EL MAR, EL MAR

Para el centenario del nacimiento de Iris Murdoch en 2019 se reeditó «El mar, el mar», una novela que nos hace pensar en cuánto esfuerzo interior hay que hacer para ser bueno.
Escribe: Gabriela García
Yo pensé que el mar no se podía decir en palabras, captar eso irrepetible de su luz, su color, sus texturas, sus ruidos, y la manera en que recibe al cuerpo humano. Pero se podía. Iris Murdoch lo hace.
En su novela «El mar, el mar», ganadora del Booker prize en 1978, nos hace asistir a la verborragia mental de un viejo actor en decadencia que busca recuperar un amor de la infancia en un pueblo costero de Gran Bretaña.
Acercándose al vodevil, o a las tempranas comedias shakespearianas, por el uso de personajes que entran y salen de una historia de enredos, Murdoch produce un texto ágil y divertido pero de ninguna manera frívolo, ya que nunca dejamos de escuchar la voz del narrador que nos machaca con sus elucubraciones y nos exige estar activos, pensar y posicionarnos frente a las justificaciones que va encontrando para sus acciones extravagantes. El tema moral es central en la prolífica obra de Iris Murdoch.
Filósofa, novelista, dramaturga, y ensayista, Iris es esquiva a las clasificaciones porque su pensamiento no es el que estaba de moda. A mediados del siglo XX el asunto de la filosofía moral había sido despachado sin muchos miramientos. La esfera de la moral se confinaba a lo público, era correcto el acto bien ajustado a los estándares morales de la época, sin importar qué pasaba puertas adentro del sujeto. Ella estudió filosofía en Oxford en una época en que la misma estaba acomplejada por el apabullante avance de la ciencia. Wittgestein les decía que de lo que no se puede hablar hay que callar, y Heidegger los inhibió de pensar tal como se venía pensando según las grandes tradiciones filosóficas. En aquel momento había que cruzar el Canal de La Mancha para reanimarse un poco con los estructuralistas franceses. Así que Iris, en la apocada atmósfera intelectual inglesa, y a contramano de las tendencias, confió en el lenguaje y encontró en la literatura su manera de formular y explorar a través de sus personajes las preguntas que la obsesionaban: cómo ser buenos, cómo mejorar, cómo convertir el enamoramiento en una épica hacia el amor. Es este el tablero en el que se mueve su literatura, y la novela «El mar, el mar» no es la excepción.
Heredera de escritores como Tolstoi, Proust, James, Murdoch inventa un narrador masculino y nos lo hace seguir en su peripecia psicológica. Charles Arrowby es un hombre de teatro vanidoso hasta la hilaridad que para no enfrentar su vejez y el olvido se alquila una apartada casa sobre la costa y pretende escribir sus memorias en los lapsos en los que no está nadando en el mar. Pero quienes tienen algo pendiente con él van presentándose a esa casa fría sacudida por el mar y la luz, y lo perturban porque él está concentrado en otra cosa. Quiere recuperar a su amor de pubertad, que para su sorpresa vive con su marido en el pueblo cerca de donde está. Pero aquella niña bella se ha convertido en una matrona vieja que no desea estar con Charles y quiere dejar el pasado en el lugar al que pertenece. Sin embargo Charles insiste en la eternidad de su amor y en su intención de rescatarla de lo que él considera un esposo bruto y abusivo. Las examantes, amigos, enemigos, familiares, y hasta el hijo de Mary Hartley, la princesa en litigio, van llegando y amontonándose en la casa. Estos personajes deambulan por los acantilados, opinan, aconsejan, se ríen, y se preocupan cuando Charles decide raptar a Mary Hartley, que con su batón marrón y sus bigotes como canutos queda encerrada en una habitación de la casa. Pero Charles está sordo a los consejos, y sólo tiene ojos para su Beatriz dantesca. Y uso el adjetivo en su doble sentido, porque en efecto parece que Iris Murdoch está pensando en temas como el purgatorio cristiano, el bardo tibetano, y esos lugares intermedios en los cuales hay que hacer un fabuloso esfuerzo para ganarse el cielo.
A contramano de las corrientes culturales del momento que amasaban lo que hizo falta para llegar hasta sociedades como las de hoy que parecen valorar exclusivamente lo útil, los resultados, lo que funciona; Iris usa el pensamiento de Platón de Simon Weil para recordarnos que el Bien es el empeño por de lo que no es el yo y unirse al mundo tal como es, y que el amor es un esfuerzo de atención al otro. Y aquí creo que aparece un personaje clave en la novela, que es el primo James, un militar budista que tiene un gran ascendente sobre Charles. Es a través de esta relación que nuestro protagonista descorre el velo de su capricho y comprende, como el hombre de la caverna platónica, que hasta el momento sólo había visto sombras, y había vivido un espejismo.
Charles volverá a Londres, y en apariencia las cosas no habrán cambiado mucho. La misma farándula, un poco de galantería, pero él ya no es exactamente el mismo, ya ha probado cómo es apartar el yo, rasgar el velo de la consciencia egoísta, olvidarse de sí mismo, y prestar una intensa atención a la realidad que se le aparece bajo una nueva luz, como esa que a veces resplandece, y otras es engullida por un mar oscuro cualquier tarde tormentosa.
En 2019 para el centenario del nacimiento de Iris Murdoch se reeditó esta novela que nos hace pensar en cuánto esfuerzo interior hay que hacer para ser bueno. Parece ingenuo, pero muy pertinente en esta época de pereza moral.
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