16 septiembre, 2024

¿Qué explica las contundentes diferencias entre los efectos colectivos que tienen los distintos tipos de muerte? ¿Por qué hay decesos que incomodan más que otros? Un breve ensayo político y sociológico al respecto.

Escribe: Valentino Cernaz

Hace algunas semanas, bajando las escaleras que hay que atravesar para abordar la Línea C del subte hacia Plaza Constitución, el servicio que me disponía a abordar se vio interrumpido. Una persona había fallecido sobre las vías. Se trataba, claro, de un episodio más de algo que resulta frecuente y cotidiano para quienes viajan regularmente en el tren o en el subte, que provocó entre los usuarios que debimos volver a la superficie más molestia por el intempestivo cambio de planes que se nos impuso, que escozor o impacto por la pérdida de la vida de otro ser humano. No descubrimos nada al plantear que la relación de las personas con la muerte siempre ha sido compleja, en múltiples sentidos. Rituales, duelos y creencias son algunas de las prácticas sociales que a lo largo de la historia nos han permitido abordar algo que, incluso desde su base biológica, nos resulta inabarcable. Sin embargo, en otra arista de este mismo asunto, podemos identificar que, en nuestras sociedades, e incluso en la totalidad de las sociedades, no todas las muertes tienen los mismos significados y las mismas funciones.
¿Por qué, dejando de lado los fallecimientos por causas naturales, hay decesos que nacen condenados a la intrascendencia colectiva, mientras que otros forman parte de la agenda pública, incluso hasta el cansancio y la saturación? ¿Se trata, acaso, de una cuestión cuantitativa? Veamos.

Tal como se puede ver en el sitio web de Datosmacro , según indican las última estadísticas al respecto que han sido publicadas, en el año 2020, en la Argentina se produjeron 2847 suicidios, dando lugar a una tasa de 6,3 muertes de este tipo cada 100.000 habitantes. Por otra parte, recogiendo las cifras de la Dirección Nacional de Estadística Criminal (2) , en ese mismo año, nuestro país registró 2418 víctimas de homicidios dolosos, lo que arroja una tasa de 5,4 asesinatos de estas características cada 100.000 personas. ¿Las cifras fueron especialmente bajas con motivo de la pandemia y el aislamiento? En absoluto: citando a la misma fuente en su última actualización, en el año 2022, la cantidad de muertes por homicidios dolosos en nuestras tierras fue de 1961.

No se puede negar que estos números están lejos de tener una correlación directa con lo que vemos diariamente en los medios de comunicación tradicionales en particular, y en la agenda pública en general. Los suicidios y todas las cuestiones vinculadas a la salud mental continúan, a día de hoy, notablemente invisibilizadas, mientras que los hechos de criminalidad vinculados a los hurtos son cubiertos al detalle de manera tan explícita como morbosa, incluso en muchos casos aunque no se trate de asesinatos. Podríamos esbozar una hipótesis al respecto de este asunto, y es que la diferencia entre el abordaje y los efectos colectivos que poseen estas dos problemáticas reside en su función social.

Émile Durkheim

Tal como explicaba Émile Durkheim, uno de los padres fundadores de la sociología, hace más de un siglo, el crimen resulta ofensivo para la conciencia colectiva, mientras que el castigo a quien lo comete fortalece las normas que rigen el lazo social. Profundizando su caracterización, podríamos ir más allá y plantear que el abordaje noticioso extenso, detallista y crudo de los hechos criminales también tiene una función social, y es, precisamente, la de ocultar las razones estructurales y las dinámicas sistémicas que impulsan la delincuencia, poniendo el foco en aquello que puede despertar en la sociedad las pulsiones que la lleven a inclinarse por la “solución” punitivista. En pocas palabras, si el problema de la criminalidad se reduce a las atrocidades cometidas por individuos aborrecibles y descartables, será suficiente con castigarlos para mantener el statu quo.

En este punto, tratándose de una cuestión que razonablemente es tan sensible como preocupante, es importante trazar una distinción entre la comprensión y la indulgencia o lo que en el lenguaje político argentino suele llamarse “garantismo”. Analizar y comprender no equivale a avalar ni a apañar, y la criminalidad es indiscutiblemente un problema de gravedad en nuestro país, que debe ser tomado con seriedad y abordado de manera consistente. En la frialdad de las estadísticas, claro, se puede perder de vista todo lo que hay detrás de cada muerte. Por eso, la mejor manera de hacer un aporte en el debate de ideas acerca de asuntos como este es intentar reflexionar sobre ellos como fenómenos sociales con toda la profundidad que los reviste, teniendo en cuenta que la lógica del castigo, aunque importante, nunca es suficiente por sí misma. Una contribución a considerar en este sentido es el reconocido libro “El sentimiento de inseguridad”, del investigador Gabriel Kessler.

Retomando el punto anterior, podemos plantear la idea de que la invisibilización y la individualización de los suicidios también tiene una función social. En su obra cumbre “Realismo Capitalista”, el interesantísimo pensador británico Mark Fisher -quien, precisamente, se suicidó en el año 2017-, plantea con precisión a este respecto: “Ya no debemos tratar la cuestión de la enfermedad psicológica como un asunto del dominio individual cuya resolución es de competencia privada; justamente, frente a la enorme privatización de la enfermedad en los últimos treinta años, debemos preguntarnos: ¿cómo se ha vuelto aceptable que tanta gente, y en especial tanta gente joven, esté enferma? La «plaga de la enfermedad mental» en las sociedades capitalistas sugiere que, más que ser el único sistema social que funciona, el capitalismo es inherentemente disfuncional, y que el costo que pagamos para que parezca funcionar bien es en efecto alto”.

Más atrás en el tiempo, concretamente, en el año 1897, el ya mencionado Émile Durkheim publicaba “El suicidio”, una de sus obras más destacadas. Más allá de la profundidad explicativa de este trabajo, debemos decir que, hace ya casi 130 años, este sociólogo francés nos dejaba en claro que los suicidios estaban lejos de ser un asunto del fuero íntimo, o que pudiesen ser explicados solamente en base a las características particulares de la vida de cada persona. Hoy, esa misma idea resulta incómoda y hasta disruptiva, pues poner de relieve las condiciones estructurales que motorizan el crecimiento de las problemáticas de salud mental es una señal de alarma para el
sistema en el que vivimos.

Mark Fisher

En “Realismo Capitalista”, Fisher incorpora una cita del psicólogo británico Oliver
James -más precisamente, de su libro “The Selfish Capitalist”- que resulta pertinente
replicar en este punto: “En la fantasía de la sociedad emprendedora, ha crecido el alcance del engaño de que cualquiera puede convertirse en Alan Sugar o en Bill Gates aunque concretamente la probabilidad que cada individuo tiene de enriquecerse ha disminuido muchísimo desde 1970 junto a la retracción en la igualdad de ingresos. Una persona nacida en 1958 tenía muchas más chances de ascender socialmente, gracias a la educación, por ejemplo, que una nacida en 1970. Entre las toxinas más venenosas del capitalismo egoísta se cuentan: la idea de que la riqueza material es la clave de la autorrealización; que solo los ricos son ganadores, y que el acceso a la cumbre de la riqueza es posible para cualquiera dispuesto a trabajar lo suficiente a pesar de su familia, de su ambiente social o de su raza. Si no triunfas, solo hay alguien a quien puedas culpar”.

Depresión, estrés, ansiedad y, por supuesto, también los suicidios, no son en todo momento y lugar problemas provocados meramente por miserias personales, sino que pueden concebirse como síntomas colectivos de una realidad que nos agobia y, en diversos sentidos, no nos ofrece respuestas. Aunque hablamos de un fenómeno sistémico, propio de la etapa actual del capitalismo, no es descabellado imaginar que esta Argentina que deja tantos cabos sueltos es un caldo de cultivo aún más propenso para la proliferación de problemas de salud mental. A nivel político, en tiempos en los que se discute acerca de las capacidades del peronismo, el progresismo y las izquierdas para interpretar la realidad contemporánea, debemos decir que trabajar por la politización y la desindividualización de la salud mental es un eje verdaderamente importante que, junto a muchos otros, hay que abordar.


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