PRESO EN MI CIUDAD
“La ciudad letrada” del crítico uruguayo Ángel Rama cumple cuarenta años.
Escribe: Mariana Collante
“La ciudad letrada” del crítico uruguayo Ángel Rama cumple cuarenta años. A modo de celebración, el sello catalán Trampa reeditó este ensayo fundamental en los estudios culturales contemporáneos, que irradia en un amplio espectro que va desde la literatura, la historia y el urbanismo.
En el texto Rama analiza el devenir de la urbe colonial desde su instauración en 1500. Esta, antes de convertirse en un conjunto de calles, plazas y construcciones diversas, ya estaba imaginada y creada, inclusive con la premisa de que la realidad de los pobladores se adaptara al proyecto.
La diferencia con las metrópolis europeas era enorme, señala el autor, y explica que el crecimiento progresivo de las ciudades en Europa derivó del desarrollo agrícola y de la necesidad que este produjo de construir centros mercantiles. En nuestros territorios, en cambio, los colonizadores establecieron puntos de avanzada en un entorno rural “ajeno” para apropiarse de los recursos naturales, materiales y humanos, y concentrar dentro de sí el poder económico, político y cultural. El diseño urbanístico latinoamericano creció bajo esas condiciones a lo largo de los siglos. Según Rama, el proceso moldeó ideológicamente a la sociedad; por lo tanto, la inmensa mayoría de sus intelectuales —educadores, religiosos, escritores y funcionarios— replicaron con naturalidad este pensar/hacer ligado a los privilegios de un poder central.
Otro punto importante que destaca Ángel Rama, ligado a la tarea intelectual, es la construcción de una lengua alejada de la popular y cotidiana para escribir los corpus legales y religiosos. Si bien ese tipo de documentos y discursos regulan la vida social, los letrados buscan “sacralizar” el lenguaje y así mantener y potenciar sus prerrogativas de minoría. En ese sentido, puede entenderse la creación de las academias de la lengua y el desprecio por quienes arribaban a la urbe con sus propias formas de hablar y relacionarse, bajo el pretexto de cuidar el idioma o el ser nacional. Claro que esos conceptos totalizantes también los encarnaban figuras provenientes del mismo sector social, pero escudados en un interés común.
A fines del siglo XIX, las élites contaban con los recursos materiales para dedicar tiempo a la escritura y a la lectura de los autores europeos en idioma original. Incorporaron así el marco conceptual del viejo continente, en detrimento de lo local. También se alentaban mutuamente a ocuparse de la política. En el cuento “Fotos” de Rodolfo Walsh esto aparece con mucha claridad. Uno de los dos protagonistas principales, el hijo del terrateniente (y también poeta fallido), es exhortado a iniciarse como senador siguiendo el legado de su padre. Para él, el camino es simple; nadie le demanda saberes en la materia ni siquiera un interés real por ingresar en la política. Lo cierto es que en muy poco tiempo logra una banca como legislador. Para ello, se activa algo del orden de “lo natural” que lo habilita a estar en ese lugar de poder, para mantener y acrecentar los bienes familiares y sectoriales.
Así, la ciudad no es meramente un escenario o un contexto donde se desarrollan los acontecimientos, sino que opera como una emisora de significantes que validan, excluyen, limitan o incorporan prácticas, conductas, saberes e intereses. Esta configuración da origen a las oposiciones entre la ciudad letrada y la ciudad real, la ciudad y el campo, el centro y la periferia, así como la dicotomía sarmientina entre civilización y barbarie.
Ángel Rama, nacido en 1926, fue un intelectual ligado a la revista Marcha y a toda una generación de pensadores rioplatenses. En 1973, cuando la dictadura se instauró en Uruguay, debió partir al exilio: encontró refugio en Caracas y luego en Washington. Allí fue contratado como profesor de la Universidad de Maryland. Sin embargo, se le negó la residencia en el marco de lo que la prensa comparó con las viejas persecuciónes políticas del macartismo. Esta segunda expulsión la vivió, según cuentan sus biógrafos, como un segundo exilio. Finalmente, recaló en París.
A los 57 años, Ángel Rama falleció en un accidente aéreo en Madrid, dejando tras de sí una obra profundamente innovadora.
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