ALFREDO MOFFATT: EL INVENTOR DE COMUNIDADES

Su trabajo como psicólogo social nos devuelve a la categoría de familia humana y proyecta futuro. Hoy gran parte de esas creaciones comunitarias siguen funcionando.
Escribe: Beatriz Blanco
El maestro Alfredo Carlos Moffatt en este mes de enero cumpliría 91 años. Sus múltiples inventos y ocurrencias para hacer frente a los desafíos en terapias de crisis y autogestión comunitaria creadas a lo largo de su vida como psicólogo social nos devuelve a la categoría de familia humana y proyecta futuro. Él partió en julio de 2023 pero gran parte de esas creaciones comunitarias siguen funcionando, así como su Escuela de Psicología Social a cargo de la psicóloga Malena Moffatt, su hija, quien nos actualiza el estado de su obra. Conversaciones que mantuve con Alfredo, en su escuela, hace varios años me permitieron trazar esta semblanza que ahora comparto:
Desafía, provoca, reinterpreta, desconcierta, a veces escandaliza. Es pensamiento y acción. Vive en una pieza dentro de su propia Escuela Nacional de Psicología Social rodeado de mujeres que lo auxilian, acompañan, colaboran. Mujeres de cincuenta a sesenta y cinco años, secretarias, ayudantes, una poeta. Unas atienden el teléfono, otras preparan su comida y ordenan las fotocopias para el curso de la noche. Marisa Wagner, la poeta que pasó varias temporadas en el Hospital Moyano, le trae un té. Moffatt reinventa la esperanza a cada rato mientras revuelve el azúcar en la taza. Es un lord inglés para observar y un investigador alemán que sistematiza en mil dibujos y fotos sus ideas del mundo, de las personas, del tiempo, del espacio, de la marginación y la locura. Pero el mundo psi lo cuestiona desde la academia.
Sus ojos celestes, tras los anteojos, escudriñan desapasionados al séquito de mujeres que lo asiste en el hall de un viejo y enorme departamento en primer piso de Rivadavia al 3400, en el porteño barrio de Once. Las paredes están tapizadas por sus fotos de Villa Caraza o de Nueva Delhi, que en algo se parecen. Tiene una barba blanca, ahora bien recortada y el pelo peinado para atrás. Viste sin ostentación, camisa blanca, chaleco de lana y jogging negro. Es raro verlo sin su bolsita hecha con una media, azul o negra, colgada del cuello, donde pone su grabador para grabarse a sí mismo, en el aula, cuando da clase, le hacen una entrevista o le entregan un premio. Y no deja de escribir. Cada experiencia y el contenido de sus clases están detalladas en su página web (www.moffatt.com.ar) e ilustradas con su ojo de fotógrafo social. A sus —por entonces— setenta y cuatro años insiste con voz pausada y tranquila, en que la mirada del otro nos constituye como persona, nos singulariza, tal cual sostuvo Sartre. Y sigue armando una y mil comunidades autogestivas para restablecer ese estatus a quienes padecen la locura, la pobreza, la violencia, el abandono, las cicatrices de la dictadura. Arquitecto de profesión por capricho de su padre, y psicólogo social por propia elección al amparo inicial del psiquiatra Enrique Pichón Rivière (1907-1977). “Opté por los pobres y los locos desde hace muchos años porque me parecen personas mucho más ricas existencialmente”.

Fue un estudioso de Kafka y tiene sentido después de conocer sus primeros siete años de vida. Su madre Helen “Leni” Dudek, de origen alemán, lo parió un 12 de enero de 1934 en el Hospital Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires. Hasta que ella cayó enferma de artritis reumatoidea vivió como rey de la casa con sus padres y sus abuelos alemanes. Pero su padre un día se enojó con su abuela “la valquiria” y se fueron de esa casa, prohibiéndole a su mujer ver a su madre y hablar alemán. Al poco tiempo, Leni tuvo que ser internada. Alfredo tenía cuatro años. Su padre, de familia inglesa, maestro mayor de obra, era empleado de Vialidad y viajaba constantemente. En tanto, “Fredy” —como le llamaban de niño— alternaba entre la casa de sus tías inglesas de clase media alta en Temperley y la humilde vivienda de un peón del ferrocarril amigo de su padre. Leni era gran lectora de Dostoiesvky y le trasmitió su interés por los entramados psicológicos de sus personajes, le dio interioridad. Hasta hoy recuerda y nos hace imaginar cómo pasaba su manita por la colcha blanca esponjosa de algodón, con textura en cuadraditos que cubría la cama de hospital de su madre, en los días de visita. Su papá se ocupaba de trabajar y controlar, de indicar cómo ponerse la bufanda, lo que había que comer y no comer, y cómo cuidarse del sol. Al decir de Moffatt, “controlaba el afuera porque no podía controlar el adentro”. Es que adentro de su padre, dice: “no
había nadie”.
La reiteración en nuestro diálogo acerca de si una persona tiene o no tiene alguien adentro generó una respuesta. “Hay gente que no tiene interioridad y otra gente que es pura interioridad y se cayó adentro. Yo estoy adentro y
afuera. Tal vez es una costumbre de chiquito, cuando pensaba que estaba pensando y conversaba conmigo mismo para poder sobrevivir a esa situación, no sé qué carajo pasó. Cuando mi pareja tiene algo parecido a mi mamá puedo evadirme. Son los únicos seres humanos que he conocido, los hombres me son misteriosos”. Su madre salió del hospital cuando él tenía siete años y se fueron los tres a vivir a Pergamino, trascurría 1941.Leni se arreglaba para hacer las cosas de la casa desde su silla de ruedas con un sistema de palos, rueditas y sogas, mientras soñaba un destino para su hijo. En tanto Fredy organizaba un club de lectura en el garaje en el que apiló sus revistas Billiken, Patoruzú, Rico Tipo, Caras y Caretas. Una estrategia para escapar a la soledad de hijo único de “la
señora enferma”. Según su parecer tenía dos caminos, “ser un autista tipo tortuga o abrirme a los otros para agradar e integrarme. Opté por ser una tortuga rehabilitada”. Había que generar vínculos, armar barritas que con el tiempo se transformaron en todo tipo de grupos, comunidades terapéuticas, autogestivas, alternativas. “Mamá me fue induciendo a un camino en el que yo tenía que ser un inventor o algo así, alguien famoso que hiciera “una gran obra para el bien de la Humanidad”, como Albert Schweitzer”, cuenta. Moffatt anduvo por mil caminos, en América Latina, Europa, la India y Malasia, siempre con su cámara al hombro pero su refugio es su habitación-estudio- guarida decorada con mil objetos extraños, una pintura del busto de Perón, un espejo convexo, la máscara de un monstruo del carnaval brasileño, cientos de papeles y casetes. Y una cama con techo de madera. A esa altura y a un costado, sobre una pequeña repisa se encuentra una urna de metal grabado que contiene los huesos de su madre, Leni. Mira la cajita en lo alto y cita a Borges: “no me pregunten por la ausencia de mi madre porque ella está conmigo”.

Sin plata y sin permiso
Su modo de hacer se guiaba por la consigna “sin plata y sin permiso” para inventar vínculos que sanan y desplegar su obra en un mundo mercantil y autoritario. En 1967 escribió su primer libro Estrategias para sobrevivir en Buenos Aires. A partir de 1968 coordinó diversas experiencias: la construcción con un equipo de internados de la plaza y un salón del Hospital Neuropsiquiátrico Borda; el programa de resocialización en el Hospital de Brooklyn, Estados Unidos; y en 1971,de regreso a Buenos Aires, la Comunidad Popular Peña Carlos Gardel en el Hospital Borda hasta marzo 1974. Las amenazas de la organización paraestatal Triple A impidieron que siguiera con la experiencia e inmediatamente publicó Psicoterapia del Oprimido, su segundo libro que alcanzó su sexta edición con el nuevo título de Socioterapia para sectores marginados en la Argentina y la décimo quinta en Brasil, donde por esos años trabajó con Paulo Freire, comenzó a dar clases y los directores de un hospicio lo solían recibir como “doctor Moffachi”. “No te digo que allá soy Gardel pero sí Magaldi”. Vinieron después otros inventos, algunos funcionan actualmente: en una casa vieja de Gascón y Córdoba instaló en 1982 el Centro de Asistencia Psicológica
El Bancadero, en un país lastimado por la dictadura y la guerra de Malvinas; un año después y terminada la dictadura cívico-militar-eclesial la Peña Carlos Gardel volvió a los jardines del hospicio como Cooperanza, Comunidad Terapéutica, a cargo de Lea Furman, en el Hospital Borda donde nació la radio La Colifata por iniciativa del psicólogo Alfredo Olivera. En 1989 fundó su Escuela de Psicología Social y en 2001 echó a andar la Comunidad Las Oyitas, en La Matanza, un comedor autogestivo organizado por las madres de asentamientos y villas cuando el hambre acechaba a los barrios más pobres del conurbano. En 2003 publicó En caso de angustia rompa la tapa, Astralib. El 30 de diciembre de 2004, recién llegado de Paraguay, donde acompañaba como voluntario a familiares de víctimas de un gran incendio, se produjo la Masacre de Cromañón en Buenos Aires. Esa noche asistió como “operador de crisis” a los padres de las víctimas mientras los jóvenes escapaban del boliche exhaustos y semiasfixiados por el incendio. “Frente a la tragedia se para el tiempo”, explica Moffatt (1). Este hecho dio pie para que organizara la comunidad Bancavidas en la Emergencia con un grupo con sobrevivientes de Cromañón en Isidro Casanova, partido de La Matanza, construyendo con los jóvenes y sus familias una plaza para los vecinos y enseñando oficios. Tres años después publicó Terapia de crisis: la emergencia psicológica, autoedición. Y en 2011 Psicoterapia existencial.

Todas estas experiencias generaron un semillero de psicólogos sociales que se especializaron en distintos frentes: Alejandro Alonso, en el trabajo con la discapacidad, siendo él ciego y militante popular; Carlos Sica, integrante del equipo de la Peña Carlos Gardel en 1971 que trabajó junto a Moffatt hasta la década de 1990, se especializó en Psicología de la Emergencia, y la psicóloga Graciela Cohen tomó la orientación gestáltica. Además de los ya mencionados podemos contar a Lea Furman que quedó al frente de Cooperanza y al psicólogo Alfredo Olivera creador de la radio FM La Colifata que sigue sonando en el 100.3. Eran también de la partida, en encuentros y presentaciones de la Escuela, el arquitecto Rodolfo Livingston, el poeta y dramaturgo Zito Lema, tan cercano al arte y la locura. Y Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora que fue su alumna y gran amiga, entre otros seres sensibles, innovadores, revolucionarios.
Pesimista esperanzado
Este “pesimista esperanzado”, como se autodefinía, partió hacia la comunidad “celestial” el 2 de julio de 2023. Su hija Malena Moffatt, Licenciada en Psicología en la Universidad de Buenos Aires, tomó entonces la dirección de la Primera Escuela de Psicología Social Alfredo Moffatt declarada de interés para la Psicología Social y la Salud Mental por la Legislatura porteña, en reconocimiento a su labor comunitaria y aporte a la desmanicomialización. En diciembre pasado se entregaron los diplomas a los egresados de tercer año en la sede de ATE porque la Escuela no pudo seguir funcionando en el viejo edificio de la Av. Rivadavia, ya que el alquiler resultó muy costoso. La carrera de Psicología Social ahora se cursa online, hasta que el grupo que encabeza Malena pueda dar forma a una fundación. Uno de los objetivos es gestionar títulos con reconocimiento oficial para sus egresados. Y además editar las obras completas de Moffatt.
Era una preocupación constante de Moffatt que sus propuestas y experiencias tan vastas continúen después de su partida. “Es que hice tantas cosas —reflexionó un día— que parece que hubiera nacido en 1800”. Por eso, tanto Malena como muchos de los discípulos y alumnos de Alfredo están intentando que la obra moffattiana siga viva y crezca.
Aún hoy, Alfredo Moffatt desafía, provoca, reinterpreta. Es pensamiento y acción.
Notas:
(1) Ver “Hay que pasar de la ira al llanto”, Página/12, 3 de enero de 2005. En línea:
https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-45543-2005-01-03.html
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