. Mande, grite, corra, juéguese los 90 minutos, para usted, para Racing, para todos. .. Admire al Beto Menéndez, pero acuérdese también de la sencillez de Simeone… “Hay muchos mejores que yo, pero yo gano porque tengo vergüenza”. No juegue sólo para los “que saben”. Juegue para usted, juegue para Racing. Juegue para el seleccionado. ¿Sabe por qué me acuerdo de Simeone? Porque es la contrafigura suya. Por eso le transcribo lo que dice el “Cholito”: “A la suerte la busco y cuando la encuentro la acompaño”… ¿Qué le parece? ¿Vale o no vale? Y a usted le hace falta eso de Simeone. Lo demás, lo que a él le falta, a usted le sobra…

(*) El periodista Osvaldo Ardizzone trabajó desde 1957 en la revista El Gráfico. En 1977 formó parte  del staff de Goles-Match, donde también escribía su columna “Juan, el hombre común”. Más tarde fue prosecretario de redacción de la sección deportes del diario Tiempo Argentino, y colaboró también en la revista Humor y la agencia Noticias Argentinas. Fue además poeta y monologuista. Murió en Buenos Aires en 1987.


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