Escribe: Agustín Ortiz

Walter Benjamin en sus Tesis sobre filosofía de la historia cita a Nietzsche diciendo que necesitamos de la historia pero no como aquel holgazán que se pasea ocioso por los jardines del saber. Aquel que pasea por la historia con fines autocomplacientes y anhelos de grandeza. Esto mismo le pasa al presidente cuando cita a Roca y a Alberdi, incluso a Menem, decorando sus eventos históricos como mitificación del pasado. Ahora llegó el turno de una reinterpretación de Gramsci por derecha para justificar el ataque a artistas y otras atrocidades.

Sin embargo, cuando se embarca en ese rol de intelectual soberbio no hace otra cosa más que exponer su ignorancia. La educación privada en la Universidad de Belgrano pudo servirle para conocer conceptos básicos de economía y adentrarse en manuales de economía austríaca. Más no tiene herramientas, demostradas, para dar el debate propio de las Ciencias Sociales sin caer en la ignorancia y desconocimiento propias del dogmatismo fanático. En esta cruzada peligrosa, el presidente se sumerge en un debate estéril, solo es apto para un nivel universitario donde tiene todas las de perder.

En primer lugar, justifica sus ataques contra artistas explicando que se está dando una batalla cultural en términos gramscianos, no despierta el mínimo interés en un público sin formación política ni intelectual. En segundo lugar, su discurso es muy fácil de derribar cuando el mayor número de detractores del presidente se encuentran en el ámbito de la militancia política, la educación universitaria y la academia. Y tercero, hacerlo el mismo día que se publica el índice de inflación servirá como foco distractor por unas horas pero luego cuando la realidad te corte la cara al pagar una leche o el boleto de colectivo, poco importará Lali Espósito o su chicanero pseudónimo Depósito.

Al mejor estilo Walter Nelson, el presidente necesita que le gritan Salí de ahí Maravilla, una alerta por detrás que le recomiende no entrar en terrenos pantanosos que lo pueden dejar en ridículo. Además, si sus voceros de LN+ en su afán de explicar su comunicado confunden a Antonio Gramsci con Louis Althusser dan la sensación de que integran una orquesta que más que sonar desafinada, ni siquiera conocen los instrumentos. Para el sector de la derecha a la que pertenece Javier Milei, Gramsci es el precursor de una infiltración de ideas comunistas en la educación y la cultura para construir una hegemonía que sea capaz de tomar el poder. La hegemonía cultural en términos gramscianos no es más que la construcción del sentido común por parte de las clases dominantes, las cuales se apropian de las ideas de los intelectuales de las clases subalternas y desde allí las distribuyen a los subalternos, ejerciendo así su dominación.

Para desentramar la particular interpretación de Gramsci por parte de este neofascismo, es necesario adentrarse brevemente en la teoría del marxista italiano. Según este pensador existe un bloque histórico el cual está compuesto por una estructura y una superestructura que mantienen un vínculo dialéctico. La estructura, a su vez, se conforma por las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas. Es decir, lo que sería el contenido. En la superestructura se le da forma a ese contenido ya que se encuentra la ideología dominante. La ideología se legitima y reproduce mediante la ciencia, la educación y la religión, siendo el Estado el elemento fundamental para ello.

Para estos personajes como Javier Milei o Agustín Laje, entre otros adeptos a la teoría conspirativa del marxismo cultural, la hegemonía es propia del kirchnerismo o la política tradicional, los cuales han difundido su ideología mediante artistas, periodistas, sindicalistas, docentes y hasta el mismísimo Papa. Por lo tanto, toda intervención del Estado es un acto comunista, toda ampliación de derechos para la sociedad es una política comunista y todo artista o ciudadano que se manifiesta políticamente en contra suyo es comunista; también ñoqui, chorro, ensobrado o cualquier otra difamación vinculada a la relación con el Estado que según ellos representa un privilegio. En este sentido, el presidente más que buscar una batalla cultural, parece dar una batalla contra la cultura. Ante al dogmatismo que no tolera críticas ni posturas diferentes, la creencia de conspiraciones y traiciones en su contra y la negativa a ceder ante errores y derrotas, Gramsci ofrece el concepto de crisis orgánica que debilita el régimen político y daña al sistema. Frente a esto, la crisis encuentra como única salida la revolución social. 


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