LO ANIMAL HUMANO

Los relatos incluidos en “Mariposas y moscas” de Gabriela García crean mundos a partir de las ruinas del actual.
Escribe: Mariana Collante
Los relatos incluidos en “Mariposas y moscas” de Gabriela García crean mundos a partir de las ruinas del actual. Son paisajes de desamparo, pero también de alianzas insólitas para sobrevivir. Cada historia despliega la oscuridad de un sistema hostil que cae y el enigmático espacio que se abre para fundar otras formas de vida y de muerte.
El libro abre con “Beagle”, un relato que podemos situar en un futuro inminente. Una pandemia arrasó con la forma de vida conocida hasta el momento y las personas viven en autos estropeados y locales abandonados. Los protagonistas no pueden parar de recordar; están en el presente como fantasmas que se resisten a morir y se abrazan a reglas y rutinas que ellos mismos establecen. En esa situación extrema, Jero, una perra beagle es el instrumento central que resguarda la ternura de la que somos capaces los humanos.
“Mariposas y moscas” da título al libro y narra con una delicadeza oriental la muerte de dos crías: una niña que cae de un árbol y una monita desgarrada por una trampa. Las dos madres, testigos de la atroz sincronía de sucesos, de repente están hermanadas por el dolor de la pérdida. Para la mujer hay una dimensión aún más esencial: las palabras ya perdieron todo sentido al no poder pronunciar el nombre de su hija. En este relato, Gabriela García pone de manifiesto cómo el lenguaje y la cultura nos constituyen y se pregunta si es posible que voluntariamente decidamos abandonar el estatuto de lo humano. y avanzar hacia lo animal.

En el cuento “En una bolsita” dos hermanas van al cementerio municipal a buscar los restos del padre muerto años atrás. El trámite abre a los recuerdos y a viejas peleas que connotan visiones antagónicas del mundo. Mientras una de ella debe aceptar que su padre -ya convertido en cenizas- puede ser trasportado en una bolsa, notan que el cementerio está habitado. Los habitantes son personas sin techo que fueron empujadas a ¿vivir? entre las tumbas. Es una escena de los tiempos que se avecinan si no se pone en debate el derecho a la vivienda. Y es a la vez una pregunta filosófica: ¿A qué llamamos vivir? ¿La vida sin los elementos mínimos para el sustento puede llamarse así? En el final también plantea otro asunto inquietante: ¿se puede crear otra forma de morir?
De los nueve cuentos que integran el libro de Gabriela García se desprenden múltiples preguntas y, a la vez, hay dos ideas que los enlazan: la creciente debilidad de la frontera que nos separa de lo animal y la urgencia de poner en práctica lo colectivo como respuesta al derrumbe del sistema
“Todos los días son iguales, Rachel, qué parte no entendés, llueve y llueve y ladra y ladra. Ella se acordó de cuando llevaba a Jero a la clínica porque se había comido cualquier cosa del piso y se sorprendía de que, en la sala de espera, todos los animales se respetaran, como si tuvieran la comprensión bondadosa y primera de que estaban en un mal momento y que no tenían que molestarse. Todos somos esos animales ahora”.
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