LA ERA DE LA INSATISFACCIÓN

Los resultados de las elecciones federales de Alemania son sintomáticos de la creciente insatisfacción de las sociedades en el capitalismo tardío.
Escribe: Valentino Cernaz
Las recientes elecciones federales que se han celebrado en Alemania han arrojado resultados que, más allá de las particularidades del contexto nacional, dan cuenta de la época de crisis que atraviesa el mundo.
La potencia económica más importante de la Unión Europea parece encaminarse a ser gobernada por una gran coalición conformada por los dos partidos más importantes del país: la Unión CDU/CSU (la centroderecha demócrata-cristiana) y el SPD (la centroizquierda socialdemócrata). Con Friedrich Merz como canciller, el espacio político de Ángela Merkel se propone volver a encabezar el gobierno alemán tras conseguir 208 escaños y ser elegido por el 28,5% de los votantes.
Sin embargo, estos resultados están lejos de reflejar la conformidad de la sociedad alemana o la estabilidad que, desde fuera, puede pensarse que se vive en el país. Pese a que las características del sistema electoral les permitan formar gobierno, los partidos tradicionales han tenido, en sumatoria, su desempeño más magro en décadas. Conservadores y socialdemócratas han sido elegidos por el 45% del electorado, varios puntos por debajo de lo cosechado en 2021 y 2017, y en un impactante contraste con lo sucedido durante los años 90, cuando las dos fuerzas sumaban alrededor de un 75% de adhesiones.
En contraparte, los extremos opuestos del espectro ideológico han sido los grandes ganadores a pesar de quedar fuera del gobierno. El ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ha sido la segunda fuerza más votada del país, con alrededor de 21% y logrando el mejor resultado de su historia, y en la izquierda, Die Linke ha obtenido cerca de 9%, casi el doble de lo cosechado en las elecciones federal previas.

Pese a quedarse sin representación parlamentaria por quedar marginalmente debajo del 5% de los votos que se requería para ello, la experiencia de BSW, la fuerza política liderada por Sahra Wagenknecht, merece una mención. Con un paradójico programa de gobierno que combina una política económica intervencionista y redistributiva con posiciones sociales y culturales de corte conservador (especialmente, con un fuerte rechazo a la inmigración), esta escisión de Die Linke podría seguir en crecimiento en los años venideros.
Con un clima de época que muestra un retroceso de las posiciones progresistas en el debate público, y con una insatisfacción que parece poder ser canalizada por fuerzas de distinto tinte ideológico en tanto y en cuanto prometan desestabilizar lo establecido (¿u ordenar lo desordenado?), es lógico imaginar que más alternativas como la de BSW se replicarán en el próximo tiempo en Europa.
Aunque a simple vista pueda no parecerlo, en cierta forma, y más allá de las diferencias ideológicas, AfD, Die Linke y BSW son expresiones concretas de la disconformidad de amplias capas de la sociedad en la etapa actual del capitalismo, siendo este un fenómeno que no se restringe a Alemania.
Los sondeos de opinión muestran que estas tres fuerzas políticas han sido especialmente votadas entre los sectores de bajos ingresos. En particular, la extrema derecha habría sido elegida por aproximadamente 4 de cada 10 alemanes de escasos recursos según las investigaciones del instituto Infratest Dimap. En el postergado este germano, AfD es, con diferencia, el espacio más votado. Asimismo, Die Linke se destaca entre los jóvenes, siendo alrededor del 25% de los votantes de entre 18 y 24 años que habrían elegido a la principal fuerza de izquierda en estos comicios. También aparece una fuerte brecha de género, con las mujeres ubicándose, en general, a la izquierda de los hombres.
Estos datos no sólo nos hablan de lo que sucede en Alemania, sino de los sobresaltos que atraviesan las democracias liberales en su conjunto. En Europa, la extrema derecha se erige como la fuerza más capacitada para canalizar los descontentos de los sectores populares, vinculados a las transformaciones en el mundo del trabajo, y, en particular, para dar respuesta a la incertidumbre que traen los cambios culturales y demográficos aparejados a las masivas olas migratorias que arribaron al Viejo Continente en las últimas décadas.
Mientras tanto, los jóvenes se enfrentan a un mundo en el que la inseguridad parece ser la regla. La fragmentación del mercado laboral diversifica las identidades, las protecciones vinculadas al empleo sindicalizado pierden masividad, y las dificultades para hacerse con una vivienda a partir de la cual hacer pie para afrontar la vida añaden incertidumbre al escenario –recordemos que, en el año 2021, se aprobó en Berlín un referéndum para expropiar miles de departamentos pertenecientes a las grandes inmobiliarias de Alemania. Ante este escenario, resulta lógico, entonces, que los partidos del orden no sean de la preferencia de los más jóvenes.
Como vemos, la insatisfacción se manifiesta de distintas formas, en diversos contextos y con expresiones ideológicas múltiples. Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni a la cabeza, y la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, son dos ejemplos contundentes de la potencia electoral de la extrema derecha en Europa.
Sin embargo, también podemos observar alternativas cuyas ideologías resultan algo más enigmáticas. En los últimos meses, los sondeos de opinión en España muestran el crecimiento relativo de Se Acabó La Fiesta (SALF), una fuerza política que, aunque podría ubicarse en la derecha del espectro, destaca, ante todo, por su perfil de crítica al sistema político de su país. La existencia de una “fiesta” con la que hay que “acabar” no es otra cosa que la respuesta al malestar de los sufrientes, identificando a los presuntos culpables de su situación.
Además, Europa afronta esta situación con un rol desdibujado en el orden mundial. Las críticas de Donald Trump a Volodímir Zelensky y el acercamiento de su administración y la de Vladimir Putin le presentan dificultades a los posicionamientos que la UE ha sostenido en estos años ante al conflicto entre Rusia y Ucrania. La debilidad europea, entonces, no sólo se manifiesta hacia el interior de sus democracias, sino frente al planeta en su conjunto.
Pero la crisis de las democracias en el capitalismo tardío no es una problemática restringida a Europa. Más allá de expresiones como La Libertad Avanza de Javier Milei en la Argentina o el bolsonarismo en Brasil, los informes realizados por Latinobarómetro muestran una tendencia a la baja en el apoyo a la democracia y la satisfacción con la misma en América Latina, al mismo tiempo que ha crecido la indiferencia entre vivir en un régimen democrático y uno autoritario. En la misma línea, los sondeos de dicha organización dan cuenta de una creciente desconfianza sobre los sistemas de partidos.

La insatisfacción caracteriza a las sociedades de distintas partes del mundo en la etapa actual del capitalismo, y las democracias se ven sacudidas desde su interior. Lejos del fin de la historia, el camino que tomará la humanidad hacia el futuro continuará siendo objeto de disputas. Lo sucedido en Alemania, claro, es un ejemplo concreto de ello.
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