EL DÍA QUE MARADONA BALEÓ A UN AGENTE DE ULTRADERECHA

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Un inesperado acto de justicia en la histórica práctica de tiro al blanco del 10.

Escribe: Ricardo Ragendorfer

Publicada originalmente en diciembre del 2020 por Contraeditorial

Corría el anochecer de un miércoles invernal de 1995 cuando fui enviado por la revista Noticias al apart hotel Aspen Suites, en la calle Esmeralda al 900 del centro porteño, para relevar a otro cronista que desde el mediodía montaba guardia en la vereda. Al director de dicho semanario, Héctor D’Amico, un adalid de lo que Jorge Asís suele llamar “periodismo patrullero”, aquella cobertura le interesaba de sobremanera. Es que Diego Maradona, en medio de una reyerta conyugal estaba recluido allí para recuperarse de alguna ingesta toxicológica.

Semejante circunstancia encabezaba por esos días la agenda de los medios. Tanto es así que una horda de movileros se agrupaba en esa cuadra entre camiones de exteriores que se extendían hasta la calle Florida y trípodes con cámaras televisivas colocadas en hilera frente al edificio en cuestión. Las horas transcurrían sin ninguna novedad. Hasta que, de manera fortuita, pasé una mano ante el dispositivo fotoeléctrico del portón de la cochera. Entonces, una chicharra acompañó la apertura de su enorme hoja metálica. Tal sonido hizo que la jauría se precipitara a la rampa blandiendo sus micrófonos. Pero, lógicamente, en vano.  

Los roces entre Maradona y los medios de prensa se remontaban a 1991, cuando lo detuvieron con drogas en un departamento de Caballito.

Fascinado por la escena, repetí la acción otras dos veces con idéntico resultado. Al rato, ya sin mi intervención, la chicharra volvió a repicar. Sin embargo, en esa oportunidad, los reporteros reaccionaron con indiferencia. De modo que casi nadie advirtió a tiempo la rauda salida de una camioneta roja. Al volante iba un ex delantero de Boca, sindicado como el dealer del ídolo.

En resumen, a los presentes se les había escabullido el plato fuerte de la jornada. Menos al camarógrafo de Crónica TV. Eso provocó que uno de sus colegas lo increpara, en nombre del resto, con severidad: “Si llevás el casete al canal a nosotros nos sancionan”.  Aquella frase poseía un dejo amenazante. El tipo asintió con mansedumbre.

Aire comprimido

Lo cierto es que entre Maradona y ciertos medios de prensa existía una gran inquina, originada el 26 de abril de 1991, cuando el ídolo fue detenido por una comisión de la Policía Federal en un departamento del barrio de Caballito con una cantidad indeterminada de cocaína en su poder, y él en un estado penoso. Algunos periodistas, puntualmente convocados allí por quien comandaba ese operativo, el comisario Jorge “Fino” Palacios –el mismo que 17 años después sería el primer jefe de la mazorca macrista en la Ciudad–, reflejaron el asunto de un modo despiadado.

El jefe policial que convocó a los periodistas para el “escrache” a Maradona no fue otro que el comisario Jorge “Fino” Palacios.

Esa circunstancia fue el antecedente más remoto de otro. Al respecto es necesario resumir el contexto.

Maradona transitaba a comienzos de 1994 por su etapa en Newell’s Old Boys. Entonces jugó en Mar del Plata un amistoso con el Vasco da Gama que terminó en un anodino 1 a 1. Fue la última vez que se puso la camiseta roja y negra. Pero aún nadie lo sabía.

De esa pretemporada quedaban algunos encuentros. Y en el hotel donde el equipo se alojaba, él compartía una habitación con Mauricio Pochettino. Al despertar el 2 de febrero, el defensor se dio cuenta de que Maradona no estaba en su cama. Ni en el hotel. No se sabía su paradero. Hasta que, ya después del almuerzo, el técnico Jorge Castelli prendió un televisor. Y no dio crédito a sus ojos: el Diez –en vivo y en directo– practicaba tiro al blanco con un rifle de aire comprimido sobre periodistas que corrían en diferentes direcciones. La escena  transcurría en una casaquinta situada a 400 kilómetros de allí.

Aquella propiedad de dos hectáreas estaba situada entre las calles Plus Ultra y Triunvirato del barrio Trujui, en el partido bonaerense de Moreno. Se trataba del primer regalo de envergadura que el mejor jugador del mundo les hizo a sus padres. Y su intempestiva presencia en ese lugar –acompañado por su esposa, Claudia, y las aún pequeñas Dalma y Gianinna– fue su manera de romper el contrato con el club rosarino a raíz de diferencias irreconciliables con el Profe Castelli y algunos dirigentes.  

Ese miércoles, el arribo de Maradona y su familia a Moreno fue filtrado a la prensa, posiblemente por algún vecino. Y el dato se diseminó a través de todas las redacciones como por un reguero de pólvora. Así fue como a media mañana partieron desde la antigua sede de la editorial Perfil, en la esquina de Talcahuano y Corrientes, dos autos con movileros de las revistas Noticias y Caras. Entre ellos, el fotógrafo Raúl Rogelio Moleón.

Raúl Moleón, fotógrafo de Perfil, fue uno de los heridos por los disparos. Un proyectil impactó en su nalga izquierda y otro en la parte posterior de un muslo.

Al llegar, había aproximadamente un centenar de periodistas y el clima ya estaba caldeado. Parada sobre un banquito junto al muro perimetral y con el micrófono en la mano, la movilera de Telefé, Paula Trapani, recibió del propio Maradona un baldazo de agua. Fue entonces cuando Moleón bajó de un salto del vehículo, empuñando su cámara con un enorme teleobjetivo como si fuera un fusil de asalto. Al minuto sonaron los primeros disparos.

Sus estampidos secos y breves se mezclaban con el griterío. Fue cuando todos corrían en diferentes direcciones. Moleón giró sobre sí para zambullirse en el auto de Caras; entonces sintió un ardor en la nalga izquierda, y otro en la parte posterior de un muslo. Los estampidos se hicieron más espaciados hasta cesar por completo. El griterío persistía.

También hubo otros cinco periodistas con perdigonadas superficiales.

A continuación, los movileros se agruparon junto al enrejado del portón, hacia donde Maradona se encaminó con cara de pocos amigos.

¿Acaso el proceder de Maradona –en lo que atañe estrictamente a Moleón– fue en realidad un acto involuntario de justicia?

– ¿Por qué estás agrediendo a la prensa? –le soltó una cronista.

– ¡Ya dije que acá no quiero a nadie! –fue la respuesta.

– Nos estás lastimando, Diego… – soltó otro cronista, con voz plañidera.

– Los voy a seguir lastimando. ¡Acá no quiero que rompan los huevos a mis hijas! ¿Estamos? –contestó Maradona.

Y se retiró hacia el interior de la propiedad.

Raúl Rogelio Moleón.

Moleón, tumbado boca abajo en el asiento trasero del auto, escuchó a la distancia ese diálogo con una expresión lindante entre la furia y el dolor.

¿Acaso los balines que recibió lo convirtieron en un héroe viviente del ejercicio periodístico o el proceder de Maradona –en lo que a Moleón atañe– fue en realidad un acto involuntario de justicia?

Tal interrogante exige reconstruir una añeja historia.

Cinco por uno

A comienzos de la década del ’90 el marplatense Moleón comenzó a trabajar como fotógrafo en la revista Caras.

Moleón fue uno de los condenados por el ataque de la ultraderechista Concentración Nacional Universitaria a una asamblea universitaria en Mar del Plata, en 1971.

Su presencia en aquella redacción sobresaltó a otro reportero gráfico, el también marplatense Tito La Penna, quien de inmediato acudió a su jefe:

– ¿Vos sabés quién es este tipo?

– Bueno… por referencias. ¿Por qué?

La Penna, entonces, se lo dijo.

En este punto es necesario retroceder al lejano 6 de diciembre de 1971, cuando una patota de la falange ultraderechista CNU (Concentración Nacional Universitaria) tomó por asalto el Aula Magna de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Provincial de Mar del Plata para malograr el desarrollo de una asamblea estudiantil. Primero hubo cadenazos sobre los presentes; luego, bombas molotov y, finalmente, varios balazos congelaron la escena. Entonces la estudiante Silvia Filler, de 18 años, cayó al suelo ya agonizando. Y dejó de existir cuando era llevada a un hospital.       

El hecho fue investigado por el juez Adolfo Martijena, quien condenó a Oscar Corres como autor material del crimen; idéntica suerte corrieron otros 13 agresores, entre los cuales estaba nada menos que Moleón, de 20 años.

En virtud a un tecnicismo judicial, el futuro fotógrafo salió en libertad a fines de 1972. El resto, con la amnistía camporista del año siguiente.

En 1975 la CNU ya era socia de la Triple A en sus acciones criminales contra militantes de izquierda y del peronismo revolucionario, especialmente en La Plata y Mar del Plata, donde poseían cierto desarrollo.

En la Ciudad Feliz, el jefe de la CNU era Ernesto Piantoni, un abogado con aceitados lazos con los sectores más ortodoxos de la burocracia sindical. El 20 de marzo de ese año fue ajusticiado por un comando montonero.

En 1975, con la CNU operando como socia de la Triple A, Moleón participó de la llamada masacre del Cinco por Uno contra militantes de la JUP y la JP, entre otros.

Aquella misma noche, en el velatorio, se ideó la venganza, cifrada en un cálculo matemático: cinco por uno. Y desde la mismísima empresa de pompas fúnebres partió un grupo de la CNU a consumarla.

La seguidilla de secuestros y muertes comenzó durante madrugada con el médico Bernardo Goldenmberg, que pertenecía a una agrupación marxista. También fue ejecutado el teniente retirado Jorge Enrique Videla, junto a dos hijos, Jorge Lisandro y Guillermo –que militaban en la Juventud Universitaria Peronista (JUP); el último turno fue para el integrante de la Juventud Peronista (JP), Enrique Elizagaray.

La causa por el quíntuple crimen cayó en el despacho del joven fiscal Gustavo Demarchi. Un golpe de suerte: era uno de los asesinos.

Desde luego el bueno de Moleón no fue ajeno a la masacre, junto con otros 11 camaradas de correrías.

Ninguno de ellos, por entonces, fue rozado por el Código Penal.

En plena dictadura, el fotógrafo de Caras habría integrado un Grupo de Tareas dependiente del Primer Cuerpo del Ejército.

Son un misterio las actividades de Moleón a partir del 24 de marzo de 1976. Hay quienes dicen que fue parte de un Grupo de Tareas dependiente del Primer Cuerpo del Ejército, aunque no hay precisiones al respecto.

Recién volvió a la luz pública en la revista Caras al comenzar los ’90. Fue cuando Tito La Penna le reveló su pedigree al jefe de fotografía. Pero tal advertencia no pasó a mayores.

Ya se sabe que, a comienzos de 1994, Moleón tuvo aquel desafortunado percance con Maradona en la casaquinta de Moreno.

Tiempo después embolsó por ello una indemnización de 15 mil dólares.  

A comienzos de 2011 fue detenido por el presunto rol que le cupo en la Masacre del Cinco por Uno.

Con Demarchi a la cabeza, Moleón y otros ocho integrantes de la CNU fueron juzgados por el Tribunal Oral Federal Nº1 de Mar del Plata.

A fines de 2016, un fallo salomónico condenó a perpetua al ex fiscal y a dos camaradas de ruta; también se anunciaron penas lindantes entre siete y tres años de prisión para otros cinco procesados, mientras los dos restantes fueron absueltos por “falta de mérito”. Uno era Moleón.

Desde entonces solo se dedica a pelearse por Facebook con quienes le enrostran su ominoso pasado.

Es posible que alguna vez Maradona se haya enterado de esta historia.


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