BETTER MAN: LA OTRA CARA DE LA FAMA

Better Man se diferencia de otros biopics musicales porque no busca la épica: muestra a un Robbie Williams fragmentado, expuesto, humano y corriendo siempre detrás de su propia sombra. Un relato tan caótico como la vida del artista.
Escribe: Juan Pablo Godoy Jiménez
Lo que me gustó de esta película fue su crudeza, hay una diferencia fundamental entre contar una historia para que te quieran, y contarla para entenderte. Better Man es eso: un hombre contándose a sí mismo, no para quedar bien, sino para tratar de encontrar alguna forma de redención, aunque no le guste lo que ve.
A diferencia de otros biopics —como Bohemian Rhapsody, que edulcoraba los conflictos para que todo encaje dentro de una narrativa heroica— Better Man se permite ser incómoda. La película no tiene problema en mostrar a Robbie como un pibe engreído, muy malhumorado, competitivo al extremo, inseguro, con vicios y contradictorio. Y no lo hace para condenarlo ni para justificarlo: lo hace para mostrarlo como lo que fue, o como él recuerda haber sido. La memoria también construye sus propias ficciones, y eso se nota mucho.
Por momentos la narración avanza de una forma muy fragmentada, caótica, como si el guion se dejara llevar por la lógica interna de los recuerdos borrosos más que por un orden cronológico. Algunas secuencias funcionan casi como videoclips, otras como monólogos internos disfrazados de diálogos. Y aunque ese vaivén pueda incomodar a quienes esperan una narración más convencional, es en ese desequilibrio donde Better Man se vuelve más sincera y humana. La vida no es una línea recta, y la película tampoco pretende serlo.
Las canciones, claro, están. “Feel”, “Angels”, “Come Undone”, “Let Me Entertain You”, y todas esas piezas que hicieron de Robbie un símbolo del pop británico post-Take That. Pero no se sienten como celebraciones, sino como partes del rompecabezas. Algunas suenan triunfantes, otras funcionan como reproches personales y algunas como un lamento que esperaba ser escuchado por alguien. Hay en Better Man una idea persistente: detrás de cada éxito hay una herida mal cerrada y que todavía sangra.

¿Es perfecta? No. A veces el arte visual se impone por sobre el relato. En algunas escenas se siente más el artificio que la emoción genuina. Y quizás hubiera sido interesante profundizar más en algunos vínculos clave de la vida de Robbie, sobre todo en sus relaciones familiares. Pero el corazón del relato está bien planteado: el retrato de un artista como un tipo permanentemente dividido entre el deseo de ser amado y el impulso incontrolable de autodestruirse.
Better Man no busca mitificar a Robbie Williams. De hecho, lo desmitifica, nos muestra a un dios con pies de barro. No se trata de un ídolo que superó todos sus conflictos, sino de alguien que todavía sigue lidiando con ellos hasta el día de hoy. Es en esa honestidad cruel, esa falta de cierre definitivo, es lo que hace que la película se sienta, por momentos, más real que cualquier gran concierto.

Me quedo con una escena en particular que me pegó: Robbie sentado solo, mirando una pantalla donde se reproduce uno de sus shows más exitosos. La multitud grita, los fuegos artificiales explotan, las luces enceguecen. Pero él está en silencio. Solo. Mirando. Como si todo ese espectáculo fuera de otro, de un ajeno totalmente desconocido, no suyo. Como si todavía estuviera buscando —como dice el título— ser un mejor hombre.
Y tal vez eso sea lo mejor que puede ofrecer un biopic: no querer vendernos la fantasía de una vida “de en sueño”, sino mostrarnos el precio de sostenerla.
Descubre más desde hamartia
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.