Rocco Carbone sostiene que en torno a las lecturas sobre el fascismo que viene proponiendo en sus artículos se da un debate, y una polémica, sobre los usos de la historia. Carbone afirma que se puede pensar en la historia bajo la modalidad del historiador profesional, o hurgar en la historia de un modo experiencial para imaginar algunos motivos posibles de lucha emancipatoria para nuestro presente.

Escribe: Rocco Carbone

Publicada originalmente el lunes 16 de diciembre del 2024 por La Tecla Eñe

¡Oh, tú, que has venido a este infierno!

Dante

Frente a las lecturas sobre el fascismo que estamos proponiendo hay quienes creen que “atrasamos cien años”. Es una consideración que sintetiza -de manera concentrada- un debate sobre los usos de la historia. Se puede pensar en la historia de modo pasadista; en cuyo caso se buscan en la historia definiciones, modos identitarios. Esta suele ser la modalidad del historiador profesional. No la rechazamos. O se puede hurgar en la historia de un modo experiencial para imaginar algunos motivos posibles de lucha emancipatoria para nuestro presente. Esta es la modalidad militante. En este sentido, hacemos nuestra la lección José Carlos Mariátegui y miramos la historia no para la copia ni para el calco sino de modo imaginativo, creativo, para escrutar qué hacer en la clave de la lucha y también del cuidado ante el poder que gobierna la Argentina, que es menos una experiencia neoliberal, con un ciclo de cinco años, que una experiencia peculiar. Si aceptamos la peculiaridad del gobierno de Milei, tenemos que ser capaces de escrutarla peculiarmente.

Cuando decimos fascismo no nos remitimos ni mecánica ni linealmente a las experiencias políticas de Mussolini en Italia o de Hitler en Alemania, sino que hablamos de una modalidad, de un instrumento, una herramienta del capitalismo. El fascismo es un poder que organiza el capitalismo frente a la crisis. El capitalismo del siglo XXI está atravesando una crisis orgánica e histórica, que es social, económica y natural; y afecta al ser humano, al ser animal y al ser natural. Esta crisis insta a las aristocracias tecnológico-financieras, a las burguesías globales, a organizar un poder fascista para conservar y sostener su dominio de clase desde las distintas unidades nacionales. Una expresión del poder fascista es la guerra, que promueve una transformación del orden preexistente. Otra expresión es la reconversión de la estatalidad de lo común en negocio para las burguesías locales y globales. Otra más consiste en reconvertir a la clase trabajadora en víctima inerme para expropiarla de la riqueza que crea. Esta racionalidad bélica que favorece a ciertas clases y afecta a otras, dañando la estatalidad entramada con el lazo social, se identifica si consideramos que para acceder a medicamentos gratuitos un/a trabajador/a debe presentar un informe socioeconómico, pero para blanquear cien mil dólares basta con ceder un exiguo porcentaje. Si la singularidad nacional logra interpretar este complejo momento vital, el peronismo emancipador va a tener para un rato más de vida política.

Cuando nos dicen que “atrasamos 100 años”, entendemos que siempre hay un Miliukov, un demócrata digamos, atento a la evolución histórica (argentina), es decir, alguien que contempla lo que sucede desde la cúspide incluso si está en la calle, y que suele indicarnos que estamos más cerca de Pugachev, de Stenda Razin, de Bolotnikov, o sea, más cerca del pasado, que de la última palabra de la última acción movimentista de nuestro campo. No rechazamos esa interpretación. Pero a los Miliukov que critican desde la cumbre les queremos decir que cuando hablamos o escribimos algo lo hacemos con un propósito: colaborar con la constitución a un cordón sanitario ante lo aberrante. Y en cuanto a la Argentina, cuando en nuestro campo decimos ese nombre metálico entendemos la complejidad histórica de nuestro país. En cambio, por “país” los señores que nos gobiernan entienden exclusivamente las clases poseedoras y privilegiadas.

Los vínculos

Existen vínculos históricos entre el fascismo arqueológico y el mundo que vivimos hoy. El tiempo histórico no puede separarse en compartimientos estancos, el pasado no está disociado del presente. Existen algunos signos, algunas continuidades de la historia, algunas supervivencias, algunos resurgimientos, que ya no solemos distinguir porque nos han anestesiado o porque nos hemos acostumbrado a ellos o no los identificamos porque también olvidamos. Por ejemplo, en el mundo que habitamos nadie usa el uniforme de las SS (Schutzstaffel, “Escuadrón de protección” nazi), pero el sastre Hugo Boss, que en su momento diseñó ese atuendo y acumuló su fortuna durante el régimen nazi en Alemania, hoy en día continúa su trabajo con esa marca prestigiosa que lleva su nombre. Otro ejemplo: los hermanos Adolf y Rudolf Dassler nacieron en Alemania, en un pueblo de Baviera (Herzogenaurach) entre fines de 1800 y 1900. Participaron de la Primera Guerra Mundial dentro de las filas de Ejército alemán. Cuando terminó la guerra fundaron una fábrica de calzados deportivos: “Hermanos Dassler” (Gebrüder Dassler Schuhfabrik). Los dos adhirieron al régimen nazi, se afiliaron al partido el mismo día, el 1º de mayo de 1933, y Rudolf, especialmente, fue uno de los primeros sostenedores del nazismo. En las Olimpíadas de Berlín de 1936 sus zapatillas ya se habían hecho muy conocidas entre atletas y ciudadanxs. Luego de la Segunda Guerra Mundial los hermanos se separaron: Adolf, cuyo diminutivo era Adi, creó la marca Adidas y Rudolf la marca Ruda, a partir de las iniciales de su nombre y apellido, que luego transforma en la actual Puma. Con estos ejemplos quiero decir que existen vínculos históricos evidentes, entre el fascismo arqueológico y el mundo que vivimos hoy. Las continuidades pueden buscarse en el mercado, en la economía, digamos. En ese mercado que tanto entusiasma el presidente Milei y en el que operan las burguesías locales y globales -que se empalman con los monopolios corporativos globales absolutistas y- que sostienen las nuevas modalidades del fascismo sigiloso del siglo XXI para asegurar su dominio de clase.

Lengua (y) política

Para distinguir los signos que enlazan nuestro presente con el pasado tenemos la historia y, también, la filosofía, que nos ayudan a identificarlos, a discernirlos, a comprenderlos. La historia o la ciencia histórica es un modo de investigar, de indagar, un modo cognitivo sobre lo sido, lo que llamamos pasado. Con esta palabra no nombramos algo que fue, una dimensión temporal que contiene hechos superados ya liquidados. El pasado es una materia que no ha muerto. Y de hecho, de toda época pasada queda una cantidad impresionante de supervivencias, de resurgimientos y de continuidades en nuestro mundo actual. Es necesario ser conscientes de esto para observar dónde siguen activas esas supervivencias, y en qué y cómo podemos antagonizar con ellas cuando cuando tienen una índole aberrante. La filosofía es una teoría de lo real con dificultades para explicarlo. Es un saber de lo que no se puede saber. El/la filósofx es quien puede saber lo que no se puede saber. En este sentido, tenemos que ser capaces de mirar filosófica e históricamente ciertos emergentes políticos, pero también ciertos emergentes lingüísticos. Si logramos escrutarlos con sagacidad y otras paciencias, descubrimos lo que se esconde detrás de cosas más o menos opacas pero que bien miradas se vuelven evidentes. Quiero decir esto: que el escrutinio filosófico de la historia puede modificar las condiciones de la experiencia política del presente.

El poder capitalista nos escinde. Disocia la comprensión de las personas. Gastar es lo contrario de ganar, pero el capitalismo a través de publicidad y de promociones nos convence que gastando ganamos. Pensemos en las estrategias de venta en el supermercado de la esquina. Ahí se activa una disociación evidente. Necesitamos un producto (una lata de atún), pero terminamos comprando dos porque en total cuestan más que una pero menos que dos si los compráramos a precio entero (eso nos dicen). Es la estrategia del 2×1, que nos inculca la idea de que estaríamos ganando (adquirimos dos latas) cuando en realidad estamos gastando (perdiendo) más de lo que necesitamos. Es el ideal del consumo. El fascismo magnifica esa disociación, la vuelve sistemática. Puesto que el precepto político y cognitivo de este poder es la contradicción, en su glosario, afirmar la libertad en realidad significa temerla porque asumirla supone correr riesgos y tomar decisiones emancipatorias para grandes mayorías trabajadoras. La “libertad” que ellos agitan implica en realidad pasividad moral, frustración, resentimiento, odio. Otro ejemplo: la palabra “ensobrado” constituye una crítica a la crítica (periodística) para acallarla. Y en cuanto a la moneda: el gobierno nos quiere convencer de que el peso argentino en 2024 es una de las monedas de mayor valorización respecto del dólar. El presidente dice que esa valorización es algo virtuoso porque los salarios y las jubilaciones habrían crecido en dólares, pero esos ingresos no se perciben en moneda norteamericana sino, como es evidente, en moneda nacional. Esta contradicción es acompañada por el relato de que la inflación está bajando, pero en la vida material sabemos que estamos ante situaciones de extrema fragilidad social. Al respecto, Alejandro Kaufman habla de “genocidio social”.

Ilustración Gentileza Roberto Jacoby y Syd Krochmalny. Revista Haroldo.

Emociones

El fascismo es un poder capaz de “captar emociones”, de dirigirlas oscuramente, de “vaciarlas”, de privarlas de espontaneidad. De negarlas. Nos disocia también de nuestras emociones. En este sentido, no debemos permitir que nuestras emociones, enlazadas con la imaginación popular y una razón humanista, queden inmovilizadas, expropiadas por el poder fascista. Una parte conspicua de la sociedad argentina que hoy acepta el poder de Milei suele manifestarlo con un solo gesto unánime, una oración de obediencia que expresa la falta de ideas y emociones propias. Con esa oración-cascarón se acepta sin críticas lo que está haciendo el gobierno, le obedecen y vibran en él. Esa oración es: “es exactamente lo que votamos”. Podemos entenderla como el homólogo del saludo fascista de antaño. Una especie de reflejo pavloviano como el Heil. La gente que en el siglo pasado hacía el saludo nazi se emocionaba, estaba capturada por las emociones fascistas. Tanto la oración como el saludo son aclamaciones entusiastas de una masa en estado de exaltación afectiva. Se trata de síntomas superficiales de sujetos masificados en estado de disponibilidad para lo que sea, incluso a obedecer a una violencia total contra personas inermes. Disponibles para apuntar tranquilamente, técnicamente. Es lo que hizo Sabag Montiel. Y hoy se prolonga -por ejemplo- con la restricción del acceso a los medicamentos gratuitos para lxs jubiladxs. Este es un ejemplo nítido de insensibilidad, de la pérdida de nuestras emociones humanas hasta el punto de pensar que se puede tratar a otra persona como una cosa (sin vida)

La historia del fascismo nos enseña que es posible (obedecer la orden de) asesinar a millones de personas sin tocarle ni un pelo, técnicamente. Es el caso de Adolf Eichmann, que en la Argentina conocemos muy bien. Fue uno de los principales funcionarios nazis que se ocupó de organizar el transporte ferroviario que llevó a lxs judíxs a los distintos campos de exterminio en Europa. Hannah Arendt escribió sobre él Eichmann en Jerusalén (1963), donde dice que era un hombre banal, un ejecutor, un hombre que obedecía porque Hitler lo había emocionado. “Eichmann obedecía como un alumno dócil pero estúpido, que no se cuestiona ni discierne ni critica el por qué ni el para qué de lo que hace”, recuerda Georges Didi-Huberman en ¿Por qué obedecer? (2023). También hay una película, Operación final (2018), en la que el personaje de Eichmann dice: “mi trabajo era simple, salvar al país que amo de ser destruido”. Si Milei emociona a una persona es porque le ha quitado la facultad humana de conmoverse, la ha puesto en estado de insensibilidad, la ha anestesiado. Ha satisfecho uno de sus propósitso y potencialmente puede convertirla en Eichmann. Ese propósito para con nosotrxs consiste es inhibir nuestro “poder de pensar” e incluso nuestro poder de conmovernos en relación con otrx. Conmoverse con otrx es devenir otrx: es la humanidad entramada con el lazo social. A lo largo de la historia de la humanidad encontramos motivos y escenas luminosas de pensamiento autónomo que afirma la condición humana ante poderes aberrantes. Esa autonomía de poder pensar se expresa incipientemente con una negativa.

Luego de la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia se formó un Gobierno provisional, integrado por la Duma estatal y el Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado. Esas dos vertientes expresaban la dinámica del doble poder. En abril se precipitó la primera crisis y un conflicto entre la Asamblea y el Soviet por la postura a asumir ante la Primera Guerra mundial. El Soviet abogaba por retirar a las tropas de la guerra (era la tesis leninista), mientras que la Duma pretendía continuar en la contienda bélica (prolongaba entonces los objetivos del régimen zarista). El presidente del Comité provisional de la Duma -Mijaíl Rodzianko- elaboró un plan: apoyarse en la guerra para antagonizar con la revolución. El bueno de Rodzianko, junto con el más bueno aún de Miliukov, tenían la esperanza de que un buen garrotazo alemán, asestado en la cabeza de la revolución, terminara con las veleidades bolcheviques. En función de esta hipótesis, el presidente preparó un decreto sobre el retorno inmediato de los soldados -atraídos por la revolución- a los cuarteles y sobre el respeto que le debían a la oficialidad. Cuando mandó el texto a la imprenta -presten atención a este tuit- “los tipógrafos se negaron en redondo a componer el documento. Sus democráticos autores no cabían en sí de indignación. ¿Adonde vamos a parar? Sin embargo, sería erróneo suponer que los tipógrafos desearan represalias sangrientas contra los oficiales. Pero les parecía que requerir a los soldados a someterse disciplinadamente al mando zarista, al día siguiente de la revolución, equivalía a abrir de par en par las puertas de la contrarrevolución. Es cierto que aquellos tipógrafos se excedieron en sus derechos, pero es que no se sentían tan solo tipógrafos: a su juicio, se trataba de la existencia misma de la revolución” (Trotsky, Historia de la revolución rusa, 1932). Ante la emoción que nos propone Milei podemos empezar por decir no con el propósito de resguardar nuestra condición humana, para seguir pensando, para entender qué pretenden hacer con nosotrxs y, lo que es más importante, prohibírselo.

Salir de infierno

Puesto que cuando se abre una escena histórica fascista todos los destinos son posibles, tenemos que ser capaces de sustraernos a la influencia de ese poder, encontrar lugares-cobijo, de protección. Uno de esos lugares puede ser la belleza. La belleza de la lucha, de la plaza, del museo, de la música. Y lo más relevante aún: la belleza de una alternativa. Italo Calvino en Le città invisibili (1972) nos habla del infierno y qué hacer cuando hemos sido arrojadxs a él: “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.


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