SUPERMAN: HUMANO, DEMASIADO HUMANO

Superman es la representación de lo mejor de nosotros: la esperanza, el esfuerzo, las ganas de construir un mundo más justo para todos.
Escribe: Juan Pablo Godoy Jimenez
Superman (2025) retoma la mítica del personaje, este símbolo de la esperanza, con un resignificado total de la mano de James Gunn. Quizás veníamos de una etapa marcada por Zack Snyder y otras lógicas, donde se planteaba a Superman como una figura casi divina: un ser extremadamente poderoso, indestructible, casi inmortal, que generaba fascinación pero también distancia.
Pero en esta nueva versión aparece un costado que es la verdadera fortaleza de Superman: su humanidad. Más allá de su origen alienígena, él es profundamente humano. Se crió en Kansas, con sus padres; vivió, se enamoró, siente miedo. Y esa humanidad no es su debilidad, sino su mayor fuerza.
A lo largo de la película se despliegan varios conflictos que lo posicionan desde ese lugar, y que además trazan paralelismos con problemáticas actuales. Por ejemplo, se lo muestra como un alienígena, un ser externo a la Tierra que “no debería entrometerse” en los asuntos humanos, al punto de ser tratado como un inmigrante ilegal. Sin embargo, él se reafirma en su identidad: él es humano. Quizás con otras capacidades, pero humano al fin. Se levanta todos los días como cualquiera de nosotros y elige convivir con los demás desde ese lugar.

La película no tiene miedo a posicionarse, como mencioné antes, y a hacer una crítica fuerte sobre distintas problemáticas del presente. Se habla del rol de las redes sociales, las fake news, los trolls, y de cómo el odio digital puede destruir no solo la imagen de una figura pública, sino también valores que no deberían estar en duda. Hay una escena donde Lex Luthor tiene un mini ejército de monos robots que se dedican a llenar las redes con insultos contra Superman. Puede parecer absurdo, pero es una parodia certera de cómo se usan hoy estas plataformas para alimentar discursos de odio.
Por otro lado, es una película profundamente antibélica. Presenta dos países ficticios en conflicto, Boravia y Jarhanpur —un paralelismo evidente con la guerra entre Israel y Palestina—, y toma una posición claramente pro-palestina. Reconoce los genocidios que están ocurriendo y se posiciona en defensa de los derechos humanos. Porque al final del día, ese es el mensaje que atraviesa toda la película: que somos humanos, que compartimos esta Tierra, y que todos merecemos el respeto y la dignidad que eso implica.

Pero más allá de todos estos análisis, y de la valentía que tiene la película para decir lo que cree que está bien y lo que está mal, creo que lo más importante es esta nueva figura de Superman. Hablo desde el lugar de alguien que fue, durante años, fanático de Batman, y que nunca terminó de conectar con Superman. Siempre lo veía como “el nene bueno”, demasiado perfecto, casi ingenuo. Me costaba creer en él.

Pero con los años —y esta película lo representa a la perfección— empecé a entender que Superman no es solo un personaje. Es un deseo humano encarnado. Es la representación de lo mejor de nosotros: la esperanza, el esfuerzo, las ganas de construir un mundo más justo para todos.
Salís del cine sonriendo, un poco más liviano, un poco más esperanzado que cuando entraste. Pensando que el mundo puede ser hermoso, que cada vida vale, que vale la pena intentarlo. Que nuestra condición humana no es una debilidad, sino un milagro cotidiano.
Con esta película, la “S” vuelve a significar esperanza. Vuelve a recordarnos que todavía es posible creer en lo mejor de nosotros mismos. Hoy vemos a un Superman más humano, más cercano, que nos eleva con su mito, y que cada día —como cualquiera de nosotros— decide levantarse y seguir adelante.
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