UNA DE TERROR
Empresas que traen un «nuevo servicio», y también un nuevo modelo de negocios.
Escribe: Mariana Collante
“El día que entras a trabajar a Rappi ya te querés ir”, asegura Damián, un repartidor de 32 años que intenta organizar a sus compañeros y compañeras frente a las aplicaciones de delivery.
Estas empresas son plataformas para que los comercios, los clientes y los repartidores interactúen. Desde que se instalaron en nuestro país a comienzos del 2018, casi no han sido reguladas por el Estado. Traen un nuevo servicio, y también un nuevo modelo de negocios. Minimizan su estructura, extreman sus utilidades a la par de la desprotección de sus trabajadores, negándoles ese carácter. Damián con su bicicleta, su caja naranja fosforescente y el celular como una extensión de su cuerpo es un “socio” de una plataforma que factura millones de dólares en el mundo. ¿Un socio? Nick Srniceck en su libro “Capitalismo de plataformas” analiza todo lo novedoso que tienen estas aplicaciones, pero también dice que en términos reales este modelo ya es conocido; el de los jornaleros de las zonas rurales. Se les paga un porcentaje menor de la recolección o cosecha como a los repartidores en las grandes ciudades se les paga por viaje realizado. No hay vacaciones, ni días por estudio, ni enfermedad. “Cuando estás en Rappi no decís: voy a laburar bien para comprarme un terrenito, decís, voy a laburar bien para comprarme un pollo al spiedo” dice Damián, amargado y levantando las cejas.
Es muy fácil entrar a trabajar en Rappi, solo con 18 años cumplidos, DNI, y una moto o bicicleta, ya sos un socio. La página oficial Soy Rappi explica lo ventajoso que es poner tus horarios, y días de trabajo para poder estudiar y dedicarte a la vida familiar. Lo cierto es que, según una encuesta realizada durante 2019 por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el promedio de edad de los trabajadores es de 38 años, están sobrecalificados para la tarea y la plataforma es su principal fuente de ingresos. Damián comenzó a trabajar en Rappi a mediados del 2019 porque se había inscripto en el profesorado de Geografía, y ya no podía seguir trabajando de mozo, tarea que realizó durante varios años en la pizzería La Farola de Nuñez. «Soy mozo de salón, me encanta ese trabajo, pero está muy mal pago, demanda muchas horas y se complica trabajar y estudiar en esas condiciones». Entonces, se bajó la aplicación de la plataforma, compró la mochila que la empresa, sí, la misma empresa, vende a 1500 pesos y puso en marcha su bicicleta. “La mochila la tenés que comprar sí o sí, porque te habilita a trabajar en los comercios grandes; las cadenas de pizzerías, las farmacias, los supermercados”.
Damián vive con su pareja en Don Torcuato y no tienen hijos. Todos los días hace una parte de su recorrido en el tren Belgrano Norte y el resto en bicicleta. “Lo que ganas acá en ocho horas te sirve para comer, y pagar alguna que otra cosa, por eso los pibes que tienen hijos laburan trece, catorce horas todos los días”. A pesar de las pocas ganancias y el esfuerzo físico, prefiere hacer repartos que encerrarse en una fábrica, o en un taller. “No te cambio estos momentos de libertad, de hacer una pausa cuando quiero, parar y tomarme un helado, sentarme en una plaza. No me gusta lo sedentario, y acá sí haces ejercicio”. Se pasa las manos por las piernas musculosas, y los ojos se le achinan.
En sus horas de trabajo, Damián también trata de convencer a sus compañeros de sumarse a la Asociación Personal de Plataformas, la incipiente organización sindical que busca representar a todas las personas que trabajan en este tipo de empresas, no solo repartidores. “Es más fácil que participen de un paro, de una acción puntual que de algo a mediano plazo, porque nadie se quiere quedar en Rappi. Desde el primer minuto ya están planeando irse, algunos aprovechan y tiran curriculums en los comercios donde retiran los pedidos. Yo reparto tarjetas con mis datos para hacer viajes por mi cuenta”. Me da una. El informe de la CIPPEC es apenas una guía porque no hay datos oficiales. Dice, por ejemplo, que el año pasado en la zona del AMBA trabajaban 60 mil repartidores y repartidoras. Damián rechaza el número: “¿60 mil? No. No, ese número como mínimo hay que multiplícalo por tres. Lo sentís de andar en la calle, de mediados del año pasado a este hay muchísima más gente haciendo repartos, olvidate”.
Durante la cuarentena miles de jóvenes en moto o en bicicleta se convirtieron en esenciales, y recorrieron las calles trasladando comidas, gaseosas, golosinas, medicamentos, libros, juguetes. Todo lo que quepa en una caja de 41x41x41. La primera etapa del confinamiento frenó el tiempo y la desaceleración se manifestó en una mente colectiva chirriante, absorta, vuelta sobre sí misma. ¿Qué hemos hecho? El colapso nos hizo sentir culpables y dañinos. El silencio en la calle, el cielo claro, los mares, los ríos, más limpios, remarcaron esta sensación. Pero también se extremaron los miedos y la incertidumbre. “Al principio de la cuarentena, muchos repartidores flasheamos estar haciendo algo útil para la gente, un servicio”. Para sellar ese escape de ingenuidad me cuenta un momento difícil en su trabajo de delivery. Ocurrió en esos tiempos en que faltaba el alcohol en gel y que algunos llenaban sus carritos de compras de papel higiénico y latas de conserva. Damián llevó un pedido a una señora que salió a recibirlo con un insecticida en aerosol listo para usar. Su fantasía era rociar las manos del repartidor antes de recibir asépticamente la pizza de jamón y morrones que había pedido.
Momento decisivo:
-No -dijo él, y atinó a guardar el alimento dentro de su mochila Rappi.
Cruce de miradas.
La señora con el dedo en el gatillo del aerosol. Una voz amortiguada por el
barbijo argumentó:
-No tengo alcohol en gel, querido.
Quizás a la señora le faltó convicción higienista, quizás el perfume de la pizza, le inundó la boca de saliva y ablandó su actitud. Luego de un momento de tensión, final feliz; el cliente recibe su pedido, el repartidor desbarata el ataque y monta su bicicleta amarilla para seguir pedaleando varias horas más.
A mitad del siglo XIX Marx y Engels sentaron las bases para pensar la relación entre capital y trabajo, y poner al trabajador, en el centro de la historia. Más de un siglo y medio después, tenemos muchas preguntas y una sola certeza; en la película de nuestras vidas, el capitalismo, un villano que nunca muere, regula hasta nuestros sueños, se alimenta de la extracción de datos y formatea nuestro tiempo. Nick Srnicek explica que “nuevas tecnologías, nuevas formas organizacionales, nuevos modos de explotación, nuevos tipos de trabajo y de mercados emergen para crear una nueva manera de acumular capital”.
Los repartidores, y las repartidoras saben que su desprotección es total y los beneficios son muy pocos, sin embargo, no queda otra dada la tasa de desocupación en Argentina. El Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC) informó que en el segundo trimestre del 2020 el desempleo fue del 13,1%. En mayo de este año se realizó el tercer paro de actividades del sector, esa vez fue para protestar por los trabajadores que habían muerto por accidentes de tránsito. “Murieron trabajando 10 compañeros este año. Nadie se hizo cargo de nada. ¿Sabes lo que hace la aplicación cuando un repartidor se accidenta? Le resta el valor del producto que trasladaba de lo que había ganado hasta el momento. No pierden nunca”. Para que no queden dudas, Damián remarca que cuando surge cualquier problema en la transacción de algún servicio, los repartidores que, no tienen jefes ni coordinadores, se comunican con un call center para cualquier consulta. “No sirve para nada porque primero se resuelve a favor de la empresa, segundo a favor del cliente y luego del repartidor. Nosotros garpamos todo”.
El modelo de negocios de Rappi, Uber Eats, y Pedidos ya entra en la amplia categoría de “economía digital”. Nick Srniceck califica a este tipo de plataforma de “austera”. El espacio de encuentro entre prestadores de servicios y clientes es su activo más importante, es decir, algo intangible, virtual. La clave de su funcionamiento es la acumulación de datos, el análisis de esos datos, y el control de las interacciones que se realizan en la aplicación.
Mark Fisher en su libro “Realismo capitalista” abunda en definiciones poco ortodoxas del sistema actual: “El capitalismo es un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombis, pero la carne fresca que convierte en trabajo muerto es la nuestra, y los zombis que genera somos nosotros mismos”. Fisher también compara al capitalismo actual con la película “La cosa”: una materia plástica, envolvente, caída del cielo que va comiendo absolutamente todo a su paso. Las empresas de delivery se esparcieron por todo el mundo, se instalaron poniendo sus propias reglas, se popularizaron a gran velocidad y esas condiciones generaron la multiplicación de sus ganancias.
“Cuando los trabajadores logremos una regularización para el sector, seguramente las plataformas mandarán sus pedidos por drones”. El futuro imaginado por Damián no parece muy lejano, tampoco nos cuesta pensar que los afectados por esta forma “austera” de economía digital serán solo los repartidores y repartidoras. “Estos malos, son muy malos” dice Damián con su mochila en la espalda, un pie en el pedal y otro aún sobre el asfalto de la plaza. Nos despedimos; chocamos los puños como si fuéramos los gemelos fantásticos, y el poder que nos una sea el de imaginar algo distinto.
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