HAN KANG, O CUÁL ES LA DIETA DE LA ÚLTIMA PREMIO NOBEL

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Kang reflexiona a través de su escritura sobre la existencia como un cisma, y como un razonamiento falso, por lo tanto reflexiona también sobre el lenguaje.

Escribe: Gabriela García

Dicen que Corea del Sur se modernizó demasiado rápido, que es mucho más rica ahora que hace apenas unas décadas, que las mujeres estudiaron, salieron a trabajar y se independizaron. Dicen que los hombres no supieron y no saben qué hacer con ellas, que la gran mayoría de ellos insiste en conservar la estructura patriarcal, así que hay muchas mujeres diciendo que “NO”. Entonces cabe preguntarse ¿Qué escritura puede surgir en un país así? Rebecca Solnit nos recuerda que en diferentes lugares emergen diferentes pensamientos. ¿Hubiera podido Han Kang escribir sobre otra cosa que no fuera sobre el rechazo?

Los temas de dos de las novelas de la autora coreana recientemente ganadora del premio nobel no desmienten a Solnit. Tanto en La clase de griego como en La vegetariana, los personajes principales se rehúsan: en un caso a hablar, en el otro a comer. Son como heroínas griegas, están dispuestas a mantener su rechazo hasta el final. El acto de decir NO, tal vez sea siempre un acto moral y político.

Los personajes de Kang se sustraen, son sujetos que se restan de este mundo, que se pierden. Que dejan al descubierto la dificultad fundamental de ser humanos, estar en déficit, inconclusos. La autora reflexiona a través de su escritura sobre la existencia como un cisma, y como un razonamiento falso, por lo tanto reflexiona también sobre el lenguaje. Ese ser que como un alma en pena nos anda atrás y al que podemos rechazar porque no nos da todo, porque nos da poquito, un humito, apenas soplidos semánticos que nunca alcanzan. Esa carencia es el leitmotiv de su obra, y la pérdida es la música de su escritura. Una pérdida que va tomando diferentes formas. La de un lugar, la del interés por seguir siendo humano, la de los sentidos, la del sueño, la de la cordura. Sus personajes no abonan a ninguna convención social tradicional. En La Clase de Griego la protagonista es una madre expropiada y sin palabras, en La Vegetariana es una esposa sumisa e ignorada que va dejando de comer. Ambas están en pérdida.

La trama textual que sostiene a estos cuerpos raros, fuera de serie, es una suma de acontecimientos traumáticos que pondría a cualquiera a llorar. Pero las mujeres de estos dos libros no lloran, ni buscan salvación. No hay mensaje que convoque al otro. Los cuerpos y las bocas se cierran, parece que no tuvieran fisuras. Parecen presencias oníricas, siempre al borde de la desaparición.

Pero en la vegetariana hay una radicalización mayor, podríamos decir al borde del delirio. A ver: una mujer insignificante deja de comer carne a raíz de sueños muy truculentos y progresivamente deja los alimentos para iniciar su metamorfosis a árbol, no desea ser de este reino. Va abandonando el mundo y el mundo la abandona. Excepto su hermana con quien comparte una infancia de violencias tal, que cualquiera hubiese preferido estar muerto o ser planta.

En cambio en La clase de griego, la mujer está atravesando por un período de mutismo, como otras veces en su vida, y convirtiéndose en una paria social. Su esperanza en recobrar alguna manera de lenguaje está en las clases de griego, donde tiene un profesor que va encegueciendo. Ambos han sufrido separaciones, ambos han visto a lo más querido aparecer y desaparecer. Ambos están incompletos, ambos están perdiéndose en el mundo.

Aunque en las dos novelas las historias son tristes, porque las vicisitudes de los personajes atraviesan por mucho sufrimiento psíquico y mental. En ambas se abren grietas por donde se puede ver que a pesar de cualquier devastación siempre se puede hacer lazo con un otro que está ahí, aunque más no sea como testigo de que sólo somos un lugar por donde ha pasado un fantasma, un espejismo, como le hubiera gustado decir a J.L.Borges, el admirado autor de la escritora.

El lenguaje de la autora es liso, a veces intenta ser poético. No sé, no estoy segura de la traducción. El juego con los puntos de vista es efectivo y tiene la delicadeza de un caleidoscopio. Como buena literatura no se cierra en sí misma, y deja leerse en diferentes claves. Una infaltable es la de época y la rebelión de las mujeres frente a opresiones ancestrales. Yo prefiero escuchar lo que de reflexión sobre la condición humana tiene para decirnos Kang. Pero creo que por encima de eso pienso en La narradora de La lección de griego cuando nos recuerda que esta lengua tiene una voz media, esa que refiere al efecto de una acción sobre quien la lleva a cabo. Entonces hablo del efecto en mí, de lo mucho en que me han hecho pensar estas dos novelas sobre el acto de decir NO.


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