«Los pibes, para construir sus gustos y preferencias musicales, tienen menos de herencia y tradición, y más de sociabilidad y de algoritmo».

Escribe: Nano Onetti

Publicada originalmente el viernes 23 de febrero del 2024 por La Tinta

La guitarreada

“¡Pero esa palabra le cambia el sentido completo a la canción!”, me dice una amiga después de que yo cante –súper convencido y apasionado– el estribillo de Yegua de Babasónicos. Yo decía “Marcando límites”, mientras que la letra original dice: “No acato límites”. Y sí… un poco cambia el sentido. Otro conocido que estaba en la ronda también la cantó así, de forma equivocada, y me miró con complicidad. Si supiera la cantidad de veces que lo dije así, pienso.

¡Cuántas canciones conocí en espacios como esos! Muchas, de muy chico, y que ya son propias hace añares. Autores y discos completos. Algo de mi propio gusto musical se fue moldeando entre unas cervezas, un cajón peruano medio roto y el tío que siempre canta las mismas. Cuántas miradas cómplices con otras personas por cantar por insistir en el mismo error en el estribillo, sabemos que no sabemos bien la letra, e incluso ya hay un nuevo código establecido en ese sentido. Lo que pasa ahí, al calor del fogón, la música compartida de manera espontánea, difícilmente sucede de otra manera. En ese momento de ronda estamos abiertos a que la música nos llegue distinto, de otras formas. Es irreductiblemente diferente a escuchar una grabación, porque cuando suena una canción en la ronda, se pasa por el cuerpo, se simplifica o complejiza, se filtra por la memoria de los asistentes, se resignifica, se redescubre. Así como la canción cambia, también nuestro universo cultural y referencial se expande.

“En este tiempo ese sagrado espacio de encuentro está en peligro de extinción. La juventud está en otra historia ya que no han vivido la experiencia única que vivimos nosotros, generaciones +30, de juntarnos a guitarrear. Y claro, si es la manera que vivimos nosotros, es la mejor, así que he aquí una invitación a ponernos a subvertir esta devastadora realidad”. Bueno, aclaro, el anterior párrafo es una gran ironía que viene a, justamente, sacar el velo romantizador y sacralizante del pasado. Si creyera en esta afirmación, pensaría que una sola manera de conocer y vivir la música es la única posible y la única deseable. No va por ahí. Pero, al mismo tiempo, no tener una mirada de que todo tiempo pasado fue mejor no nos quita la posibilidad de comparar, pensar y problematizar cómo escuchan música les jóvenes y adolescentes hoy, y qué efectos produce, tanto en lo estrictamente musical como en lo social y en lo político.

Lo cuantitativo

Hace 15 años mi yo de adolescente músico y melómano tenía la falsa idea de querer conocer todo. Época de MP3, Ares, Emule, CD’s numerados (más de 200 en mi caso), con 10 discos MP3 adentro de cada uno. Era jazz, era rock, era folklore, pop, soul, clásica, brasilera. Esa idea de querer escuchar todo lo que hubiera para oír.

Siempre hay mucha más música. Parece una obviedad, pero el resultado arroja datos determinantes: por día se suben, solo en Spotify, 100 mil canciones; si las canciones tuvieran en promedio 3 minutos, son 208 días consecutivos de música en un solo día. En un mes —e insisto, solo en Spotify— se suben 17 años de música.

Nadie llegaría, en toda su vida, a escuchar toda la música que se subió a internet en los últimos 2 meses. Esto genera que hoy en día nadie pretenda o fantasee “conocer todo”, y surge la pregunta: ¿Hay menos curiosidad? ¿Hay menos curiosidad como consecuencia de la resignación que produce no poder escuchar, y mucho menos entender y disfrutar, lo que pasa en tantos nichos musicales al mismo tiempo?

Lo fragmentario

Fui a un colegio de Córdoba con especialidad en música, Collegium, institución en la que ahora formo parte como docente. Allá por 2007/08, en mi curso construíamos nuestras identidades muy fuertemente vinculadas a los gustos musicales: estaban los metaleros del heavy y hardcore, los cuarteteros y cumbieros, los hippies del reggae y rock nacional y los poperos. Por supuesto que dichos rótulos no son estancos y probablemente alguien más pueda contar otra versión de estas etiquetas, no obstante sirve para ilustrar; síganme un poco la corriente… Hoy en día, en mi trabajo con adolescentes, veo que la identificación con la música continúa, pero al mismo tiempo hay más posibilidades, más rótulos disponibles. Solo algunos ejemplos: en las aulas de hoy conviven chicos que les gusta mucho el indie argentino, otros escuchan rap/trap, otro pop en inglés, rock nacional, internacional, k-pop, j-pop, gaming music, anime, y un sinfín de etc. Muchas de estas son posibilidades que hace 15 años no existían en nuestro país.

Todos los años realizo una actividad que consiste en armar una Playlist entre un curso, con canciones que sean importantes para la vida de cada uno de los chicos: tienen que justificar lo que representan para ellos, de manera totalmente subjetiva. Los resultados son muy interesantes: más de 100 canciones con una variedad llamativa. Se pueden detectar ciertas huellas generacionales (padres que vivieron los 90 y 00). Pero, acá hay otra diferencia y otro sello distintivo de los pibes de hoy: se despegan un poco más de la herencia musical. Están menos influenciados por los gustos de los padres, tíos, hermanos, abuelos, etc. Ahondar en esto es un tema para otro texto, pero me animo a decir que hay una distancia mayor entre esta generación (tener todo al alcance de un click), respecto de las propias diferencias entre las generaciones anteriores del cassete (años 80), CD (años 90) y MP3 (años 2000).

El aspecto algorítmico es otro gran elemento sobre el cual no voy a profundizar, sin embargo, quisiera señalar el rol clave que están teniendo, en las formas de consumir música, las Playlist. Es ahí donde el famoso algoritmo juega su partido más efectivo y goleador.

Podríamos sintetizar estas ideas en que los pibes, para construir sus gustos y preferencias musicales, tienen menos de herencia y tradición, y más de sociabilidad y de algoritmo.

Lo temporal

— Tío, ¡esa canción es re vieja! –me dice mi sobrina, porque presupongo que la canción que estoy poniendo en la radio es una que seguro que ella conoce. Claro, es una canción de hace 6 meses, es re vieja. La industria de la música de hoy maneja un contenido fuertemente segmentado y, como pasa con lo audiovisual, los medios, los memes, la política, la popularidad dura poco.

La cultura de la viralización es una máquina del tiempo poderosa que avanza y determina intervalos de éxito cada vez más cortos. Podemos pensar en un cierto paralelismo entre un disco hace 30/40 años, una canción hace 10/20 años y, actualmente, un fragmento de un tema que se usa para los challenge de Tik Tok. Lo que “pega”, lo que marca la popularidad y el consumo masivo, pasó de durar 30 minutos a 15 segundos. Los pibes saben el estribillo, la parte del challenge, porque lo ven docenas de veces, pero tal vez nunca escucharon la canción completa —que seguramente no dura más de 3 minutos—.

Teniendo en cuenta esto, los temas son menos “guitarreables” dado que es menos frecuente saberse la canción completa. ¿No les pasa que en un momento guitarrero, más allá de que conozcamos música de los últimos años, casi siempre es más efectivo ir a los “clásicos” de los 80/90/00?

La caída de los universales

Siempre fui guitarrero. Ocupé ese lugar desde los 13, 14 años cuando nos juntábamos cuatro o cinco personas en casa a merendar y a tocar y cantar las poquísimas canciones que sabíamos y estábamos aprendiendo. Después, en el colegio de música, potencié muchísimo más esa faceta —hasta llevamos la guitarra al viaje de egresados. En la facultad, al calor de la militancia estudiantil, llegaron tal vez los puntos más altos y las noches más largas. Recuerdo tocar hasta 5 o 6 horas seguidas, calambre de muñeca y dolor en la yema de los dedos incluidos. Solo no, siempre había alguien más; algunos cantaban —no es un talento mío en particular—, y con el correr de las horas y los brebajes ya no importaban tanto las notas ni la afinación sino la sensación de comunidad y sentido de pertenencia que da cantar con otres las mismas canciones.

En el terciario de música, en el que doy clases a estudiantes con edades entre 20 y 30 años, pregunto: “Che, ustedes cuando se juntan a tomar algo, ¿tocan la guitarra y cantan?” La respuesta negativa es unánime. No hay ninguna actitud de desdén, simplemente a nadie se le ocurre hacerlo. Misma pregunta a pibes más chicos, misma respuesta. Y si lo hicieran, me pregunto: ¿habría muchas canciones sabidas por todos?

Un repaso rápido por décadas hace pensar que si naciste en Argentina y viviste los 70 (la década de los vinilos) y estuviste presente en alguna guitarreada, algo de Sui Generis, Spinetta, Silvio Rodríguez o el Club del Clan haya sonado. En los 80 (la década de los casettes) tal vez hayan sido Charly, Serrat, Los redondos, Soda. En los 90 (la década de los CD’s), Calamaro, Bersuit, Gilda, Rodrigo, LuisMi. En los 00 (la década de los MP3), Decadentes, Callejeros, Shakira, Miranda, Daddy Yankee. En los 10 (la década del streaming) ya no quedan tan claros los casos, tal vez algo de El Kuelgue, El Mató o Conociendo Rusia, pero cualquiera de ellos es incomparable a la masividad de las bandas y artistas nombradas en décadas anteriores. Este pequeño repaso, absolutamente parcial, tal vez ilustra cómo a esta altura hay cada vez menos universales.

Las canciones

Hay algo que también sucede hoy y tiene que ver con lo específicamente musical. Nos encontramos, cada vez, con menos instrumentistas; hay menos guitarristas, pianistas, saxofonistas, bateristas, etc. Al mismo tiempo que resulta cada vez más importante la figura del productor (BZRP por caso) y del cantante. Los invito a hacer un ejercicio: tomen el top 50 de Spotify del momento en que leen esto y de esas canciones traten de nombrar a 5 instrumentistas. Difícil. Algo de esta transformación musical, en menos instrumentos, hace quelas canciones sean menos “guitarreables”. En este sentido, Duki, Wos, Nicki, Lali, María Becerra, Bad Bunny, Dillom y sus canciones son, en promedio, más difíciles de “resolver” con 1 o 2 instrumentos que artistas top del mainstream de hace 15 años, que ocupan un lugar similar: Abel Pintos, Miranda, Axel, Ciro o los reggaetoneros. ¿Discutibles los ejemplos? Sí, claro, como todo esto y de eso se trata. 

Los pibes, por tener acceso a la música de todo el mundo y de hace 100 años hasta a hora, no escuchan necesariamente más cantidad y variedad de música. Si bien hoy probablemente haya mucha más variedad de géneros, orígenes e idiomas en la música que escucha un mismo grupo social de jóvenes, eso no se traduce linealmente en que cada pibe escuche más diversidad. La música se ha atomizado. Donde había decenas, ahora hay cientos de islas o nichos y eso produce consecuencias que no sabemos hacia dónde nos llevarán, pero que sin lugar a dudas cambian radicalmente los modos de vincularse con la música. Hoy estamos más cerca de una realidad en la que no hay universales, cada persona escucha una música distinta creada a su medida (¿Por una IA tal vez?), y en la que ya no encontramos lugares comunes donde se compartan canciones, como las guitarreadas, quizá porque no hay canciones comunes, “una que sepamos todos”.

*Por Nano Onetti para La tinta / Imagen de portada: A/D.


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