15 julio, 2025
Luca flotando

Bajo la forma de una aventura italiana y veraniega, «Luca» esconde una de las alegorías más sensibles que Pixar construyó en su historia. Una película sobre la diferencia, el miedo a ser descubierto y la búsqueda de pertenecer en un mundo que desconfía de lo que no encaja. Un relato sutil, pero con ecos profundos para aquellos que crecieron sintiéndose “otros”.

Escribe: Juan Pablo Godoy Jiménez

Hay películas que encuentran un bello encanto en su simpleza, pero eso no quiere decir que aquella simpleza no pueda contar algo más profundo que se esconde de aquellos ojos que no son capaces de captar las señales. Así sentí Luca la primera vez que la vi. Una historia simple, ambientada en un pueblo pesquero de Italia, sobre chicos que sueñan con aventuras y una Vespa para recorrer el mundo. Pero detrás de esa postal veraniega, había otra historia latente en su interior. Algo que no se dice, pero se siente mucho: Luca es una película sobre ser distinto, sobre el miedo a mostrar quién sos de verdad, sobre lo que significa crecer sintiendo que tu verdadera identidad puede hacer que te rechacen y te aparten.

Pixar siempre supo contar historias que trabajan en varios niveles. Una película para chicos y otra para adultos, al mismo tiempo. Pero Luca va un poco más allá, porque toca un tema que atraviesa infancias, adolescencias y adulteces: la diferencia como marca, como peso, como estigma y como peligro. Y aunque no lo dice abiertamente, muchos encontramos en ella una clara alegoría a la homosexualidad y al proceso de salir del clóset. No hace falta que los personajes digan nada: la metáfora está en el cuerpo de la película, en las imágenes, en el subtexto, en las miradas.

Luca y Alberto son dos “monstruos marinos”, seres que viven en las profundidades del mar pero que pueden transformarse en humanos al salir del agua. Pero si los descubren, si alguien ve su verdadera forma, el castigo es el rechazo, el miedo, el asco y la caza. Lo que ellos son “de verdad” no puede mostrarse bajo ninguna circunstancia. ¿Cómo no leer ahí una metáfora del miedo que atraviesa a muchos chicos y chicas queer al empezar a reconocerse? El temor a que la familia, los amigos, la sociedad, a que los otros no puedan aceptar lo que somos. El deseo desesperante de encajar, pero también el sufrimiento de tener que ocultarse para lograrlo.

Pescados Luca

La película no trata sólo sobre identidad sexual. Trata sobre cualquier diferencia. Pero cuando uno la ve desde esa perspectiva, todo encaja con una claridad casi dolorosa. El agua, ese espacio íntimo y verdadero, es el lugar donde pueden ser ellos mismos. El aire libre es el espacio de las máscaras. Y esa tensión que implica mostrarse o esconderse atraviesa cada gesto, cada diálogo, cada mirada entre los protagonistas.

El vínculo entre Luca y Alberto también es una clave importantísima. No es una historia de amor en términos literales, pero sí una historia de afecto profundo, de descubrimiento compartido. Para muchos chicos gays, lesbianas, no binarios o trans, el primer gran vínculo afectivo es así: una amistad que confunde, una cercanía que desborda, un cariño que no siempre se puede nombrar pero que marca para siempre. Lo que une a Luca y Alberto no es sólo la aventura, sino también la experiencia de estar juntos en ese miedo compartido de ser descubiertos y en la esperanza de una vida mejor, de una vida libre y llena de aventuras en su Vespa.

Luca

El entorno no ayuda para nada. El pueblo de Portorosso es pequeño, conservador, lleno de prejuicios hacia los monstruos marinos, que son señalados como enemigos desde siempre. Hay una violencia instalada que no se discute: simplemente es así. Como tantas familias o comunidades que rechazan lo diferente sin preguntarse por qué.

Pero Luca no es una película amarga. No es un drama disfrazado de animación. Es, ante todo, una historia brillante y esperanzadora. No busca enseñar desde el trauma sino desde la ternura. La inclusión está representada en Giulia, la amiga humana que acepta a Luca y Alberto tal como son, incluso después de descubrir su verdadera naturaleza. Ella es la bisagra entre los dos mundos. Representa esa parte de la sociedad que sí puede aceptar lo distinto, que no necesita explicaciones para acompañar y entender.

Luca.

El final de la película es agridulce. Luca se va a estudiar a Génova, Alberto se queda en el pueblo. Cada uno sigue su camino, pero lo hacen sabiendo que el otro fue clave para llegar hasta ahí. No hay finales románticos, no hay grandes declaraciones. Pero lo que queda es la certeza de que esa amistad —o lo que haya sido— fue lo que los hizo crecer, lo que los sacó del fondo del mar y los llevó al borde del mundo.

Me gusta que Pixar haya confiado en la inteligencia emocional del público para descubrir lo que no se dice. No necesitamos que todo esté explicado. A veces basta con una imagen: dos chicos riéndose arriba de una Vespa vieja, con el viento en la cara y el verano por delante.

En tiempos donde los discursos de odio parecen encontrar nuevas formas de expresarse, Luca elige otro camino: el del cariño, el del deseo de pertenecer sin perder la propia identidad. Tal vez sea cierto que todos somos un poco monstruos marinos tratando de encajar. Lo importante es que haya quienes, como Giulia, nos miren con ternura y digan: “me gusta cómo sos de verdad”. Porque al final, de eso se trata crecer: de dejar de temerle a quienes somos.


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