La utopía de una sociedad que no sea regida por las reglas de juego capitalistas era posible, el socialismo podía comenzar a construirse.

Escribe: Atilio Borón

Ilustra: Maite Larumbe

Publicada originalmente en la edición papel #28 de Revista Hamartia

Hace cien años, una vibrante multitud de obreros, campesinos y soldados tomaba por asalto el Palacio de Invierno de los Zares en San Petersburgo y con ello comenzaban a escribir el primer capítulo de la historia universal. Antes de esta heroica irrupción, había historias locales y regionales.

Una historia europea, otra americana, una de la India y así sucesivamente. Pero con el triunfo de la Revolución Rusa el mundo fue testigo, puede decirse que por primera vez, de un acontecimiento “histórico-universal” al decir de Hegel, y la humanidad en su totalidad converge en un solo ciclo histórico: la era de las revoluciones proletarias.

Los cimientos tradicionales del viejo orden se conmueven ante el nuevo amanecer que se levanta desde el oriente europeo y que irradia una luz que ilumina a todo el mundo. Desde Espartaco hasta la Comuna de París todos los intentos para que los explotados y oprimidos se convirtieran en clase dominante y tomaran en sus manos su destino habían sido derrotados, ahogados en sangre. El mundo tenía sus amos y sus esclavos, y esa asimetría había sido exaltada a lo largo de los siglos como el orden natural del universo, tan inalterable como los cíclicos movimientos de los planetas.

La Revolución Rusa hace saltar por el aire, destruyéndolas, todas esas viejas patrañas con la que los poderosos habían justificado su dominio. Los bolcheviques representan en el terreno de la historia lo que Copérnico fue para la astronomía: cambiaron radical e irreversiblemente nuestra visión del mundo y le otorgaron a las clases populares el fuego prometeico que los convertía en hacedores de su propia historia. Por eso se dice que bajo la conducción de Lenin y el Partido Bolchevique se abrió una nueva era.

Después de Rusia seguirían, China, Vietnam, en donde el apoyo de la URSS fue fundamental para derrotar a los EEUU, la Revolución Cubana, los procesos de descolonización en África y Asia y la proliferación de gobiernos que por doquier desafiaban el orden burgués e imperialista. Lo que antes parecía una imposibilidad fáctica se convirtió, gracias a los camaradas rusos, en realidad haciendo que la historia abandone para siempre su monótona sucesión de regímenes oligárquicos, coloniales, antipopulares. En otras palabras, después del triunfo de aquella formidable marejada de obreros, campesinos y soldados el mundo de dejó de ser lo que era. Cambió definitivamente, y ya nada sería igual.

Tan es así, que los efectos de la Revolución Rusa fueron determinantes no solo para el pueblo ruso, sino que se proyectaron a lo largo de todo el planeta demostrando que la utopía de una sociedad que no sea regida por las reglas de juego capitalistas era posible, que el socialismo podía comenzar a construirse.

Entre sus logros más importantes, la Revolución abolió radicalmente la propiedad privada de los medios de producción y demostró la viabilidad de una economía planificada y nacionalizada, logrando el mayor avance de las fuerzas productivas de cualquier país en la historia. En solo dos décadas, desarrolló la industria, la ciencia, la tecnología logrando grandes avances en salud, cultura y educación, en momentos en que el mundo occidental vivía la Gran Depresión, mostraba fuertes índices de desempleo y enfrentaba una crisis económica con terribles consecuencias sociales. En esos mismos años la URSS se convirtió en el mayor productor de petróleo, acero, cemento, tractores y maquinarias, además de una industria militar que resultó decisiva para hacer posible la derrota del fascismo en Europa.

Tras la segunda Guerra Mundial, donde sufrió la pérdida de 27 millones de vidas que lucharon para derrotar a Hitler, reconstruyó su destrozada economía en un espacio de tiempo notablemente corto, transformándose en la segunda potencia del mundo. Su producción industrial era la segunda mundial después de la de EE.UU. De un país atrasado, semi-feudal, principalmente analfabeto, en 1917, la URSS se convirtió en una economía moderna y desarrollada, la educación universitaria creció exponencialmente y contaba con un cuarto de los científicos del mundo, un sistema de salud y educación igual o superior a cualquiera de los países de Occidente.

La Revolución realizó un importante esfuerzo en materia de instrucción pública lo que le permitió abolir el analfabetismo, que era del 85% en épocas del zarismo. Bajo la dirección de Anatoli Lunacharski, el comisariado del pueblo para la instrucción publicó un decreto declarando la apertura de un “frente contra el analfabetismo”. Para lograr este objetivo, a inicios de 1918 se impuso el triple principio de laicidad, gratuidad y obligación de la educación. Así se duplicó el número de escuelas entre 1917 y 1919. El presupuesto de educación pasó de 195 millones de rublos en 1916 a 2914 millones en 1918 y se crearon alfabetos nacionales para las nacionalidades sin escritura, al tiempo que se creaban comisiones de instructores.

Uno de los aspectos en que este crecimiento se vio reflejado fue en el desarrollo de la tecnología espacial. La URSS lanzó el primer satélite espacial y puso al primer hombre en el espacio, el 12 de abril de 1961 a bordo del Vostok 1: Yuri Gagarin.

Otro de los logros fundamentales de la revolución bolchevique fue que sentó las bases para la emancipación social de la mujer. Es innegable que las mujeres de la Unión Soviética hicieron avances colosales en la lucha por la igualdad. Entre 1917 y 1927, se aprobó toda una serie de leyes que daban a las mujeres igualdad formal con los hombres, por ejemplo, se les otorgó iguales derechos para ser cabeza de familia y recibir el mismo salario. Además se prestó atención al papel de las mujeres en la maternidad y se introdujeron leyes que prohibían largas horas de trabajo nocturno, así como permisos remunerados para el parto, subsidios familiares y guarderías. En 1920 fue legalizado el aborto, se simplificó el divorcio y se introdujo el registro civil del matrimonio, a la vez que se abolía el concepto de hijos ilegítimos.

La creación artística no fue ajena a la Revolución. Rusia se abrió e inspiró a la vez las nuevas corrientes artísticas que se desarrollaban en Europa como el impresionismo, el fovismo y el cubismo entre otras. Las vanguardias artísticas tuvieron un fuerte desarrollo en los primeros años de la Revolución. No debemos dejar de remarcar que la presencia de la revolución bolchevique y sus logros obligó a los países de occidente a llevar adelante reformas en favor de los obreros, a reconocer muchos de sus derechos, a implementar el Estado de Bienestar para intentar aventar a la “amenaza roja” que atraía a grandes masas en el mundo.

La presencia de la URSS configuraba un mapa geopolítico muy distinto al que hemos conocido luego de su caída y alentaba luchas emancipadoras que interpelaban y amenazaban al capitalismo. Es así, que más allá de cualquier balance sobre el curso posterior de la Revolución Rusa es absolutamente indiscutible que después de los eventos de Octubre de 1917 la revolución social dejó de ser un sueño, una irrealizable utopía para convertirse en una alternativa concreta para todos los pueblos del mundo. Siglos de derrotas y de feroces escarmientos a los sujetos populares que se alzaban contra sus amos fueron súbitamente arrojados al basurero de la historia.

A cien años de aquella hazaña consumada en el país más atrasado de Europa, el mundo cambió radicalmente y para siempre. La universalidad de la Revolución Rusa se comprueba matemáticamente con la sola enumeración de los 22 ejércitos europeos que se arrojaron sobre la joven república soviética con el afán de ahogarla en su cuna. Nunca antes había ocurrido una cosa igual. Las clases dominantes europeas percibían que ese nuevo mundo naciente debía ser tronchado de raíz, antes que adquiriera fuerza. No pudieron. Los insurrectos representaban la punta de lanza de la historia y, una vez derrotados los invasores, ya no habría marcha atrás.

Los avatares de la historia hicieron que, al cabo de poco más de setenta años, la Revolución Rusa se desplomase en medio de la apatía generalizada de la población. Había perdido su rumbo y eso la condenó. Pero la historia no tiene fin y más allá de sus yerros, sus aciertos han dejado una huella indeleble al abrir la era de las revoluciones proletarias. Podrán tardar más o menos en materializarse, según los países y las circunstancias de la época, pero el ciclo inaugurado con el asalto al Palacio de Invierno sigue siendo la seña de identidad de nuestro tiempo.

El capitalismo, que presumía de eternidad, sabe que tiene sus días contados, aunque todavía le queden algunas décadas de vida. Pero, como lo recordara el viejo Engels la burguesía sabe que su sepulturero ya está tocando a su puerta y que espera pacientemente el inexorable desenlace del proceso histórico. Y esto se lo debemos a los camaradas rusos que enseñaron el camino y demostraron en la práctica que era posible tomar el cielo por asalto. Por eso, al cumplirse cien años de esa heroica gesta debemos gritar con fuera: ¡Gloria eterna a los revolucionarios rusos, al Partido Bolchevique y a su conductor Vladimir Illich Ulianov, Lenin!

(*) Atilio Borón es politólogo y sociólogo argentino, doctorado en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Es miembro del Comité Central del Partido Comunista de la Argentina.


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