Conrad narró en su novela un viaje de lo conocido a lo desconocido, en un camino hacia la animalidad.

Escribe: Gabriela García

“Antes del Congo yo no era más que un simple animal”

Dijo Joseph Conrad cuando regresó en 1890 de su viaje por esa geografía. No sabemos qué fue después, pero sí que la experiencia vivida allí lo impactó tanto que escribió uno de los clásicos de la literatura Universal. ¿Cuál fue la motivación? Quizás dejar que su propia consciencia se abriera paso a través del lenguaje para poder procesar lo que vio en ese infierno? Porque sí, Conrad atravesó un infierno.

Ubiquémonos: estamos a finales del siglo XIX, El Congo era una colonia privada del rey Belga Leopoldo II, quien en su afán de competencia con otros imperios, y viendo que el corazón de África aún no había sido colonizado por otras potencias, hizo que sus hombres se adentraran y remontaran el río que es la aorta del continente: el río Congo. En las expediciones hacían firmar contratos, en francés, a los nativos de sus márgenes, y por ellos los comprometían a la entrega de cuotas de alimentos y marfil dándoles a cambio abalorios. Como una niebla que se los fue tragando los sometieron a la esclavitud, la tortura, y la muerte. De los 8 millones de personas que significó el genocidio, muchos murieron asesinados por el nuevo invento: el chicote de hipopótamo, un látigo que los laceraba hasta desangrarlos. En ese contexto, y al volver a Inglaterra, Conrad se inventó un alter ego y creó a Marlow, el narrador de su novela más famosa. Este personaje cuenta a otros marineros, que como él están en un barco esperando que suba la marea del Támesis para zarpar, la historia de cuando tuvo que ir a buscar a un tal Kurtz, otro blanco en lo profundo del continente .

Como vemos la línea argumental es sencilla. ¿En qué reside el portento entonces? Tal vez en que Conrad le brindó a su narrador la verdad física y moral de su experiencia, la perplejidad sentida yendo desde lo conocido a lo desconocido. Cuanto más se adentraba en la selva y más se acercaba a Kurtz, más fascinación sentía por ese personaje que se hacía adorar por los nativos, que en la brutalidad de su dominación había sabido cómo erigirse sobre una realidad primaria a la que rechazaba y que lo subyugaba violentamente al mismo tiempo . Marlow iba a él embelesado como los marineros de Ulises a las sirenas, y como a ellos se lo devoró la voz que provenía de aquel hombre alucinado que siendo el súbdito que más marfil enviaba a su rey, era el rey de reyes entre los nativos, un dios.

Asistimos como lectores a la turbación que va experimentando Marlow desde su partida, y que aumenta tanto como aumentan los peligros de la selva, las practicas brutales que atestigua y de las que también es parte y que van deformar su consciencia para siempre. Porque parece no quedar nada de la fe en la civilización después de ver cómo en su nombre se practica la más terrible crueldad. Y tampoco nos queda certeza de cuál es la sustancia de lo humano para Marlow. Lo seguimos por ese río sorteando obstáculos, y siempre lo vemos acechado desde la orilla oscura y siniestra.

La selva aparece como otro gran personaje de la historia, porque no es sólo el lugar donde ocurren los hechos, es también un organismo viviente, mudo, y ominoso, que no deja de respirar en la nuca del narrador, susurrándole espanto. La maestría de Conrad para describirla es tal, que se puede sentir el miedo y la claustrofobia de estar envueltos por es ser primigenio, húmedo, oscuro, anhelante de algo que poseen los hombres y se quiere llevar. Se lleva el alma de Kurtz? Sabemos que Marlow lo busca como quien busca a ese Gran Otro que le revelará una verdad sobre sí mismo, que le hará saber su esencia. ¿Eso ocurre? ¿Qué idea se hará el lector? Cómo verá el contraste entre civilización o barbarie? ¿Qué imagen se hará de los nativos? ¿De la colonización? Qué opinión se hará de estos personajes sin disfraces, que parecen vistos como sólo los podría ver Dios: sin la ficción del tiempo, ya que la novela destila una reflexión intemporal sobre la condición humana. ¿Y qué pensará el lector cuando lea, o escuche, el inolvidable “El horror, el horror” que tanto se ha repetido y citado a lo largo de obras y ensayos ¿Qué creerá que significa? ¿Qué imaginará sobre lo que alojamos en nuestros corazones como víctimas, como victimarios, o ambas cosas?

¿Seremos también los lectores menos simples animales después de leer el Corazón de las tinieblas?


Descubre más desde hamartia

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Verified by MonsterInsights